Capítulo 11. El destino

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María notaba como su mano se estaba quemando, pero aún así era incapaz de apartarla. No se atrevía a terminar de empujar el pomo y pasar al otro lado, pero sabía  que, una vez que había llegado hasta allí, no podía darse media vuelta y huir como si nada hubiese pasado.

Toda su vida había soñado con ser alguien especial. Con ir al internado al que su madre había asistido y contarles a sus futuros hijos las anécdotas tan fascinantes de sus días como estudiante... Sin embargo, debía de admitir, que, desde hacía algunos días, había momentos en los que había deseado que la directora jamás se hubiese aparecido en su puerta.

Sabía que era afortunada y que, en el fondo, no cambiaría su vida por la de nadie más, pero también estaba al tanto que, por culpa de ello, había puesto en peligro la vida de su padre y de todos sus seres queridos que desconocían ese mundo.

Jamás olvidaría la cara de su padres cuando se enteró de que tanto ella como su madre poseían magia... Hubiese dado lo que fuese por ahorrarle el mal trago, pero a la vez sentía que él tenía todo el derecho de saberlo. Que su madre jamás debió de ocultárselo ni de involucrarlo en ese mundo.

Meneó la cabeza para sacarse esos pensamiento. No debía pensar en eso. Estaba allí para cumplir una misión. Bueno, dos, en realidad.

Cerró los ojos y se armó de valor. Había llegado el momento y seguramente no contaría con demasiado tiempo para realizar su cometido. No tenía que estar perdiendo esos valiosos segundos con semejantes dudas y tonterías. Apretó el pomo de la puerta y se dispuso a entrar, pero al abrir la entrada se percató de que toda la habitación estaba en llamas.

La rubia miró el fuego confusa, ¿cómo podía ser posible eso? Y, sobre todo, ¿por qué las llamas no se propagaban al resto de las instalaciones? No tenía ningún sentido que el fuego estuviese tan controlado entre esas cuatro paredes. Como tampoco lo tenía que, si algo tan poderoso se hallase ahí dentro, nadie estuviese custodiándolo con recelo. Aunque, las llamas podían ser una obvia respuesta a eso último.

María sonrió emocionada. Sin duda, estaba en el lugar indicado. Dio un paso, sabía que enfrentarse al fuego le iba a doler, pero no había otro camino para llegar hasta lo que fuese que se encontrase en el centro de la habitación. 

Dio otro paso más y las llamas comenzaron a rozar su piel. Sin embargo, esas llamas no eran como las normales. Quemaban demasiado y su cuerpo tardaba en exceso en fusionarse con el fuego, por lo que el dolor era indescriptible. No podía atravesarlas así como si nada. Dolía mucho más que de normal.

Dio un par de pasos hacia atrás. No tenía idea alguna de cómo llegar hasta el centro de la habitación.

Desvió la mirada. Había perdido de vista ya al resto de sus compañeros, por lo que no podía pedirles ayuda. Estaba sola y comenzaba a sentir un nerviosismo imparable por todo su cuerpo.

Se llevó las manos a la cadera algo molesta y comenzó a pensar en otra forma de llegar, pero  entonces, sus manos se toparon con el arma que había escogido en el arsenal y recordó las palabras de Nathaniel. Ese arma canalizaba sus poderes y podía redirigirlos. Quizá también podía hacerlo con ese fuego.

Sacó el palo y lo agitó para que se extendiese. Una vez listo, lo dirigió hacia el fuego y focalizó toda su atención para apartar las llamas a su paso.

En un principio no ocurrió nada. Pero, poco a poco las llamas se fueron alineando con el arma y dejaron un claro camino por el que la joven Ignis podía avanzar sin peligro alguno.

Caminó deprisa. No sabía cuánto tiempo lograría controlar ese artilugio.

Estaba entusiasmada. No podía creerse que, al fin, se fuese a encontrar con lo que el abuelo de Bruno y Nicole había definido como "su destino".

Una figura posada sobre una media columna dórica llamó su atención. Se acercó. Parecía un ave del tamaño de un águila con un plumaje que emitía destellos de un color rojo como en fuego. Su pico y sus garras parecían fuertes y elegantes. 

Se acercó más. Parecía un fénix, pero había algo que no terminaba de encajar en la mente de la chica. Era de piedra... ¿Por qué el abuelo de los Domadores le habría mandado a buscar una escultura de un fénix? No lo terminaba de entender, pero, seguramente, tendría algún tipo de retorcido significado. María alargó la mano para coger la figura de piedra, pero enseguida la retiro.

Estaba ardiendo. Parecía que todo ese fuego que había invadido la habitación provenía de ese trozo de piedra. ¿Cómo podía ser eso?

Un grito la sacó de sus pensamientos. No podía seguir perdiendo más tiempo ahí, debía de coger al fénix, o lo que fuese esa cosa, y volver junto al resto para ayudarlos en el rescate.

Se mordió el labio con todas sus fuerzas para soportar el dolor y cogió la figura. Nada más hacerlo notó como su cuerpo volvía a tornarse en fuego y la figura lo hacía junto a ella.

Trató de avanzar y de salir de la habitación, pero todo se volvió borroso. Cuando se convertía en fuego, muchas veces, dejaba de ser consciente de sus actos. Era como si otro ser tomase control de su cuerpo y ella, tan solo descansase, pero eso era algo que en ese momento no se podía permitir.

Trató de seguir consciente. Se aferró como en ese instante en el que estás a punto de despertarte, pero no terminas de poder abrir los ojos y luchas desesperádamente para mover un cuerpo que no te responde. Sin embargo, sus esfuerzos fueron inútiles. El cambio ya había comenzado.


Iuvenis  | #3 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora