once

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Joanne.

Con el correr de los días, me resultó casi increíble percibir la imponencia con la cual el frío produjo su llegada en el mes de Octubre. No obstante, me mostré incluso más escéptica respecto a estar atravesando mi tercer mes de embarazo.
Las visitas periódicas a la obstetra determinaban que todo transcurría en un perfecto orden y con total normalidad, lo que me hacía respirar aliviada y despejar preocupaciones repentinas aunque justificadas.
Por esos días continuaba enamorándome progresivamente del pequeño retoño que crecía en mi interior a cada segundo. Quizás no fuese éste el único sentimiento que estuviese aflorando en mí por entonces, hecho que sabía y frente al cual imponía cada vez menos resistencia, menguando en recelos.

Manuel no había vuelto a aparecerse por mi departamento durante ninguna noche de lluvia. Sin embargo, nuestra relación resultaba más flexible. Parecía que ambos buscábamos que las razones para saber del otro surgieran de los lugares más recónditos e insignificantes. No me molestaba en absoluto, aunque a veces me sentía algo adolescente al enfrentarme a aquella necesidad por percibir su cercanía.
Me vi obligada a suponer que su vida había vuelto a la normalidad y que, luego de cortar el teléfono, seguía acostándose junto a Kathrin. Una abominable imagen que frecuentaba mi mente mucho más de lo que me habría gustado a pesar de mis esfuerzos por evitarla, siendo incapaz de alejar a Manuel de mis pensamientos, sin importar cuánto lo intentase. Mi resistencia no era permanente, sino vaga e inefectiva.

Aquella semana tomé un tren a Dortmund luego de meses de permanecer en mi ciudad de residencia, y en seguida supe que recibiría reproches completamente fundamentados al respecto. Me hallaba a punto de volver a casa, encantada ante la idea de respirar un poco de aire diferente y poder sentirme acompañada en aquella instancia por las personas que toda su vida habían estado a mi lado. Para hacerme con semejante estado de bienestar, sin embargo, debía tener el valor que requería confesarles la verdad a mis padres, y aún así sería imposible poseer ningún tipo de certeza; las posibilidades me jugaban más bien en contra y no había forma de lidiar contra su reacción en caso de que ésta resultara negativa.

Ese mediodía el sol refulgía en todo su esplendor, inmiscuyéndose en mi habitación a la hora de armar la valija, mientras repetía mentalmente frases que luego me sirvieran para obtener la aprobación de mis progenitores. La mayoría se me presentaban ridículas, y las posibles resoluciones de la situación tan terribles como angustiantes. Para ambos, su relación había sido primera y única, mientras que la mayor de sus hijas había mantenido un matrimonio durante unos pocos años, y la menor, como si se tratara de una competencia con el fracaso como objetivo, había quedado embarazada tras un affaire. Entendí que para una pareja conservadora como la suya, Alina y yo no debíamos de ser un orgullo. Mordí el interior de mi mejilla, obligándome a recordar que no estaba viviendo aquello para satisfacción de nadie. Era mi vida y por lo tanto, mis decisiones. No podía existir quien me hiciera creer que me vería destinada a la infelicidad por estar esperando un niño sin tener un hombre a mi lado. Entonces recordé a Manuel y sonreí inconscientemente. Aunque no fuera del modo en que habría anhelado, sus apariciones volátiles y abstractas resultaban preferibles antes que una ausencia absoluta, sobre todo teniendo en cuenta la caterva de sensaciones a la que me enfrentaba a cada momento que pasaba junto a él; confusas aunque no desagradables.

Al detenerme frente al espejo para cambiarme la camiseta, no pude evitar darme cuenta de algo que me llamó la atención. Mi vientre. ¿Cómo podía ser posible que tuviese una forma diferente al día anterior? Hacía varios días que no contemplaba el reflejo de aquella parte de mi cuerpo, pero el cambio era evidente. Allí estaba mi bebé. Nuestro bebé. Luego de veinte minutos de escrutar aquella imagen, obnubilada y con una clara sonrisa de felicidad en mis labios, no pude hacer otra cosa más que llamar a Manuel. ¿Era aquello importante? Seguramente no, pero quería que lo supiera. Necesitaba en aquel instante oír su voz.

Tren a BavieraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora