Querido Dan:
Creí que me sentiría mejor escribiendo.
Creí que lograría reunir valor para recuperarte.
Porque,
sería tan fácil correr a tus brazos,
disculparme hasta quedar sin aliento,
decirte las cosas que no pude mientras estabas conmigo.
Y tú me abrazarías,
me perdonarías,
y prometerías nunca volver a irte.
Eso en un mundo perfecto.
Pero
¿adivina qué?
El mundo no es una máquina de conceder deseos.
Recuerdo que te gustaba cuando usaba frases de mis libros favoritos.
Me preguntabas cómo podía memorizar tantas.
La memoria es un regalo
y también un castigo a veces.