Apartado especial-A: El hambre y la peste.

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Ella, mi creadora, me llamó El Hambre.

No sé donde nací, no sé si tuve una vida antes de conocerla, solo sé de la misión que me dio: traer desesperación y caos al mundo. Hacer que la fe de los humanos se esfumara, mientras saciaba el enorme apetito que siempre poseo.

Ella dijo que me creo del barro, que yo fui su primer hijo. Me dijo que tuvo que dejarme varios años para que madurara, para que me convirtiese en quien estaba destinado a ser.

Aunque su historia era extraña, no tuve ninguna razón para pensar que mintió, y aunque así fuera, no me importa, pues verla por primera vez es el recuerdo más preciado que tengo, incluso cuando su sola presencia ocasiono la locura de las personas que me acompañaban la primera vez que la vi.

Recuerdo aquella ocasión. Recuero la risa de los niños del orfanato, un sonido que me hacia enloquecer de rabia siempre que lo escuchaba, soñaba con arrancarles la boca a esos pequeños engendros para así no tener que escucharlos más, comerme sus ojos para evitar sus miradas. Recuerdo que el sueño se repetía cada noche y siempre amanecía con saliva en mi almohada.

Ella se me apareció ese día. Aunque no estoy seguro, creo que salió de un árbol, pues cuando miré ya estaba ahí. Me llamo desde la sombra, mientras yo le arrancaba la pata a un insecto, sonriendo mientras pensaba que se trataba de uno de mis compañeros, en especial de aquel que se burlaba de mi porque no soportaba la luz del sol y mi piel siempre estaba palida.

Ese, quien ostentaba el titulo de líder del grupo que me llamaba el blanco y quienes siempre me arrojaban comida o lodo, para darme color decían.

Ellos se acercaron a mí en aquella ocasión, cuando el sol ya se había ocultado, para continuar con sus insultos. Pero una voz los detuvo. Ella emergió desde detras del árbol en toda su gloria, mostrando su verdadera figura, haciendo enloquecer, tal vez debido a su belleza sobrenatural, a aquellos que intentaron molestarme.

No gritaron, solo emitieron gorgojeos de terror, mientras caían al suelo, victimas de convulsiones. Fue divertido, me dieron ganas de morder los.

Entonces ella hablo, me dijo que yo era su hijo, su primer hijo, y que tenía una misión para mi. Me toco la frente y me dio un don, así como una maldición. Pero no era una maldición fuerte, me dijo, podía calmarla simplemente matando. Y los señalo a ellos como mis primeras victimas, los primeros en caer ante mi apetito voraz. 

Pero no debía dejarlos vivos. Al menos no a aquellos que no conozcan el contacto íntimo con otros, pues podrían volverse en mi contra.

Es por eso que solo convertí a los adultos del orfanato en mis subditos. Y deje secos a los niños, incluso a aquellos que ni siquiera podían caminar. No podía dejarlos, después de todo eran los más deliciosos.

Soy Hambre, aquel cuya voracidad jamas será saciada, el rey de los vampiros, el hijo del caos. Como mi creadora me mando, mi reinado de terror se extenderá en el mundo y traeré la oscuridad perpetua a él. Incluso devoraré a los dioses y beberé su sangre hasta hartarme. 

Solo debo esperar su orden, a que los otros tres lleguen. Estoy emocionado solo de pensar en ello.

*

Peste.

Eso era todo lo que se veía a mi alrededor. Inicio en el momento en el que llegue al mundo. Mis padres, aquellos seres inmundos que apestaban a miseria, fueron mis primeras victimas. Nada más salir del vientre de mi moribunda madre, inicie mi campaña de terror, tal como ella, mi benefactora, me dicto.

A pesar de haber muerto por las supurantes heridas que cubrieron su cuerpo, mi madre no duro mucho en ese estado. Ella se levantó, renovada y con una sola tarea en mente. Mi padre fue el primero en caer por sus fauces, mientras la matrona salio corriendo de la casa, gritando por la visión de horror indescriptible que fue grabada en sus ojos. Su espanto no duro mucho, pues murió a los pocos metros de la choza que fue el hogar de mis progenitores, victima de un ataque al corazón.

Pero eso no fue culpa de ver a mi madre devorando el rostro de mi padre. O de  padre levantándose después de que sus gritos de agonía cesaran.

No, fue la visión del pequeño engendro lo que la horrorizo. No sé que vio en mi, la verdad, después de todo nunca me he visto a mi mismo en un espejo, aunque si he visto a aquellos que he creado. Aquellos seres putrefactos que solo buscan esparcir mi enfermedad.

Los sacerdotes del remoto pueblo en el que vine al mundo intentaron purificar a mis padres, en vano. Ellos también fueron devorados por la, ahora, pareja deseosa de carne humana. Reí al ver el espectáculo, pues para mi era obvio que no podrían hacer nada contra los ciervos del caos. Después de todo solo eran el medio de extender mi plaga...

Mi benefactora fue quien cuido de mi después de la muerte de mis padres, al menos hasta que yo pude ponerme de pie por mi mismo. Después me dio una misión, una que estoy dispuesto a cumplir, no por ella, pues sé que para ese monstruo solo somos unos peones, sino porque sé que será muy divertido.

Y yo lo que más quiero es divertirme.

Si, voy a traer el caos con mi legión de muertos, al igual que hice con aquel pueblo que ahora ya no existe y que se ha convertido en mi guarida, en mi morada, un lugar donde solo los muertos pueden entrar, donde la peste se extiende incluso en la tierra, enegreciendo el mismo aire.

Quiero que incluso los dioses enfermen y comiencen a devorarse entre ellos y devoren también a sus fieles. La fe en ellos se evaporara tan rápido que incluso la semilla sonreirá desde donde quiera que este.

Solo debo esperara a que ella de la orden y entonces extenderé la negrura, el pus y putrefacción por el mundo.

Pues yo soy la peste.

Lirenia libro 1: La sombra de los cuatro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora