D O S

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A la hora del almuerzo camino hasta la fila, siempre se dividen en dos y siempre voy a la de los chicos porque me dejan pasar primero a mí. Babosos sin cerebro.

Pido el especial de los lunes; hamburguesa con patatas fritas y pastel de chocolate. Es un semestre nuevo y hay tantas caras nuevas pero aún así no dejo de ganar la atención de cada ser que respire. Es tan agotador.

Camino hasta mi mesa habitual para sentarme con mi almuerzo y mi Mac, hay varios recesos pero el almuerzo es el que más disfruto.

—Ho...hola. ¿Me puedo sentar?—pregunta Kris, la nueva insoportable.

—No.—sigo deslizando mi dedo por la pantalla.

—Oh.—suena desilusionada, me da igual.

—Siéntate, no le hagas caso a esta amargada. Por cierto, soy Allen; mejor amigo de esta bestia disfrazada de mujer—escucho la voz del rubio, subo la vista para rodarle los ojos y seguir en mi mundo.

—Soy Kris, un gusto Allen. Y gracias, no sé qué le he hecho.—trata de susurrar pero logro escucharla.

—Existir, eso me has hecho.—respondo llevando una patata a mi boca y masticandola con rudeza y para nada femenino.

—Despreocúpate, es así con todos. Incluso conmigo, aunque sé que me ama con locura.—me lanza un beso y pasa su brazo por mis hombros.

—Entonces se puede decir que ella es la chica ruda de la escuela.—ambos hablan como si no estuviera aquí, me encojo de hombros siguiendo con lo mío.

—No, cada uno está dividido por sus grupos supongo. Están los populares, los nerds, los emo, los rebeldes o rudos, los inteligentes. Ella en sí es especial; porque es popular sin pedirlo, nerd porque le gusta mucho leer, emo porque viste mucho de negro, rebelde porque hace lo que quiere a quien quiere e inteligente porque es la primera en todas las clases. La número uno en toda la secundaria.—trato de trazar bien la línea de la mandíbula.

—Wow, eso es wow. Si, he visto que los chicos no dejan de mirarla por cada lugar donde pisa.—dice sorprendida, resoplo disgustada.

—Sí, y es así desde que entró aquí. Que fue hace como 7 años, pero en primaria.

Ambos empezaron luego una conversación sobre jabones europeos. Mi amigo es así de raro, un momento pueden estar hablando de sus planes para la universidad y al segundo empieza hablar de las hormigas africanas.

—Hola, Sab...Sabelle. Aquí tienes, las hice yo mismo. Son galletas de avena, tienen nuez.—un chico me tiende una caja rosa, ruedo los ojos ignorándolo. Allen me patea por debajo de la mesa y gruño con molestia.

—Gracias, niño. Pero no voy por ahí comiendo las cosas de cada persona, disfruta por mí.—traté de responder con toda la decencia que no tengo.

—Juro por Dios que me desinfecté bien las manos, fui higiénico con todo. Me aseguré de que todo estuviera perfecto, Sab.—me veía con súplica. Juro que solo me contuve antes para no ser tan "perra" como me dicen las chicas de aquí.

—Mira, mi vida, en serio no quiero comerlas. Este cuerpo que tengo no solo es a base de gimnasio y sexo, también es dieta.—puse mi mano en su hombro y él muy descarado sonrió.

—La avena es un mineral que se usa en dietas, en cambio eso que comes.... No tanto.—ladeó la cabeza viendo mi almuerzo.

—¿Cuestionas lo que llevo a mi boca? Yo misma genero mi dieta ¿acaso no puedo? ¿Se prohíbe eso en este país de mierda, en esta escuela de mierda?—voy poniendo mis manos en mi cintura, su mirada baja a mi gran escote y ruedo los ojos.

—Eh... Claro que no. Pero come una al menos.

—Aquí vamos.—susurra Allen.

—¡Por toda la mierda! No me voy a comer las puñeteras galletas, niño pijo. Date una vuelta y piérdete de mi vista o yo misma te voy a desaparecer, una de dos.—aprieto los dientes por el coraje.

Lo que más odio es que me estén insistiendo e insistiendo y estos chicos no tienen dignidad propia.

—Yo...eh...creo que mejor me voy. Te dejo las galletas para que las comas. Adiós chicos.—desaparece como un rayo lejos de mí, ruedo los ojos sentándome otra vez.

No subo la vista pero sé que esos dos me están viendo fijos, y lo compruebo subiendo la vista a ellos. Ambos me ven, uno con desdén y otra sorprendida.

—Eso fue...

—jodido.—termina Allen subiendo los hombros.—Ya te acostumbrarás a ella, todos la llaman la reina del hielo.

—Un sobrenombre muy bobo, por cierto.—pruebo mi pastel y cierro los ojos disfrutando del chocolate.

—Es muy cool, ojalá yo pudiera ser más como ella.—susurra agachado la cabeza.

—Cada uno es único, tal vez solo debas forzar un poco, tratar de sacar a la leona que tienes escondida. Todos tenemos eso que nos hace fuerte, tú lo tienes escondido a bases de mentiras y fachadas.—hablo viendo mi tablet, escucho como su respiración se agita.

—Yo...yo no...

—No trates de mentirme, cariño o peor aún, no sigas mintiéndote. Todos tenemos el salvajismo dentro de nosotros, unos los manifiestan más que otros pero está ahí. Tú te has escondido en la fachada de alguien frágil y débil, así que por eso todos te tratan mal. Aunque claro, eres nueva aquí y no sé cómo te han tratado pero al juzgar por cómo eres, debiste ser el blanco perfecto de muchas burlas. ¿O me equivoco, pastelito?—la chica empieza a incomodarse, sus mejillas toman color y desvía la mirada.

—Sab...

—No, Allen. No iré a más lejos, solo le doy una muestra o alguna reflexión.—suena el timbre en ese momento.—Bota esto por mí.

Salgo de ahí escuchando como mi amigo trata de justificar mi actitud con la chica, realmente no me importa si ella cree que soy mala y muy cruel.

Las clases pasan con rapidez, en todas las horas de receso no he dejado de escuchar parlotear a las chicas sobre un chico nuevo, incluso hablaban de tal chico en clases. Al parecer venía por su horario y materiales, para ingresar mañana como un estudiante nuevo.

A veces estas mujeres exageran de más.

SabelleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora