Las irrupciones nocturnas en verdad no son románticas.

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1

Todos en el entrenamiento notaron que me pasaba algo. Aunque yo dijera que estaba bien, que eran figuraciones suyas, lo cierto es que no hacía muy buen trabajo ocultando lo perturbado que quedé luego de la pelea con las dos momias y del encuentro con aquella chica. De todas formas pedí que continuáramos con las rutinas, con el sparring y con las técnicas de sumisión como era costumbre.

El azotar en la lona se potenciaba debido a la ausencia de público en la pequeña arena de lucha libre. El Roger Estrada me aplicaba una cruceta a las piernas para que yo tratara de quitármela sin recurrir a agarrar las cuerdas. A base de gran esfuerzo, pero mayor maña, revertí la llave y el entrenador tuvo que dar cuatro rápidas palmadas al ring para indicarme que lo soltara.

-Bien aplicada la contra llave, chavo -me dijo poniéndose de pie. Eran cerca de las nueve de la noche, ya casi todos se iban del gimnasio tras haber terminado sus entrenamientos de novatos. Agarré una botella con bebida rehidratante y di un gran trago.

-Ahora sí ya te ves como todo un luchadorazo -comentó viéndome de los pies a la cabeza por décima vez en la noche, cosa que me empezó a dar algo de miedo-. Te queda bien ese equipo.

Si no conociera personalmente a su esposa pensaría que era un viejo lesbiano. Me dispuse a hacer ejercicio de enfriamiento, por esa noche habíamos terminado. Tomé una ducha en las regaderas al fondo y salí del lugar, había sido un día agotador, y muy raro.




2

Tenía una llamada perdida en mi teléfono y un whatsapp. La llamada era de mi madre, y revisando la aplicación verde supe que el mensaje también.

«Tu tía Bertha se puso mala, la internaron en el Hospital de zona, tu papá y yo fuimos, nos vamos a quedar ahí, hay cena en el refrigerador.»

Por mí que se muera la tía Bertha, pensé, ya que la vieja me caía gorda por criticona y lengua de víbora, no sabía por qué mi mamá seguía estando al pendiente de esa malagradecida.

En fin. Entré al carro aventando mi teléfono al asiento del copiloto junto con la bolsa de plástico con las mallas, las botas y la máscara.

Quince minutos más tarde llegué a mi casa. Estacioné y me dije una vez más: qué chingón que ahora el vecino se joda.

Antes de que yo comprara el carro ése pendejo se la pasaba estacionando su camioneta enfrente de nuestra casa.
Sí, ya sé que estoy tirando mucho veneno, créanme, por todas las frustraciones que me había tocado vivir yo era una persona algo arisca e impulsiva, entrar a esto de la lucha libre me ha ayudado a canalizar esa ira de una mejor forma, sin embargo aún falta mucho para que yo sea el símil de Mathma Gandhi.

La casa estaba oscura, a esa hora mi hermano ya debería haber llegado de su trabajo. Él trabajaba en un Oxxo, una tienda de conveniencia cerca del centro, como a cinco calles de donde yo era esclavizado día tras día atendiendo llamadas de clientes idiotas. Y ahí vamos otra vez. Bah. Lo más seguro es que se hubiera quedado a doblar turno ya que nos había contado que faltaba personal. Una vez mi madre me dijo que por qué no mejor dejaba el trabajo en el call center y me iba a apoyarlo en el Oxxo. Mi argumento fue que no me gustaba trabajar los domingos ni en turnos rotativos. De egoísta no me bajaron como en una semana.

Encendí la luz de la cocina y busqué la preciada cena del refrigerador. Saqué el plato y lo puse en el microondas. Dos minutos.

Prendí la tele y vi que aún estaba el noticiero. Como buen joven soltero, que tenía esa noche la casa sola, me fui a cenar a la sala. Hablaban en las noticias sobre un asesinato a balazos en una colonia del municipio de Guadalupe. Me preguntaba si en las noticias de esa noche o en las de la mañana mencionarían algo sobre los chicos que fueron atacados por las momias.

Las aventuras de la chica mágica y el luchadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora