Capítulo 19. La verdad de una vida

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Nathaniel arrastró a Nicole hasta la que había sido su habitación durante unos meses. La chica iba como alma en pena, sus pies se arrastraban por el suelo y su cuerpo no ponía resistencia alguna a la fuerza de Nate.

El domador le miró serio. Estaba más delgada, demasiado. Eso le preocupaba. Le horrorizaba pensar en qué tipo de tormentos habría sufrido Nicky en esa prisión. Y le apenaba que todo el rescate hubiese salido tan mal, no quería ni imaginarse como debía sentirse la pobre.

—Nicky —dijo tratando de llamar su atención, pero la chica parecía ausente. 

La morena tenía la mirada perdida y la cabeza le daba vueltas. Eran demasiados sentimientos a la vez. Entre lo de Dana, María y su padre no sabía cómo sentirse. Bueno sí que lo sabía, culpable. La culpa la estaba destrozando.

—Nicky, por favor —insistió él tratando de que esta reaccionase.

—Es mi culpa —Fue todo lo que ella pudo articular.

—No, no lo es —respondió Nathaniel cogiéndole de la barbilla y provocando que centrase su mirada en él—. La culpa es solo de mi padre, así que no pienses ni un solo segundo en culparte, ¿vale?

—Nate... —respondió ella con las lagrimas brotando sin freno.

—Tranquila —le susurró el al oído a la vez que la atraía hacia si mismo y la abrazaba con fuerza—. Todo mejorará.

Por unos instantes parecía que el mundo se hubiese parado; que solo estaban ellos dos en esa habitación; y que el horror de fuera era algo ajeno, pero no había tiempo para esas fantasías...

—María —dijo Nicky cogiendo cierta distancia y secándose las lágrimas con las palmas de sus manos.

—Estará bien —contestó Nate convencido.

Era cierto que, en un principio, la Ignis no había sido del agrado del domador, pero el tiempo había hecho que se ganase su respeto y cariño. Y la chica había demostrado que era más dura de lo que todos pensaban.

—Lo sé, pero no tendría que haber pasado por esto —reconoció ella desviando la mirada hacia el suelo.

—Ninguno debería, pero aquí estamos —confesó él.

Nicky se mordió el labio algo apenada. Entonces Bruno entró en la habitación con el rostro desencajado y se abalanzó sobre su hermana para abrazarla con todas sus fuerzas. Estaba perdido, roto y se sentía impotente.

—Con todo lo que ha pasado no te he dicho....

Nicky no le dejó terminar la frase.

—No hace falta que lo digas, lo sé —respondió ella sin soltar su abrazo.

Era la primera vez que Nicole veía así a su hermano. Estaba completamente destrozado y no se esforzaba por ocultarlo. 

De pronto, la puerta se volvió a abrir, y esa vez fue Óscar, quien entró. Bruno lo miró y se apartó de su hermana. El profesor no era de su agrado, pero en ese tiempo había comprendido que Nicky de verdad significaba algo para él y que nunca la dañaría. Sabía que el aqua lo había pasado muy mal este tiempo y, al menos en ese momento, no diría nada.

Óscar miró dubitativo a la joven. Quería abrazarla con todas sus fuerza, pero quizá ese no era el mejor momento. Él lo había pasado mal, pero entendía que Bruno era quien peor lo había pasado y quien más la necesitaba en ese momento. Sin embargo Nicky no lo dudo y corrió hacia él para abrazarlo.

Óscar se había convertido en alguien muy especial para ella, en un apoyo indispensable durante esos días que habían estado solos por las montañas.

Nate miró atento la escena mientras sentía una punzada en su estómago al recordar las palabras que Nicky le había dicho. ¿Y si sí que habían sido ciertas?, ¿y si la joven en verdad estaba enamorada de Óscar?

Pronto ambos cogieron algo de distancia. Nicky sonrió, se alegraba tanto de verlo bien, de que hubiese sobrevivido. Ambos se miraron en silencio, mientras Nate los contemplaba a ambos y Bruno desviaba su mirada hacia la ventana.

Y la puerta se volvió a abrir.

—¿Hay reunión y no me habéis invitado? —preguntó en tono burlón rompiendo el mágico y tenso momento.

Óscar negó con la cabeza. ¿Es que a Gael no le importaba nada?, ¿es que la situación no le afectaba?

—Yo me vuelvo a ver como está María —dijo Bruno.

—Sí, yo también voy —respondieron Nicky y Nate al unísono.

Pronto solo quedaron Óscar y Gael en la habitación.

—¿Qué? —preguntó el segundo al ver la desaprobadora mirada del primero.

—¿En serio?, ¿no te afecta todo lo que está pasando? —preguntó confuso.

Gael se encogió de hombros.

—Bueno, estoy acostumbrado a las peleas y a vivir huyendo —reconoció.

—¡Hay heridos!

—Tampoco es que sean muy cercanos a mí —Volvió a encogerse de hombros—. A la niña y la mujer apenas las conozco, y Javier cada vez se estaba volviendo más borde —añadió.

—Pero, ¿cómo puedes ser así? ¿Es que no te das cuenta de todo lo que la gente está sacrificando? ¡Están perdiéndolo todo! —trató de explicarle sin perder los nervios.

—Ya —Gael cogió aire—, pero yo ya lo he perdido todo —sentenció.

La intención del repudiado no era en ningún momento dar lastima al que había sido su mejor amigo, sino contarle una realidad. Explicarle por qué él veía la vida de ese modo, por qué las perdidas y el drama no le afectaban y por qué se escudaba siempre tras su sentido del humor.

Óscar se sentó en silencio. Durante ese tiempo siempre había dejado de lado a Gael por sus comentarios, habían pensado que era un egoísta a quien no le importaba nada ni nadie, pero nunca se habían parado a pensar en todo lo que él había sacrificado, en cómo había dejado su vida entera para cumplir un propósito y tratar de mantener a todos a salvo.

Iuvenis  | #3 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora