Capítulo 2: Engaño

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Había pasado aproximadamente una hora o más desde que Junior había alzado el vuelo. Justo como había pensado, el paseo le había ayudado a olvidar sus penas y ahora se sentía calmado y de mejor humor. Podía sentir el viento rugir en sus oídos y acariciar su cara, sacudiendo su cabello en todas las direcciones y meciendo su pañoleta con gentileza. Inhaló un poco de aire fresco y lo exhaló con lentitud disfrutando y regodeándose de aquella sensación de libertad. Al mirar a su izquierda pudo ver a lo lejos una bandada de pájaros volando a través del cielo azul a su misma altura. Sonrió entretenido al verles pasar en sentido contrario para luego volver a fijar su vista al frente y acelerar un poco, perdiéndoles de vista al dejarles atrás.

Teniendo una repentina curiosidad por saber dónde se encontraba, el príncipe pelirrojo miró hacia abajo para ubicarse. Desde arriba pudo divisar un enorme castillo de tejado rojo rodeado de un pueblo poblado de alegres Toads y otros habitantes. Por alguna razón había un tumulto de gente reunida en la plaza principal. Alrededor del pueblo habían unas calles un poco menos transitadas seguidas de verdes llanuras con tuberías y frondosos árboles y arbustos. El sitio desprendía un aura de paz y tranquilidad. Junior pudo reconocerlo al instante; era el Reino Champiñón.

Al notar que estaba sobrevolando los cielos de aquel reino, a Junior le pareció atractiva la idea de bajar a caminar un rato. La verdad nunca había contemplado cómo sería el Reino Champiñón en aquellos momentos de calma y cotidianidad; sería interesante ver cómo era la vida diaria de los habitantes cuando no estaban bajo ataque. Además de que le vendría bien estirar las piernas por un momento después de pasar tantos minutos sin usarlas. Complacido con su idea, Junior comenzó a descender hacia un área solitaria en donde sólo había maleza para que nadie le viera estacionando su Clown Car.

Después de tomarse un minuto para calcular dónde y cómo iba a aparcar su nave, Junior aterrizó con cuidado y discreción detrás de un par de árboles y setos a las a fueras de la Villa Toad. El príncipe apagó su Clown Car y se bajó con un salto. El verde césped se sentía fresco y húmedo bajo sus pies y le hacía cosquillas. Se estiró un poco y pensó dirigirse a la villa para dar un paseo; Pero antes de que pudiera dar un solo paso, se dio cuenta de algo que le hizo dudar unos momentos:

No podía andar por ahí como Luigi por su casa. Llamaría demasiado la atención, en el mal sentido. Como los Toads le viesen caminando como si nada por el pueblo, lo malinterpretarían y se armaría un buen jaleo.

Desilusionado, Junior estuvo a punto de regresar a su nave cuando de pronto, recordó algo que le dio esperanzas: antes de aterrizar había visto unas calles en las que no había casi nadie. Si paseaba por ahí era mucho menos probable que se metiera en problemas. No era lo mismo que le viesen sólo un par de personas a que le viesen más de una docena. Además, si se ponía su pañoleta en la cara era menos probable que le reconocieran. No era el mejor disfraz, pero a decir verdad los Toads y el resto de los habitantes no eran muy listos —si lo fuesen, tanto el reino como la princesa estarían más protegidos— por lo que si le veían de frente posiblemente no le reconocerían a la primera. Satisfecho con sus pensamientos, Junior recuperó la confianza y decidió ponerse en marcha. Se colocó la pañoleta encima de la boca y comenzó a caminar, dejando a su Clown Car escondido tras la maleza.

Después de unos minutos, el príncipe se encontraba paseando las vacías calles, comprobando que, en efecto, no había nadie. Habían muchos establecimientos cerrados y todo estaba callado. Los únicos habitantes que había visto —los cuales divisó a lo lejos y éstos ni siquiera notaron su presencia— fue una pareja de Toads que caminaban tomados de las manos. Sólo los vio por unos segundos hasta que desaparecieron detrás de una esquina. Junior no comprendía por qué no había mucha gente en esa zona, probablemente tendría que ver con la multitud que había visto reunida en la plaza, pero tampoco le dio mucha importancia y continuó su pacífico paseo.

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