Capítulo 29. Último adiós

8.4K 730 61
                                    


María se quedó en silencio absorta en sus pensamientos. En ese momento ya no le importaban las palabras u opiniones del resto. Solo quería despedirse de su madre.

—Me despediré de ella —anunció.

—Está bien, la daremos un último adiós —respondió Bruno cogiéndola de la mano.

María se giró hacia él de forma tierna.

—No, mi padre y yo nos despediremos de ella. No quiero un velatorio lleno de personas que no sentían nada por mi madre —explicó—. Además, quiero decirle adiós de forma sencilla e íntima, como ella era. Como ella hubiese querido —añadió con una media sonrisa y avanzó hacia su padre.

Este le abrazó con todas sus fuerzas. Ni él mismo lo hubiese decidido mejor. Dana era una mujer reservada, sencilla y humilde. No le gustaban demasiado las aglomeraciones, ni era una mujer de falsas apariencias. Se le notaba cuando alguien le caía mal y no se esforzaba por esconderlo. No le hubiese gustado un entierro lleno de gente que no la conocía en verdad.

—La llevaremos al cementerio y la enterraremos junto a mis padres —comentó Juan.

María sonrió a su padre. Sus abuelos paternos habían sido los únicos a los que había conocido. Fueron como unos padres para Dana y la ignis sabía que su madre estaría de acuerdo con esa decisión.

Los demás aceptaron la decisión. A más de uno le hubiese gustado estar allí, ya fuese para ofrecer su hombre para llorar sobre él o para asegurarse de que la ignis y su padre no eran atacados o no se iban y los abandonaban en medio de semejante guerra.

María se secó las pocas lágrimas que aún le quedaban en el cuerpo.

—¿Cómo lo haremos? —preguntó.

Estaba claro que no podían ir por medio de Santiago de Chile con un cadáver. Una vez en el cementerio sería más sencillo, pero ¿cómo llegarían hasta allí?

Juan la miró sin saber muy bien qué responder. Esconder cadáveres no era su especialidad. Jamás se había visto en esa tesitura y seguía sin creerse que esto les estuviese pasando a ellos.

—Por la noche.

Todos se giraron hacia Angélica asombrados por su rapidez a la hora de buscar una solución.

—No es el primer cuerpo que tenemos que esconder.

Sus palabras no eran de burla ni humillación. Más bien de resignación y quizá hasta algo de dolor.

—Aun así habrá gente —respondió María.

—Por eso haremos una maniobra de distracción.

La voz de Claudia los sobresaltó.

¿Dónde se había metido todo ese tiempo?

—Eso pondrá en sobre aviso a Ezequiel y a sus hombres —indicó Bea junto a ella.

—Bueno, alguna vez tendremos que enfrentarnos a él —respondió Bruno.

—Sí, pero no ahora. Una vez termine el funeral nos dividiremos en grupos para pasar mas desapercibidos —Cogió aire—. Seguiremos en contacto y cuando llegue el momento nos volveremos a reunir para atacar a Ezequiel desde todos los flancos.

La voz de Mateo sonaba segura, aunque él no lo estaba. pero no podía dejar que el resto lo notasen. Si ni tan siquiera él estaba seguro de su plan, ¿cómo iba a confiar en que el resto le seguirían?

—Muy bien, entonces esta noche —señaló Adrianna—, pero, ¿cómo nos dividiremos?

—Bien, ocho de nosotros tenemos conexiones, cinco no y uno es humano —Se quedó pensativo—. María, entiendo que no querrás separarte de tu padre en estos momentos, pero no creo que sea lo más conveniente. Si descubren lo que eres lo usarán a él para llegar a ti. Lo mejor es que cada uno esté en un bando.

María se quedó en silencio. No quería alejarse de su padre, pero no permitiría que él también fuese herido.

—Está bien.

—Yo iré con ella —anunció Bruno y de pronto todos empezaron a chillar entre ellos por decidir a qué grupo irían.

 —¡Basta! No podemos pelear por todo —pidió Adrianna—. Es lógico que la señorita Calonge y yo iremos en grupos separados al contar cada una con un dragón. Y, sinceramente, creo que estos jovencitos han demostrado su valía y nos han dado más de una lección. Podemos darles un voto de confianza y dejar que vayan por su cuenta. Nosotros protegeremos al señor Bergasa —dijo mirando a Javier, Mateo, Angélica, Gael y Óscar.

Nadie se atrevió a rechistarle. Y no solo porque sus palabras fuesen ciertas, sino porque no era el momento de discutir por nimiedades.


El día transcurrió silencioso. Nadie tenía demasiadas ganas de hablar con lo que se les venía encima. Juan no estaba seguro de que se hubiese tomado la mejor decisión, pero sabía que él no podía proteger a su hija y no quería ser su punto débil.

Había llegado la noche. Era el momento de enterrar a Dana. 

Javier, Angélica y Adrianna salieron al patio trasero de la casa y comenzaron a lanzar pequeñas explosiones al cielo combinando sus poderes. ¿El resultado? Una especie de fuegos artificiales de una belleza exquisita.

Mientras tanto, aprovechando que la gente ya salía a sus balcones a mirar el espectáculo, Gael comenzó a hacer explotar solares abandonados.

En cuestión de minutos el caos estaba garantizado. Las líneas de la policía se colapsaron. Y las calles se vaciaron. El miedo recorría la ciudad. ¿Se trataba de un atentado?

María y su padre aprovecharon el revuelo para meter el cuerpo sin vida de su madre en el coche, envuelto con una manta, y conducir lo más rápido posible hasta el cementerio.

Estaba vacío. Juntos colocaron el cadáver en la cripta de la familia.

María se giró hacia su padre y este le sonrió.

Entendía perfectamente lo que quería decirle y estaba de acuerdo.

—Adelante.

—¿Estás seguro? —preguntó ella algo temerosa.

—Sí, ella lo hubiese querido así.

María se concentró y comenzó a crear pequeñas llamas que abrasaban el cuerpo de su madre sobre la piedra de la cripta.

En un principio, Juan no pudo evitar dar un paso atrás. Nunca había visto eso, pero enseguida rectificó y se volvió a posicionar junto a su pequeña. No quería que pensase que le temía o se avergonzaba de ella. Nada más lejos de la realidad.

Las llamas se fueron intensificando y en poco tiempo solo quedó cenizas que con el viento iban abandonando el lugar.

Ambos se quedaron en silencio. Despedirse de ella había hecho que su muerte fuese más real. Que aceptasen que no iba a volver.

—Es el momento —informó Adrianna desde su dragón.

—Así es —certificó Claudia desde el suyo.

Padre e hija se fundieron en un abrazo y cada uno tomó su camino. Esa no sería la última vez que se viesen. Se lo habían prometido. Se lo habían jurado frente a las cenizas de Dana y no la defraudarían.


Iuvenis  | #3 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora