¿Se va a hacer o no se va a hacer?

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Para Belén Marín.



    
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Domingo 13 de mayo, 2018. 4:20 pm.

La carne se estaba asando sobre la parrilla, posiblemente los primeros cortes tardarían cinco minutos más en salir. Como yo la verdad ya tenía bastante hambre, agarré una tortilla calientita, luego le puse salsa del molcajete y me hice un taco. Nomás pa' ir empezando.

Blanca, una mujer de cuarenta años, robusta, caucásica y de cabello negro ondulado era nuestra anfitriona de esa tarde: nos contaba sobre el nuevo negocio que emprendería.

Atentas la escuchaban Celia y Alma. Las dos mejores amigas. Y Chuy, que era quien asaba la carne, y Cristy, su esposa (que además vigilaba a la pequeña hija de ambos que jugaba en aquel gran patio a escasos metros de donde estábamos).

La única que se mostraba algo ausente era Nani. Resultaba obvio que su cabeza andaba por la órbita de Saturno. Porque Cristy, ocupada y todo, le preguntó a la anfitriona sobre lo difícil que sería la relación laboral entre ella y su socio por la distancia; el socio de nuestra amiga era colombiano, pero Nani sólo se limitaba a asentir para luego volver a fijar la vista en el éter.

Blanca respondió a Cristy que ese detalle ya estaba cubierto.

Chuy comenzó a darle vuelta a los cortes. Una ligera pantalla de humo blanco se levantó llenando el ambiente de un olor que todos los norteños amamos sin excepción. Di una mordida a mi taco de salsa molcajeteada.

La futura emprendedora comenzó a hablarnos del que sería su asistente. Según lo describió, era un muchacho de apenas veintitantos años: delgado, cabello largo y...

—Es un otaku —dijo Blanca.

—Ah, entonces ha de estar soltero. —Alma dio eso por sentado. ¿Quién podría culparla? Pero...

—Uy, no, de hecho tiene novia.

Por un momento Alma pareció desanimarse tras lo dicho por nuestra anfitriona, aunque yo dudaba que a ella le interesara salir con alguien de tan peculiar tribu urbana.

Entonces Blanca mencionó a la novia de su asistente, a la cual tuvo oportunidad de conocer precisamente el día que entrevistó a quien sería su mano derecha en aquel taller de diseño gráfico que pronto entraría en operación.

Maldito suertudo, dije a mis adentros, porque por las descripciones que nos dio de la novia del sujeto, supe inmediatamente que se trataba de una reconocida cosplayer que además realizaba sesiones de fotos usando lencería friki.

—Cómo se puso tan de moda eso, ¿verdad? —dijo Alma.

—Sí, ya no sólo los niños ven caricaturas, coleccionan juguetes y se disfrazan —respondió Blanca mientras se servía un vaso de refresco—. Se ve que se divierten, que se la pasan muy bien -continuó.

—Pues sí —dije—, es otra onda eso de tener amigos a los que les gustan las mismas caricaturas, series, películas, y que entienden todas las referencias —seguí, pues del grupo ahí reunido, yo era el otaku.

Porque Chuy tal vez se habría visto un par de animes gore, pero eso no lo volvía uno de mi tribu, Celia había visto Sailor moon y Candy Candy, y Alma alguna película de Estudio Ghibli. Blanca obviamente sabía de Pokémon por su sobrino pequeño.

Pero aunque todos ellos tuvieran conocimiento de qué era la animación japonesa, ninguno era un friki como yo, que iba a las convenciones, que veía animes con nombres casi impronunciables —y la mayoría subtitulados porque aún no los doblaban al español—, leía mangas, novelas ligeras, que escribía intentos de novelas ligeras y que, sí, se disfrazaba de algún personaje ficticio de vez en cuando. No, no se dice disfrazarse, se dice hacer cosplay.




Las aventuras de la chica mágica y el luchadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora