Universidad de Nueva York
Lunes, 5 de julio de 2009
Mila
No tenía ni la más mínima idea sobre si mi papá seguía en Nueva York ni mucho menos si se había encargado de contratar personas para que me siguiesen a todos lados. Su advertencia fue muy clara respecto a destruir la vida de Arantxa si es que se enteraba de que seguíamos juntas. Una deliciosa sonrisa se dibujó y desentonó en mi atormentada expresión adornada de ojeras rojizas de tanto llorar por la noche.
Doblé la última esquina del acceso hacia la autopista que rodea el oeste de Nueva York y con el torso de mi mano izquierda me quité las lágrimas que empezaban a brotar una vez más bajo el naciente y anaranjado sol de las seis de la mañana. Bajé la ventanilla hasta casi la mitad y recibí de lleno esa brisa saladita que brota del colorido y calmado mar que de alguna manera me inundaba de paz: una que he necesitado desde la semana pasada.
¿Cómo es posible que mi vida se haya hecho trizas en solo una mañana? ¡Obvio! ¡No le hice caso a las señales! Tuve suficiente tiempo y oportunidades para decidirme a ser feliz y encarar a mis padres con la sencilla verdad: amo a Arantxa Stevenson, y nada ni nadie me impedirá que nuestros corazones se separen. Pero mi cobardía pudo más y ahora tengo las consecuencia de mis actos.
De improviso piso el acelerador para dejar atrás esas gotitas que se esfuerzan por no extinguirse, pero el efímero recuerdo del primer día en que crucé miradas con Arantxa - sin que ninguna se hubiese planteado la posibilidad de unir nuestro corazones - es suficiente para calmarme y saber que esto también pasará. Dentro de 6 meses estaremos en París, o, en un minidepartamento en la Barceloneta, no me interesaría tener solamente lo mínimo para vivir, siempre y cuando, Arantxa esté allí para acariciarme la mejilla y decirme que lo mejor que ella hizo en su vida fue enamorarse de una tímida rusa.
Un semáforo en rojo obligó no solo a que mi auto se detuviese sino también a que mis pensamientos se tomaron un respiro durante treinta segundos. Quité mis manos del volante de mi Porsche y me cubrí el rostro casi como si pudiese escapar de este maldito mundo que tanto anhela conducirme por el camino "normal" del que hablaba papá. Es cierto que ayer estuve apunto de hacer una estupidez, pero prefería eso a renunciar a mi libertad de elección. ¡Yo no tengo porqué seguir esas reglas de normalidad que fueron establecidas por un simple y estúpido consenso social!
Si he podido encarar a mi padre hasta provocarle que pierda el control y me amenace con incluso matarme si me veía por la calle con mi prometida, pues creo que vivir estos seis largos meses que tengo por delante, me sabrán a gloria. Lo difícil ya pasó. Estuve a poco de tomar una decisión egoísta al querer abandonar a Arantxa de la forma más cobarde que existe; así que mayor vergüenza que esa creo que no existe en el mundo. Si el día en que supe que había tenido un accidente en Canadá, sentí que casi yo era la que se moría, no puedo ni quiero imaginar lo mucho que sufriría por segunda vez en su vida. Sé que Mía Montgomery significó mucho para ella durante sus primeros años de juventud, y que su muerte le quitó toda esperanza en el amor... hasta que yo llegué a arruinar sus planes y devolverle color a su dicromática vida.
Contando estos días, solo me quedaban dos semanas de clases, luego un rápido periodo de exámenes y llegarían mis tan – hasta ayer – esperadas vacaciones al lado de la española. ¿Qué haríamos en esos días? No hay manera de que pudiéramos disfrutar de tiempo libre una al lado de la otra sin que mi papá cumpliese con sus advertencias. ¿Las llamadas por celular o quizá en Skype serían suficientes para suplir con las ansias que tendré de tenerla entre mis brazos, cariñar sus mejillas con la punta de mi nariz y susurrarle un beso?
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¿Jugamos? Olvídame
RomansaLas vacaciones catalanas de Mila Ivanova quedaron marcadas por la pedida de matrimonio de Arantxa. Un "sí" convirtió a sus vidas en una sola, pero el regreso a Nueva York significará la última prueba que deberán afrontar si desean tener una famili...