[Prólogo]

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    Recuerdo perfectamente el día en el que le conocí. 

    Era una fría tarde de febrero, concretamente el día veintitrés. Yo volvía del funeral de mi madre, Zöe Whitewolf, quién me había dejado cuando yo no debía tener más de quince años. Fue un día como cualquier otro. Yo volvía de la escuela y, nada más entrar en mi casa, la vi tumbada en el suelo, sin pulso, sin respiración, sin sangre. El pánico corroía mis entrañas. Llamé a la policía con el enorme teléfono que teníamos en la cocina y no tardaron en venir.

    Después de eso, cogí algo de comida, ropa, una bufanda a rayas rojas y amarillas que pertenecían a mi madre, y me escapé de casa. Lo hice porque mi padre había dejado nada más yo nacer, y al morir mi madre no me quedaba familia con la que estar. Como lo más probable era que me llevaran a un orfanato —un lugar, que por lo que había escuchado, era cruel e infame—, no pensaba quedarme allí más tiempo. 

    Quizás escaparme fuese una idea estúpida, pero acabó siendo la mejor decisión de mi vida. Después de sobrevivir unos días en la calle, escuché que se iba a celebrar un funeral para mi madre. No sabía quien lo pagaba, o incluso quién iría, pero decidí presentarme de incógnito. Al fin y al cabo era mi madre...

    Volviendo a ese veintitrés de febrero, mientras caminaba por los solitarios senderos del cementerio, y mis pensamientos volaban constantemente hacia preciados recuerdos con mi madre, notaba las frías lágrimas caer por mis mejillas. Llevaba puesta esa bufanda a rayas de mamá, aun conservaba su olor, la vainilla. Ella siempre olía a vainilla. Recordaba los días de lluvia, cuando hacíamos un chocolate caliente y ella me contaba impresionantes historias de criaturas mágicas, magos, brujas... Mamá estaba tan provista de imaginación...

    Respiré hondo y me sequé las lágrimas con las manos. Estaba a punto de doblar la esquina del camino cuando noté que algo me tiraba del colgante dorado que llevaba al cuello. Me giré con rapidez esperando ver un ladrón, pero lo que me encontré era un... topo. ¿Un topo? Era un pequeño animal parecido a un topo pero con un pico extraño con el que me había robado el colgante. Entonces echó a correr en dirección contraria a mi.

    —¡Eh! —exclamé. 

    El animalillo giró una esquina y yo corrí tras él, chocando con un hombre.

    —Perdón —me apresuré a decir mirando por encima de su hombro, buscando al topo con la mirada. Pero no lo veía por ninguna parte.

    —¡Mierda! —susurré.

    —¿Busca algo,señorita? —preguntó el hombre.

    Por primera vez me fijé en él, tenía el pelo entre castaño y pelirrojo, millones de pecas esparcidas por su cara, unos preciosos ojos verdes y no debía pasar de los veinticinco años.

    —Emmm... sí —afirmé—. ¿A visto usted un topo con un colgante dorado en las patas?

    Él abrió los ojos como platos y dejó la maleta con la que cargaba en el suelo, abriéndola. La tapa no me dejaba divisar lo que había dentro. Se agachó frente a su maleta y comenzó a rebuscar y susurrar algo como "Nifres" o "Niques". Pensé en volver sobre mis pasos y alejarme de ese hombre que definitivamente estaba loco al hablarle a su maleta, pero me picaba la curiosidad, así que esperé unos segundos antes de que el hombre sacase al animal de su maleta.

    —¿Qué coño... ? —tartamudeé.

    El chico levantó la mano hacia la tripa del topo, moviendo los dedos con rapidez. El animal emitió algo como una carcajada y de un bolsillo extraño que tenía en el vientre empezaron a caer objetos brillantes, desde monedas hasta candelabros, entre ellos mi colgante. El hombre metió al topo en su maleta y recogió mi colgante del suelo.

    —Soy Newton Scamander —dijo, tendiéndome el colgante—. ¿Y usted?

    Se lo quité con brusquedad.

    —¿Qué era eso? —pregunté—, el animal.

    Newton me miró extrañado.

    —Un escarbato —dijo con normalidad—, mi escarbato Niffler.

    —¿Un qué?

    Sonrió, tímido, mostrándose nervioso.

    —Estudias en Hogwarts, tienes que saber lo que es un escarbato.

    —¿Que estudio dónde? Oye, eres raro.

    —La bufanda que llevas... es de Gryffindor.

    —¡No! —exclamé—. Era de mi madre.

    Newton me miró con preocupación.

    —¿Quién es tu madre?, ¿dónde está?

    Sentí un escalofrío. Los ojos se me llenaron de lágrimas y se me cerró la garganta.

    —Zö... Zöe Whitewolf —confesé con dificultad—. Ella está... está muerta.

    Me observó con pena, pero había algo extraño en sus ojos, algo que parecía... ¿emoción?

    —Tú eres Annie Whitewolf, ¿verdad? —dijo.

    —¿Cómo sabes mi nombre? —pregunté mientras una fría lágrima caía por mi mejilla.

    —Es una larga historia —dijo—, ven conmigo.

    —Oye, oye. Te acabo de conocer —razoné—, no me iré contigo porque si.

    En su cara se mostró una expresión de decepción. Es increíble lo expresivo que era, aunque normalmente parecía tener una actitud tímida y nerviosa. Miré a sus ojos esmeralda, sabía desde pequeña que no debía confiar en desconocidos, pero este tenía algo especial, además, no tenía donde ir y de todos modos ya no era tan desconocido, ¿no?

    —De acuerdo —dije—. Iré contigo.

    Una sonrisa se mostró en su rostro.

    —Entonces, vamos.

    Cogió su maleta y caminó hacia la salida del cementerio, me apresuré a seguir sus largos pasos.

    —Oye —lo llamé.

    —¿Sí?

    —¿No te parece que Newton es un nombre un poco largo?, creo que yo te llamaré Newt.

    Me miró sorprendido.

    —Nunca me han puesto un apodo...

    Sonreí.

    —Pues ahora ya lo tienes.

    —Newt —susurró—. Me gusta.

    Y así comenzó mi historia, desde cero, en el mundo mágico.




[Animales fantásticos] El secreto del lobo albino |Editando|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora