Capítulo 10. Cómplice

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El grupo de rescate se encontraba en un pequeño habitáculo, estorbándose los unos a los otros. Angélica trataba de salir de la habitación abriéndose paso entre los cuerpos agolpados del resto hasta que, por fin, logró dar con una puerta colocada en una de las falsas pareces. Poco a poco todos fueron saliendo y ocupando la habitación de Javier Jaquinot.

María echó un rápido vistazo, todo estaba tal y como ella lo había visto la última vez que había estado en esa casa. Sonrió y no pudo evitar desviar la mirada hacia esa mesilla cuyo cajón le había provocado tantos quebraderos de cabeza. ¿Sabría el señor Jaquinot que ella le había robado ese libro? Volvió a sonreír como cuando un niño hace algo mal y sabe que no le han pillado.

—¿Todo el mundo tiene claro su función? —preguntó Mateo serio.

Todos respondieron un afirmativo sí, sin titubeo alguno. El señor miró de reojo a María, esperaba que la Ignis no se hubiese olvidado de su tarea. María asintió con la cabeza tratando de ser disimulada. Estaba nerviosa. No sabía qué debía hacer, ni a dónde debía ir ni con qué se encontraría. El abuelo de bruno no le había dado demasiadas pistas sobre su destino, pero aún así iba a confiar en él y en su propio instinto y esperaba no acabar demasiado mal parada.

Todos se dirigieron a la puerta de la entrada con sumo sigilo. No sabían si Ezequiel y sus hombres habrían entrado en la casa de los Jaquinot. Por suerte, el odio que procesaba por Javier era tan fuerte que ni se había acercado por ese lugar.

Una vez fuera, Mateo, Adrianna y Óscar se dirigieron hacia el lago, debían realizar la señal para que sus aliados en el internado supiesen que la misión había comenzado y que debían estar alertas. Además, también se encargarían de limpiar la entrada y salida a Barnor. Una vez tuviesen a Nicky no habría mucho tiempo para escapar y, siendo tantos, la mejor opción era irse por el acceso habitual. 

Dana, Gael, Angélica y Javier avanzaron hasta la plaza central. Ellos serían el cebo. Sabían que Ezequiel no se resistiría a ir a por ellos. Los odiaba demasiado como para poder razonar y darse cuenta de que tan solo eran una distracción para llevar a cabo el rescate.

María, Bruno, Claudia y Natheniel se dirigieron hacia la prisión. Clo, por desgracia, se la conocía demasiado bien. E, incluso, había llegado a entablar cierta amistad con algunos de los guardias, así que era la pieza clave para poder entrar y salir en el menor tiempo posible.

Los tres Domadores y la Ignis corrieron de forma silenciosa hasta llegar a la puerta. De pronto  una mezcla extraña de colores en el cielo llamó su atención. Se quedó pensativa, ella ya había visto eso antes. Sí, lo recordaba. Había sido el primer día en Barnor, justo después del juicio y de comer con Bruno y Nathaniel y, bueno, antes de incomodar al señor Jaquinot. Se mordió el labio inferior. ¿Sería esa la señal? Tenía sentido. Eso significaba que la señora Figueroa era parte del equipo, cosa que le aliviaba puesto que era su maestra preferida, pero también le hacía cerciorarse de que pasaban muchas más cosas de las que en verdad les estaban contando los adultos.

—María, ¿crees que puedes crear una explosión allí?—preguntó Claudia señalando un punto de la pared de la prisión.

Las palabras de la rubia sacaron a la Ignis de sus pensamientos y la metieron en un buen aprieto. Era cierto que había avanzado mucho con el control de sus poderes, pero esa esa una situación de vida o muerte, no había margen de error, ¿y si no lo conseguía?

Bruno dio un paso al frente.

—Yo me encargo.

—No—respondió Nathaniel.

María y Bruno le miraron contrariados, sin embargo Clo lo entendió a la perfección.

—Ella es parte del grupo, ¿no?—preguntó el Domador—. Pues, por una vez, dejémosle formar parte. Si no le dejamos demostrar de lo que es capaz nunca va a creer en ella misma.

Iuvenis  | #3 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora