¿Existe el Amor?

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Un murmullo. Nuevamente la afilada cuchilla era enterrada en su piel. Sollozos; no podía abrir la boca y sacar desde lo más profundo de su garganta aquellos gritos de dolor que se encontraban deseosos por salir, y todo gracias a aquella estúpida prenda.

Mientras, su cuerpo se encontraba en un vaivén de espasmos. El dolor era casi insoportable. Sentía que en cualquier momento iba a desfallecer... y tal vez eso sería lo mejor en aquellos momentos... ¿O no?

... Simplemente morir.

•あ𞌲あ𞌲あ𞌲あ•

Entre una caja, un cúter y miles de pequeñas figuras de poliestireno Hiei sacaba un pequeño paquete, recubierto cuidadosamente entre papel de burbujas y cinta adhesiva. La mirada rubí del joven se esclareció una vez que removió el protector del libro, el cual sostenía en sus dos manos, admirando en todo su esplendor la portada, la cual marcaba: "Caso DOWNER".

El libro que tenía enfrente no era más ni nada menos que el mejor que había leído en sus cortos 17 años, escrito por C. Lawned; famoso escritor y fiscal británico. A comparación del libro que yacía en el estante de su habitación, éste poseía algo característico. Algo verdaderamente especial...

El pelinegro hojeó a la primera página del libro; en ésta se vislumbraba el título del libro en una fuente más pequeña y sofisticada... sin embargo esto no era lo que realmente llamaba la atención, si no la firma que se hallaba un poco más abajo. En susodicha signatura se apreciaban las palabras Christopher Lawned, y un escrito a modo de autógrafo en inglés. El de cabellos azabache comenzó a traducirlo lo mejor que pudo, sonriendo en cada palabra que leía, tanto así que incluso lloró de la emoción.

Acercó el libro más a él, y lo estrechó contra su pecho, sintiendo que su respiración se acortaba; su querido autor, el que había hecho varias obras que lo había fascinado, tales como "El Asesino de Blackeheim", "Al Final de la Línea", "El Diario de un Psicópata" y "Vida en Juicio", le había dedicado unas gratas palabras... se sentía que ya podía morir en paz...

"¿Pero qué pienso?" detuvo rápidamente su inclinación, ya que por la emoción casi se venía hacia atrás. "No debería de perder tanto la cabeza, después de todo, aún me faltan más cosas por hacer" resopló, a pesar de ello, la sonrisa de emoción en su cara no se borraba. Era difícil saber que era lo que se encontraba planeando pero... no sería alguna completa estupidez, al menos no para él.

Al siguiente día...

Un pequeño pelinegro se removía en las sábanas, tratando de ocultarse de la débil luz que se filtraba por su ventana. Finalmente, comprendiendo que no podía escapar del inevitable amanecer abrió los ojos algo molesto. Dicho fastidio fue retirado instantáneamente cuando se incorporó y reparó en el pequeño libro que reposaba en la cómoda frente a su cama. Se levantó con todos los ánimos que pudo reunir y se dirigió hacia su armario.

... ¡Éste día tenía que ser perfecto!

Una vez que Hiei hizo muy minuciosamente todo lo que tenía que hacer, se tomó la libertad de volver a su habitación. Girando la perilla, ingresó al cuarto; caminó hacia la cómoda y se miró en el espejo. Esta vez había dejado de lado la grata costumbre de peinar sus cabellos azabaches con sus dedos, y se molestó en usar un peine. El cómo actuaba justamente ése día sí que lo había dejado impresionado.

Tocó su mejilla con su mano y templó sus emociones;

— Cálmate, Hiei. No hay de qué preocuparse... Todo saldrá bien. — Suspiró. Cerró sus rubíes, adormeciendo sus nervios y avivando sus expectativas. — Es sólo un día más... sólo eso.

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