I

229 25 9
                                    

Estaba a punto de irme a una peda pero mis pinches padres me obligaron a acompañar al pinche Santi a la feria. Como cada pinche año, los nacos de la iglesia ponían su puta feria culera a una cuadra de mi casa y el cabroncito de mi hermano siempre quería ir a gastar dinero en el juego del gusanito extremo.

Mientras íbamos de camino al gusano me llegó el olor a grasa de feria y a plátanos fritos. Cuando deje al mequito de Santi iré por unos. Cuando llegamos, había una fila más larga que la riata de mi ex. Estaba tan larga la fila que había mucha gente empujándose y en eso sentí el arrimón de un Brayan. Me hice para adelante por puro acto de reflejo chocando con un vato güero- seguramente teñido- no sin antes gritarle al naco ese: ¡No me toque, viejo lesbiano!

El que manejaba el jueguito estaba contando cada veinte para pasar. Ya llevábamos media perra hora esperando y cuando pensé que íbamos a pasar, el wey del juego dejó pasar por último al pinche greñas locas de adelante. Me tuve que esperar otros perros diez minutos y le di las indicaciones al Santi:

—No te sueltes aunque te suden las manos como puerca, voy a ir mientras por los cocoles que me encargó mi ama.

—No, güerita— intervino el encargado del juego—. Tu hermano está muy morrito— señaló a Santi con la cabeza—, no puede subirse sin un adulto— en eso, los de la ronda pasada iban saliendo y un mequito como Santi iba llorando—. ¿Ya vistes por qué la insistencia?

—Ya te chingaste, Santi— el mocoso me hizo un puchero, señal de que iba a llorar—. Y no me hagas berrinches porque ya sabes que me acaban de joder en la operación del apéndice por tragar tantos tacos y se me pueden salir los intestinos, no quieres eso ¿o si?

—Yo me subo con él— dijo una voz y al voltearme vi al güero ese que estaba delante de nosotros en la fila.

—Ni madres wey— repliqué—. No voy a dejar a esta bestia, por más que quiera, con un perfecto desconocido.

—Soy Ashton— me tendió una mano—. Y no soy un desconocido, creo que me conoces. Trabajo en la farmacia— me sonrió y se marcaron sus hoyuelos—; el miércoles te despaché un Pepto-Bismol.

Suspiré y accedí aliviada. Al fin y al cabo me valía madres lo que le pasara a ese cabroncito.

—No te pongas como chiva loca— le dije al Santi—. Me lo cuidas, porfa. Voy mientras por un encargo— le dije al Ashton.

—Cámara. Órale, morrito.

—Ahí te ves, Magda— me gritó mi hermano, con su voz chillona.

Pedí mis cocoles a una calle del gusanito y ahí me volvió a llegar el sabroso olor a plátanos fritos. ¡Chingue su madre la apendicitis, que voy a refinarme unos!
Crucé la calle para llegar y pedí mi orden.

—¿Doraditos o así?— me preguntó la chava.

—Doraditos, por favor.

—¿Qué le pongo?— dijo tomando el botecito de la crema.

Los pedí con crema, lechera, mermelada de fresa, nutella y chispitas de chocolate. Había más pinches condimentos que plátanos.

Iba atascándome con mis plátanos cuando llegué con el Santi y el Ashton que ya me esperaban debajo del juego.

—No te preocupes, tengo toda la pinche noche para cuidar a tu bendición.

—Es mi hermano, imbécil.

—No le digas así, Magda— me dijo el escuincle traicionero.

—Tu cállate, mamoncito.

—Mejor dame un plátano antes de irme, Magdalena— pidió el güero culero.

—Ni vergas.

Tons' un abrazo.

—Menos, wey, que pinche abusado.

—Ay ándale— me dijo acercándose para abrazarme.

Y reaccioné demasiado tarde. Mi blusa de los Uan Direcshon ya estaba llena de crema, lechera, mermelada, nutella y chispitas. Y el Santi se estaba cagando de la risa.

Pinche güerito buenote, le iba a hacer falta curitas de su pinche farmacia de mierda para los putazos que le iba a dejar. Y de paso al mamoncito traicionero.



Nota de las autoras: gracias por leer, bitches. Esperamos que ustedes lo disfruten y se rían de la misma forma en que nosotras lo escribimos. Este es el primer capítulo y esperamos actualizar pronto.

Esta idea surgió de leer algunas historias de los pendejos como mexicanos. No tenemos intenciones de copiar a otros autores pero quisimos escribir algo similar porque tomamos esas historias como una inspiración.

El wey de la feria (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora