Demonios Fantasmagóricos

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...

Sí el brillo de una persona se basara en su compostura psicológica –de manera denigrante–, yo sería quien tendría el mayor aura luminosa de todos...

Y todo por él...

•あ𞌲あ𞌲あ𞌲あ•

Al llegar a mi hogar, tuve el deseo casi incontrolable de ir a dormir durante toda la tarde-noche. Rápidamente descarté ésa idea ociosa y proseguí a hacer mis deberes.

Cerré la puerta con llave y fui directamente a la sala de estar. Abandoné mi bolso encima de la mesa central que ahí había; me senté en el suelo, frente a la misma. Tomé mi bolso. Retiré de su interior el primer libro que palpé: "El Diario de un Psicópata". La afamada obra principal del autor y fiscal globalmente conocido como C. Lawned.

Una oleada de pensamientos mezclados con sentimientos completamente desconocidos llegó a mi mente con una velocidad vertiginosa; casi lo sentí como un balde de agua fría. Era bastante abrumante... hasta que una imagen de él llegó junto con todas ésas ideologías... Hiei.

Un suspiro escapó de mis labios sin yo poder evitarlo y, también, sin quererlo retener. De cualquier forma, me encontraba solo... claro... sin tomar en cuenta a...

Un ruido rechinante me sacó de mis pensamientos. Con vivacidad viré detrás de mí, observando con agudeza todo lo que me intrigara; me levanté con cautela y caminé despacio, cuidando cada sonido que provocaba con los movimientos que realizaba. Llegué al pasillo y miré con discreción las escaleras... observé detenidamente la alfombra que había justo delante de ellas.

Vamos... sólo será una vez... —expresó una voz dentro de mí; divagué mi vista hacia el espejo que había en la pared, arriba de la encimera que se encontraba en la entrada: en mi reflejo... ahí estaba él.

"Maldito bastardo asqueroso" Pensé, obviamente ése ser despreciable escuchó mi juicio; aquello que se encontraba reflejado en el espejo sonrió con picardía. Sacudí mi cabeza en una negativa.

—N-no... no lo haré.

— ¿Por qué no? ¿Acaso eres cobarde? —le miré atónito. Una vez salí de mi shock le contesté con velocidad, defendiéndome torpemente.

—No lo soy... es sólo que... —empecé nuevamente mientras me aproximaba al espejo.

Vamos, de cualquier modo, te lo mereces... has sido muy bueno últimamente... un chico muy bueno —me interrumpió.

—E-eso creo... pero es... amoral; además, prometí que no lo volvería a hacer. La primera vez fue un accidente, si lo repito... entonces ya no sería esporádico —me excusé. No quería caer en la trampa que diseñó especialmente para mí ése bastardo.

Pff... no me digas eso. Igual, está en cada fibra de tu cuerpo; está inscrito en tu frente. Eso es lo que eres realmen...

— ¡Suficiente, Yoko! —grité, interrumpiéndolo —no puedo permitir que me hagas vacilar de esa forma. No flaquearé ante tus inmorales, bajísimos y perversos deseos. Es todo.

Hn, claro. ¿Con qué excusa saldrás ahora? ¿Te has vuelto una persona de bien? ¿O acaso tienes miedo a que todo salga mal como la última vez? —una sonrisa llena de malicia se trazó en su rostro pálido y sin vida.

— ¡Calla! ¡Ése fue un suplicio para mí!... ¡No tienes ni la más mínima idea del cómo me sentí! Y peor aún es que... ¡Haya sido por tu culpa, infeliz! —las lágrimas me martillaban los ojos, deseosas de salir con frenesí. Eran lágrimas de completa y absoluta ira; ira y dolor.

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