IX

57 7 1
                                    

—Ashton... ¿qué vergas haces aquí?— le pregunte medio encabronada y medio arrepentida por lo que le había dicho al pendejo del Lalo—. Y tú pinche Lalo, no mames,  como te encanta ver el mundo arder, chinga—. Le dije dejando las pincitas y la charola en la barra donde cobran el pan.

Agarré del brazo al Ashton, quien estaba bien confundido y lo arrastré hacia la salida. El  Lalo se quedo como pendejo parado en medio de la panadería y yo me salí con el Ashton en verguiza para explicarle qué pedo.

Ya podía dar por perdido todo lo que pude haber tenido con el Lalo pero ni pedo. La neta el Ashton si me había conquistado y como que si lo empezaba a querer.

Como mande a chingar a su madre a los bolillos, ya estaba casi imaginándome mi tumba porque mi ama me putearía de nuevo, pero ni pedo porque ahora sí el Ashton iba primero.

—¿Qué pedo, Magdalena?— me preguntó medio emputado y aún medio confundido— Al chile si no me quieres y beso culero, nomás dime y te dejo de insistir.

La señora que nos vendía carnitas los domingos y era amiga de mi jefa paso al lado de nosotros y nomás no perdía detalle de nuestra discusión. Pinche ruca chismosa, mañana ya le iba a estar contando a mi jefa y a Olguita que sus hijos andaban peleándose en frente de la panadería.  Donde que todas las amigas de mi amá y Olguita ya nos shipeaban a mi y al Ashton.

—Perdón, wey— le supliqué agachando la mirada—No se por qué dije eso.

—Entonces deja de confundirme, Magda— me reprochó y levanté la mirada justo para ver cómo me hacía ojos de huevo cocido—. ¿Te gusto o no?

—Si— le contesté en corto—. Pero el perro del Lalo me gustaba antes y me dejé llevar— me excusé ya bien apenada—. ¿Sabes qué? ¡Pinche güero puñetas! Al chile si me gustas más que unos plátanos fritos grasientos embarrados de lechera y chispitas.

—¿Te acuerdas cuando te embarré los plátanos?— me cambió de tema con su sonrisa toda chueca y luego se acercó a abrazarme y ahora si lo dejé.

La doña de las carnitas seguía dando vueltas por ahí en la calle y cuando vio que nos abrazamos casi se pone a saltar de la felicidad, mañana ya íbamos a ser el tema de plática con las amigas de mi amá.

—Si me acuerdo, culero— le susurré en su oído lleno de cerilla—. Me ensuciaste mi pijama de UanDi, pero aún así te quiero, pedacito de mierda.

—Ese fue un gran día— dijo aún conmigo en brazos.

—¿Cuál gran día, pendejo? No se le quitó la mermelada a mi playera.

Se rió. Y a continuación dijo:

—Te quiero, cara de perro.

—Yo también, greñas locas.

Me besó. Lo besé. Y fue perfecto, ahora si estaríamos juntos. Venderíamos Paracetamol juntos por el resto de la eternidad.

Al fin las amigas de mi jefa tendrían de que hablar.

Nota de las autoras:
Esta idea surgió de leer algunas historias de los pendejos como mexicanos. No tenemos intenciones de copiar a otros autores pero quisimos escribir algo similar porque tomamos esas historia como una inspiración.

El wey de la feria (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora