La dama y el Ráptor.

En el campo. 1#

Quiero contarles acerca de una historia de amor que ocurrió hace muchos años atrás, entre una campesina, hacedora de pasteles y repostería y un chico que tenía bajo la espalda una singular cola de dinosario, rubio de ojos claros azulinos que simplemente sabría amar a la futura familia que tendría con esta chica que tenía algo especial.

Diego se caracterizaba por tener buen porte, ser un chico revoltoso y lo que más amaba, era montar a caballo, su mejor amigo Silver Bullet siempre lo acompañaba a todas partes. Aún así, un día, participando de una carrera clandestina por un poblado rural por la suma de 10.000$ Dólares, quiso tomar un atajo para adelantar a cinco caballos más competidores, pero su resultado no fue óptimo. Recorriendo un estrecho camino de barro, sus ojos se maravillaron al mirar al cielo, enmarcado por las agraciadas ramas de los árboles que se mecían con el viento, siempre verdes. Luego se concentró en el camino, el cual no tenía una dirección definida, hasta que al cabo de unas dos horas sin poder encontrar la pista o alguna señal, algún ruido de galope o algún relincho ajeno que le alertara, en un prado, encontró una cabaña solitaria. Tan sólo dirigió a su caballo hacia allí para al menos preguntar dónde se encontraba.

—Quizá haya alguien que me ayude, ruego por mis patitas de dinosaurio.

Dijo para sí mismo, aproximándose a la morada.

Mientras tanto, una mujer cubierta con una manta roja, recolectaba frutos silvestres a unos cuantos metros de la cabaña, los racimos de moras se le escapaban entre los dedos y se pinchaba un par de veces con el tallo al no poder observar muy bien, además se encontraba sola, aparte de un grupo de gallinas que la seguía de cerca, picoteando la tierra en busca de lombricillas junto a sus pollitos. La mujer oyó el golpetear de unos cascos equinos aproximándose a lo lejos, a lo que pensó que era alguno de sus caballos.

— ¡Ya te escapaste de nuevo Minos! — Dijo ella, aquel era el nombre de su fiel amigo equino, pero tan solo sonrió, confiada en que sería él, pero una voz gruesa llamó su atención.

— Disculpe. . .¿Sabes qué sitio es este? Iba en el Campale Derby pero creo que me he perdido— El joven Diego deslizaba entre sus cabellos rubios sus dedos enguantados, apartando los mechones de éstos en un toque orgulloso. La chica cesó en su quehacer, dejando la canasta a un lado. Primero retiró su manta, se puso de pie y al voltearse, la luz del sol hizo brillar aún más sus irises marrones llenas de vida pero sus pupilas estaban algo difusas, sus labios sonrosados perfectamente perfilados y su pálida piel. El viento mecía sus cabellos azabache semi-cortos pero no se molestó en despejarse el rostro.

— Creo que te has perdido jovencito. —Repitió ella con gracia, a lo que Diego frunció el ceño ¡Era obvio! pero fuera de su molestia, observó la belleza de la mujer y quedó simplemente anonadado por sus finas facciones, tan lindas, era simplemente hermosa, y él tan gallardo, alejaba a todas las damiselas que querían ser su novia, pues simplemente no le interesaban. Todo era por el dinero ¿o no?. Luego de espabilar, tosió y cubrió sus labios con su diestra hecha puño.

— Claro que sí ¡Se lo he dicho señora! —En un tono de voz molesto, respondió.

— ¡Primero deberías presentarte! Y en segundo lugar ¡Señora no soy! y tercero ¡Estás en propiedad privada! — La chica dijo con un fingido tono de autoridad, pero era obvio que bromeaba.

— ¿¡Ah!? ¡Estoy más que claro! ¡Pero estabas muy lejos como para gritarte "AYUDA ESTOY PERDIDO"! ¿O NO? — Intentaba no sobrexaltarse, pero ya la mujer le sacaba de sus cabales. — En fin, mi nombre es Diego Brando, vengo de Inglaterra, ahora dime en dónde estoy.

— Cuarto lugar, se dice "por favor" — La chica se acercó al caballo, y le acarició la quijada, ofreciéndole una zanahoria a la vez. — Tú eres más educado que el patán de tu dueño ¿no?— Silver sólo movió la cola en señal de aprecio, mientras Diego tenía un severo tic en su ojo izquierdo ¿Qué se creía esa mujer?