Capítulo 8. Una parada

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María disfrutaba del vuelo sin preocuparse de nada de lo que sucedería después. Por unos instantes podía sentirse libre y olvidaba que guardaba el pesado secreto que el abuelo de Bruno le había confiado.

¿Cuándo se había convertido en uno de ellos?, ¿en qué momento empezó a mentir y a ocultar las cosas con absoluta naturalidad? No recordaba el instante en el que había traspasado la línea. No era consciente del día en el que, de verdad, había pasado a ser una más de ese mundo sin escrúpulos...

Abrió los ojos y contempló la ciudad. No quería pensar más en eso. Lo hecho, hecho estaba. No había marcha atrás o, al menos, no debía haberla si quería sobrevivir y que las personas que quería también lo hiciesen.

De pronto, contempló contrariada que ya no había edificios ni urbanizaciones, solo naturaleza. ¿A dónde iban? Se suponía que se dirigían a la Biblioteca Nacional a la entrada secreta. La verdadera entrada secreta. Pero ya no estaban en Santiago de Chile. Y tampoco tenía mucho sentido montar en un dragón para ir allí, ¿dónde aterrizarían? Hubiese sido más rápido y sencillo llegar allí caminando.

—¿A dónde vamos?—le preguntó a Bruno al oído.

Este giró la cabeza sin mover en exceso el cuerpo para seguir agarrado a la criatura.

—Antes de ir a Barnor debemos hacer una parada para coger alguna que otra cosa—respondió sin dar demasiadas explicaciones.

—¿Qué cosas?—insistió ella.

Bruno no quería introducir más a María en este peligroso mundo. Había tratado de mantenerla al margen y protegerla con todas sus fuerzas, pero día a día estaba viendo como no servía para nada y como su pequeña mariposa dejaba de lado esa inocencia suya tan característica y se perdía un poco más entre sus vacías vidas.

El domador cerró los ojos , le había prometido ser sincero con ella y no dejarla al margen. Si María quería seguir ese camino, él no debía interponerse.

—Tenemos que armarnos antes de lo que va a suceder—Hizo una pausa—. Adrianna, mi padre y la señora Vargas tienen un arsenal en México—respondió.

María escuchó atentamente las palabras de su novio. ¡Así que iban a un arsenal!, ¡la idea le entusiasmaba! Siempre le habían encantado esas películas del medievo en la que los caballeros luchaban a muerte con espadas y arcos. No pudo evitar que una sonrisa se asomase e iluminase su rostro.

Nada más verlo a Bruno se le encogió el corazón. No quería darle un arma a María, eso ya era demasiado...

—¿En serio?, ¿tenéis un arsenal escondido en México?—insistió la Ignis aún incrédula.

No terminaba de comprender por qué habían construido uno tan lejos de casa.

—Tenemos varios arsenales escondidos por todo el mundo—corrigió Claudia interrumpiendo la conversación de esos dos.

—¿Varios?—insistió María.

—Sí, hace un tiempo Angélica y el padre de Bruno comenzaron a construirlos y a ocultar diferentes armamentos en ellos —Hizo una pausa —. Pensé que estaban paranoicos y algo chalados—añadió moviendo la cabeza a la vez que la mano—, pero parece que no—sentenció.

María se quedó en silencio. Parecía que el señor Jaquinot y la señora Vargas ya preveían que eso iba a suceder. Entonces, ¿por qué no lo habían frenado? Esos dos, junto a la directora, eran las personas más poderosas que la joven conocía...

  —¿Y son objetos mágicos o armas normales?—preguntó curiosa.

—¿Qué importa? Tú no puedes tocarlas—respondió Clo en tono seco.

La joven Ignis la miró molesta. ¿En serio?, ¿habían vuelto a esa rutina? Estaba cansada ya de eso.

La estruenda risa de Claudia llamó su atención.

—¡Venga ya!, ¿no vas a decirme nada? ¡Te estoy tomando el pelo!—Siguió riendo—. Coge lo que quieras, cuantas más manos mejor—dijo sonriente—. Además, no son objetos míos, así que si los rompes no hay problema—esto último lo dijo en un tono burlón apenas inaudible para María, pero con la fuerza justa para que Bruno sí que lo escuchase.

Este golpeó su hombro algo molesto.

—No te pases—susurró entredientes el Domador.

—¡Que poco sentido del humor!—se quejó Claudia.

La Domadora sabía que no era el mejor momento para bromear, pero era consciente de que alguien tenía que mantener el ánimo del resto arriba o todos se derrumbarían. ¡No se podía ir a la guerra con la moral baja!, ¿es que acaso no leían libros bélicos? Suspiró. Estaba nerviosa. Sabía que al ir a rescatar a Nicky se encontraría con Bea y no tenía idea alguna de cómo iba a reaccionar o cómo lo haría la pelirroja. Su último encuentro no es que hubiese sido del todo idílico. Además, ¿la rescatarían a ella también? Era arriesgado, pero una vez allí no podía abandonarla aún con todo lo que la Natura había hecho. Los había traicionado, sí, pero la quería. ¿Estarían sus amigos dispuestos a dejarlo correr y salvar su vida? No estaba tan segura... Su mejor baza, seguramente, sería la Ignis. María tenía el corazón más noble de todos  y esperaba que en este tiempo eso no hubiese cambiado.

 La serpiente alada aterrizó de forma algo torpe sobre  una zona libre de árboles del Nevado de Toluca.

 Hacía frío. Los tres se llevaron las manos al cuerpo para tratar de cubrirlo. Bruno se colocó detrás de María y la abrazó con fuerza para ayudarla a entrar en calor. La joven Ingis sonrió sin poder evitarlo. Le gustaba cuando Bruno era "más humano".

Caminaron sin mediar palabra durante unos minutos hasta que llegaron hasta las  faldas del volcán. El cráter  de este tenía forma elíptica y el fondo estaba ocupado por dos lagunas de agua de color turquesa separadas por una corriente o bóveda de lava. María lo miró maravillada, a pesar del tiempo, era una de las cosas más hermosas que había visto en su vida.

—Son los lagos de la Luna y el Sol—explicó Bruno  con una sonrisa al ver la cara embelesada de su novia. 

María le devolvió la sonrisa y siguió caminando hacia el volcán donde el resto los esperaban.

Claudia meneó la cabeza, ¿cómo habían llegado antes que ellos? ¿Acaso el dragón de la directora y el grifo de su hermano eran más rápidos que su criatura? ¡Eso había que remediarlo!

—¡Llevamos media hora esperando!—se quejó Nathaniel mientras sumergía sus manos en uno de los lagos para después tomar un sorbo del agua.

La joven Ignis no pudo evitarlo y corrió a hacer lo mismo que Nate. El agua estaba fresquita y su sabor era agradable.

—¿Entramos?—preguntó Mateo algo molesto por la espera.

Todos se giraron hacia Adrianna, quien levantó su mano y comenzó a apartar el agua de uno de los lagos, Angélica hizo lo mismo con el otro,  y Javier se encargó de flujo de lava. Una vez hubo espacio para pasar Nathaniel fue el primero que saltó dentro del volcán; Mateo, Claudia y Óscar no tardaron mucho en seguirlo; Gael miró un segundo duditativo, pero finalmente, también se lanzó. Bruno miró a su novia. La sujetó con fuerza y se aceró hacia la entrada del volcán.

—¿Confías en mí?—preguntó él de forma tierna y ella no lo dudó ni un segundo y saltó junto a él.

Angélica, Adrianna y Javier se acercaron con cuidado hacia la entrada. El más mínimo fallo podía abrasarlos o ahogarlos, así que no podían permitirlo. Poco a poco lograron unir fuerzas y juntos se introdujeron en la armería.

Iuvenis  | #3 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora