diez

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Manuel

Joanne no me devolvió la mirada, aunque sonrió sin que fuera su intención. No era consciente del motivo por el cual había dicho aquello, o si se trataba de una verdad absoluta. Sin embargo, estaba seguro de que al menos en algún punto era una confesión sincera. Joanne apareció en mi vida sin que hubiese pedido por ella, a pesar de que hacía cierto tiempo desde que hubiera empezado a fantasear de manera recurrente con la idea de ser padre. ¿Se trataba de un regalo del destino aparejado con un desafío que debía enfrentar?
Si bien su irrupción había vuelto mi mundo aún más caótico de lo que era con anterioridad, sólo ella tenía la capacidad de sosegarme en medio de un torbellino semejante. Verdaderamente no hubiera sabido qué hacer si me faltaba.

Independientemente de que la situación en la que nos hallábamos no era idónea, nos llevábamos tan bien como fuese posible. Yo no podía proferir queja alguna al respecto; Joanne soportaba todos mis achaques y no se espantaba si le dejaba ver alguna de mis cicatrices. A su vez, alegaba sentirse feliz del hijo que crecía dentro de ella y parecía que fuera a ser una gran madre. Por otro lado, desde que me hube apartado de ella con el fin de recomponer mi relación con Kathrin, me sentía seguro de no estar a la altura, despertándome un justificado sentimiento de culpa que conllevaba la necesidad de remediarlo.

<¿Qué estoy haciendo aquí?> me cuestioné.
Respondía a mis propios impulsos.
Quizás solo se tratara de despecho pero ese era el único lugar en que quería estar. Creí hallarme siendo más sincero de lo que debería, aunque un poco menos de cuánto me gustaría, incluso respecto a mí mismo. Y no lograba ver ningún aspecto negativo en el hecho de haberme escapado de casa con el propósito de encontrarme con Joanne. En ese punto, otro tipo de interrogantes arreciaban en mi mente: ¿Qué era eso que me llevaba a quererla entre mis brazos, sin ningún tipo de intención de dejarla ir? Una sensación simple al comienzo, que lentamente se fortalecía. Recé para que no se saliera de mi control.

Cuando volví a su habitación, Joanne contemplaba la lluvia caer, de pie frente al ventanal. No me había oído entrar aunque tampoco me anuncié. ¿En qué estaría pensando? Deseé poder contemplar su rostro para poder adivinarlo, mas no atiné a acercarme a ella.

—Creo que... debería irme. —dije, sabiendo que era lo correcto aunque no lo anhelase. Joanne se dio vuelta; tenía ambas manos sobre su pecho y un gesto algo melancólico. Esos instantes en que quería atraerla hasta mí y mimarnos hasta que ambos pudiésemos olvidar, y recomenzar en una realidad distinta, donde tuviéramos la posibilidad de conocernos verdaderamente antes de descubrir cómo queríamos criar a nuestro hijo en común.

—Quédate. —pidió con un hilo de voz, al tiempo en que se sentaba sobre la cama y estiraba un brazo en mi dirección. Tomé su mano, mínima a comparación de la mía y me ubiqué a su lado. ¿Para qué engañarme? Yo también quería estar con ella, aunque ya fuese tarde, y el mundo estuviese esperándome fuera para rendir cuentas conmigo. Deseaba, aunque tan sólo por algunos minutos más esconderme allí, con ella.

—¿Estás bien? —pregunté. Joanne acomodó su cabello antes de recostarse y dejarlo libre sobre su almohada. A continuación me contempló desde allí; tenía sus ojos algo cristalinos. No supe si se trataba de una acertada decisión, pero acabé reclinándome junto a ella, quien en lugar de protestar se limitó a suspirar mientras observaba el techo blanco.

—Sí, estoy un poco sensible, nada más. —rió para sí misma—. Deben de ser las hormonas.

—¿Quieres hablar? —Estaba buscando una excusa, una sencilla excusa que me permitiera permanecer allí y poder oír su voz, hablándome de lo que fuera. Después de todo, no quería más que descubrir de qué se trataba su mundo.

Tren a BavieraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora