Capítulo 9. Última oportunidad

10K 1K 283
                                    


 María no soltó la mano de Bruno mientras se adentraba en el volcán. No sabía si, al igual que en la entrada a Barnor, necesitaría que este la hiciese levitar para no darse un buen golpe.

Observó atenta como poco a poco iba cayendo hasta el centro de una sala perfectamente iluminada. Se quedó en silencio, ¿cómo podía ser eso posible? En seguida lo entendió. Nathaniel y Claudia había encendido todas las bombillas con sus poderes eléctricos. María sonrió divertida. Cada vez le veía más usos a tener un novio Domador.

Contempló las estanterías repletas de pequeños artilugios que estaba deseando probar, pero que sabía que no debía hacerlo, al menos, hasta que alguien le explicase como funcionaban.

Desvió la mirada hacia el suelo en busca de alguna espada o pistola, o algo así, pero no vio ninguna. Tan solo alguna que otra pequeña daga perfectamente colocada entre los demás artilugios.

Torció el labio. Se esperaba algo más espectacular...

 —¿Qué te gusta? —preguntó Claudia sacándola de sus pensamientos.

María se soltó de la mano de Bruno a duras penas, pues este parecía que no quería dejarla marchar. Miró atenta cada uno de los artilugios y se decantó por un palo plateado con dos dedos de grosor y una largura parecida a su brazo. No sabía por qué ese objeto, pero llamaba su atención.

En verdad no tenía nada de especial. Era un palo, perfectamente tallado, eso sí, pero un palo al fin y al cabo.

María buscó a su madre entre los presentes para ver qué opinaba ella, pero solo entonces se percató de que ella no estaba allí.

—Tu madre se ha quedado en Chile para asegurarse de que la entrada a Barnor está despejada cuando lleguemos—explicó Mateo al ver la atenta mirada de la chica en busca de Dana.

Bruno miró el artilugio escogido por María. No lo conocía, pero no le parecía demasiado peligroso, así que respiró aliviado.

Claudia miró confusa el arma escogido por la chica. No entendía que de todo lo que había hubiese escogido eso. Ella cogió dos pequeñas dagas y una bomba de humo.

Una vez todos estuvieron listos, uno a uno comenzaron a volver a la superficie.

María comenzó a agitar el palo. Ya no estaba tan segura de que su elección hubiese sido la correcta.

—¡Para!—exclamó Nathaniel preocupado mientras agarraba el arma con firmeza.

María arqueó una ceja. ¿Por qué tanta preocupación por un palo? No es que fuese a golpearlo con él...

—¿No sabes lo que es, verdad?

Esas palabras alertaron a Bruno. ¿Cómo no? Seguramente María había hecho la elección menos apropiada y más arriesgada.

Nathaniel arrebató el arma de las manos de María y agitó el brazo una sola vez con firmeza y de forma seca. De casa uno de los extremos salió una especie de espada morada afilada.

—¡Qué pasada!—exclamó María emocionada.

—Eso no es todo.

Cuanto más hablaba Nate, más palidecia Bruno.

—Esta arma canaliza tus poderes—explicó mientras de los extremos comenzaban a salir pequeños rayos que provocaban descargas.

Los ojos de María comenzaron a abrirse más y más.

—Prueba—invitó el Domador ofreciéndole el arma.

Ella la cogió y cerró los ojos para concentrarse, tal y como Bruno le había enseñado. De pronto, los extremos comenzaron a rodearse de llamas.

—Si aprendes a controlarla podrás focalizar tu poder y redirigirlo a varios enemigos a la vez.

Bruno miró con falso agradecimiento a su amigo. Ahora sí que iba a tener que estar pendiente de que su novia no se matase a sí misma.

María comenzó a dar saltitos de lado a lado emocionada mientras miraba su nuevo juguete, hasta que Nate carraspeó y la Ignis fue consciente de que no lo había vuelto a poner el reposo. Agitó el brazo y el arma volvió a convertirse en un palo, que introdujo entre su pantalón y su cadera.

—¡Qué cómodo! 

Los chicos se miraron. María no tenía remedio.

Una vez listo salieron del volcán y se juntaron con el resto.

—¿Por qué habéis tardado tanto?—preguntó Claudia molesta.

Una cosa era que maquinasen a espaldas de los adultos, pero otra muy diferente era que lo hiciesen a la suya. 

Nathaniel siguió caminando y pidió a su hermana que llamase a su criatura. Ya habían perdido demasiado tiempo y el solo imaginar lo mal que Nicky lo estaba pasando lo destrozaba.

El viaje de vuelta fue callado. Todos sabían a lo que deberían enfrentarse una vez llegasen a Barnor, y no iba a ser nada agradable.

En la biblioteca Dana los esperaba nerviosa.

  —He hablado con Cesar y Marco, creen que podrían hacerse con el control del internado. Los ánimos por allí están muy caldeados—mencionó.

Adrianna sonrió. Desde que rompió la conexión entre el dragón aliento de fuego de Cesar y el Domador, jamás pensó que fuese a volver al Internado, y mucho menos que fuese él quien lo salvase.

—Es el momento. Si alguien tiene dudas es la ocasión para no venir. Una vez se cruce esta puerta no habrá marcha atrás—advirtió Javier Jaquinot con un serio semblante.

Dana miró a su hija. Sabía que no podía pedirle que no ayudase a sus amigos. De hecho, se sentía orgullosa de que fuese así, pero, a la vez, deseaba que María hubiese dado un paso atrás y se hubiese quedado en casa a salvo junto a su padre.

—Bien, vayamos a los archivos—anunció el señor Jaquinot.

Todos le siguieron hasta el fondo de los archivos donde había una vieja estantería llena de polvo y telarañas. Se notaba que nadie limpiaba ahí desde hacía años.

Javier suspiró, le hubiese gustado que su mujer hubiese estado allí con ellos. Ella siempre sabía qué era lo que había que hacer y sus planes no tenían fractura alguna...

Levantó la mano y movió con cuidado la estantería que crujió levemente al contacto con la presión del viento. Después todos se introdujeron por esa puerta que los llevaba directamente al infierno particular que Ezequiel Calonge estaba desatando en la que antes había sido la idílica capital de los Domadores.

Iuvenis  | #3 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora