dieciséis

1.6K 90 6
                                    

Manuel.

Quizás fuese porque le había prometido que no la dejaría sola, o porque me destruía ver a una mujer llorar. Quizás supiera que ella no se merecía lo que le estaba pasando. O tal vez un sentimiento demasiado fuerte no me dejaba alternativa.

Luego de vencer al Borussia, volví con mis compañeros al hotel. Apagué el celular y me prometí una noche de sueño reparador como hacía días no era capaz de obtener. Volveríamos a Múnich a primera hora, y tendría que retomar el curso normal de mi vida tras aquel triunfo.
Sin embargo, a medianoche el capitán me despertó con ferocidad, casi a los gritos. Mascullé algo que resultó ininteligible mientras pretendía continuar durmiendo, pero él no dio tregua.

—¿Se puede saber qué quieres? —Le espeté con molestia una vez me consideré despierto. Philipp siquiera se inmutó. En su lugar, estiró un brazo para alcanzarme el teléfono.

—Es Mats. Hace quince minutos que está llamándote. —Lo miré con extrañeza. Nos habíamos visto aquel mismo día, ¿Qué podía ser tan urgente? — Quiere hablarte de Joanne.

Me senté en la cama y tomé el teléfono inmediatamente. Philipp se fue y cerró la puerta detrás de sí, dejándome a solas con lo que fuera que me esperaba.

—Mats, ¿Qué sucede? —pregunté, con la voz aún ronca. Él sonaba inquieto y alterado.

—¿Sigues estando en Dortmund? Necesito que me escuches. —Entendí que algo no estaba funcionando para nada bien, y comencé a levantarme mientras oía lo que Mats me explicaba—. Joanne habló con sus padres, y fue tan malo como ella creía, sino más.

Recordé entonces que le había pedido que me llamara una vez le hubiese hablado a sus progenitores acerca de su embarazo, sin importar qué respuesta recibiera. Y a continuación contemplé mi celular, que permanecía apagado sobre mi mesa de luz, ¿Cómo había sido capaz de olvidarlo?

—Está en la estación de trenes. Volverá a Múnich. —prosiguió Mats.

—¿No estás con ella? —quise saber, al tiempo que encendía mi celular y descubría sus llamadas perdidas. Qué imbécil había sido; Joanne era independiente y autosuficiente, no me habría llamado por una nimiedad.

—No. —dijo él con seriedad—. Quizás esté siendo mal amigo, o un insensible, no lo sé. Pero no soy yo quien tiene que ir a buscarla esta vez.

Entonces no pude hacer más que encaminarme hasta la estación. Tenía que volver a ver a Joanne, saber qué le estaba pasando y si era necesario, contenerla. Abrazarla hasta que se hubiera hartado de llorar y pudiera ver que nada era tan definitivo como a ella le parecía en ese entonces.

Me apresuré tanto como pude, sin embargo al divisarla sentada cerca del andén ralenticé el paso. Llevaba puesto un precioso vestido de fiesta que poco podía lucirse dado que estaba acurrucada, con los brazos alrededor de las rodillas. Sigilosamente me senté a su lado. Podía oír su llanto, acompañado por una respiración irregular. Su cuerpo se movía al compás de aquel sonido, dando suaves temblores. Le acaricié la espalda con lentitud y cuidado.

—Joanne... —susurré. Ella no se sobresaltó ante mi contacto, sino que me miró por un instante. Sus ojos, además de estar llenos de lágrimas, se hallaban poblados de desconfianza y temor. Como si una gran ilusión acabara de romperse dentro de sí y creyera que no existía solución alguna.

—No... vete... – Sus palabras se entrecortaban por su lamento, no obstante, se puso de pie rápidamente y se alejó de mí. Entonces me dio la espalda y comenzó a caminar en dirección contraria—. No quiero verte.

Tren a BavieraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora