7 - Los 7

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– Llegaste tarde. Son las cuatro.
– Después te cuento –dijo sin la más mínima intención de hacerlo realmente y condujo Octavio a la calle, rumbo a la casa de sus amigos.

La madre de Jerónimo y Marina estaba tendiendo la ropa en el patiecito trasero, por lo que no alcanzó a escuchar el timbre cuando ellos llegaron.
– Adianchi... –Los invito Jerónimo con una reverencia.– Tardé en abrir porque estaba arriba y mi mamá atrás –los acompañó–. Pasen al living donde están los vagos que yo ya vengo.
Mientras Marcos y Octavio se dirigían a la sala de estar -como la llamaba a su madre-, Jero fue hasta la cocina, preparó jugo y, ayudándose con una bandeja de plástico, volvió a la habitación.
– Acá hay algo para los que tienen sed. Hace un calor de la San Puta.
– Gracias. –Marcos ya se había adelantado a tomar un vaso mientras que Octavio permanecía callado. El otro chico, Pancho, ya se había presentado, pero faltaba uno.
– ¿Dónde está Pablo? –preguntó Jerónimo, ya instalado en el sillón.
– En el baño. Ya viene.
Y pasó lo inevitable: todos quedaron en silencio. Eran chicos de pueblo y no estaban acostumbrados a tratar con foráneos.
– Me llamo Jerónimo. Me dicen Jero. ¿Vos sos Octavio, no? –era lo más estúpido que se le hubiera ocurrido decir. Parezco Forrest Gump, se reprochó
Octavio asintió lentamente con la cabeza, sin pronunciar palabra. Hasta que por fin habló – Y vos sos el hermano de la gurisita que mataron.
Marcos palideció y empezó a toser fuertemente atragantado con el jugo. Escupió parte en la alfombra y la mesita ratona. Su color había pasado del blanco al rojo furioso en pocos segundos. ¿Qué le pasaba al nuevo? ¿Por qué actuaba de aquella manera?
Mientras, Pancho observaba la escena vigilando muy de cerca al colorado (por las dudas, de repente no le caía muy bien).
Jerónimo se acercó a su pequeño amigo y comenzó a palmearle la espalda. Luego se dirigió a Octavio. – Mariela murió el mes pasado. La asesinaron el 4 de diciembre y, dos días después, fue encontrada bastante destrozada a orillas del río. –Sus ojos no pestañaron una sola vez mientras dijo esto. No hubo reacciones violentas, ni expresiones dolorosas. Sólo la cruda verdad y el fastidio en su semblante cansado. Odiaba que le sacaran el tema. Las heridas aún sangraba y la cicatrización iba a tardar unos cuantos años más -sino toda una vida- ¿Por qué la gente se empeñaba en hurgar una y otra vez detrás de las vendas?
– Creo que a veces soy demasiado directo –fue el intento de disculpas del grandote.– El primer día que llegué acá, me recibieron con su funeral. Una bienvenida oscura. Y, para serte sincero, el tema me viene dando vueltas en la cabeza desde hace rato. Quería sacarmelo de encima de una vez.
– No es una buena apertura para una conversación –espetó Jerónimo–, pero dado que ninguno de nosotros parece estar acostumbrado a la socialización, puede atribuirse un poco a los nervios.
El discurso de Jerónimo tenía cierto tono soberbio. Incluso Pancho esperaba que se armara la rosca de un momento a otro. Pero no pasó nada. Los ánimos empezaron a entibiarse, la charla empezó a hacerse un poco más fluida y, cuando menos se dieron cuenta, ya estaban haciéndose amigos.
Ahora el grupo contaba con dos personalidades fuertes que con el tiempo podrían llevarse muy bien.

A los pocos minutos apareció Pablo, hablando guasadas referentes al baño. Enseguida se unió al grupo. Se presentaron y estuvieron charlando sobre juegos de video por más de una hora. Era impresionante -pensaba Pancho- lo bien que podía portarse Pablo frente a desconocidos. Debería tener las siglas R.R.P.P. tatuadas en la frente.
En un rincón, Marcos se encontraba ensimismado en los terribles recuerdos de aquella mañana. Debía contárselo a los chicos... Más tarde, cuando estuvieran todos, reconsideró. Seguramente las chicas estarían por llegar.
– ¿Y? ¿Ya conoces a la hermana de Jero? –preguntó Pablo, como leyendole la mente a Marcos.
Octavio sacudió la cabeza. – No. No creo haber tenido el gusto –sonrío con los ojos.– Conocí unas minas los otros días, pero ya me olvidé de Cómo se llamaban.
– Pablo... –Jerónimo advirtió al ruso con un gesto que mostraba claramente los celos de hermano.– Dejá a Rina en paz.
– ¿Rina? Me suena... –alcanzó a expresar Octavio.
– ¡No sabés lo que es! –exclamó Pablo entusiasmado. Era un mete púas de profesión.– Tiene una delantera así... – sus manos redondeaban las curvas delante de su pecho y las agrandaban a medida que las describía. Todo sin dejar de mirar de reojo a Jerónimo, presto a la carrera en cualquier momento.
Delante suyo, Marcos y Pancho se destornillaban de la risa observando las caras de Fernanda y Rina, atónitas las dos a espaldas de Pablo. Marina estaba colorada como un tomate.
Jerónimo codeó fuertemente a su amigo – Pará porque vas en cana.
Todos rieron a coro, menos las chicas y Pablo. Fernanda se adelantó al living y exclamó entre divertida y encolerizada – ¡Pero mírenlo ustedes al calentón este! Tanto Venus, tanto Venus... que termina al palo todo el día. ¿Por qué no te desquitas de una vez con alguna de esas pobres flacas que tenés por novias y nos dejas a todos tranquilos?
Más risas. En el pueblo cargaban a Pablo por ser uno de los pocos que contaban con DirecTV. No solamente lo trataban de careta (tener un poco de plata y darse alguno que otro lujo le llevaban indefectiblemente a esa denominación), sino que era objeto de puterío el saber que podía ver canales eróticos que nunca se habían transmitido en la historia del lugar. Ahora a Rina se le había pasado un poco la vergüenza. Fernanda estaba allí para salvarla de las eternas cargadas de Pablo. Pronto notó la mirada que se posaba en ella desde el otro lado de la sala.
– ¿Octavio? –dijo, asombrada.– ¿Qué hacés vos acá?
Solamente Pancho alcanzó a ver el suspiro y la mirada al cielo raso de su hermana melliza. A pesar de ser varón y no entender mucho del tema, pudo captar gran parte de lo que estaba sucediendo.
– ¿Cómo? ¿Ya se conocen? –preguntó Marcos desde la esquina. Los celos brotaron como fuego de su interior. Rina siempre le había gustado, sólo que se consideraba demasiado petiso como para largársele.
– Sí –respondió Octavio y luego, dirigiéndose a Jerónimo– A tu hermana casi la pisa un auto la otra vez, sino fuera porque la salvó ella –señaló a Fernanda.
Pablo río por dentro. Era evidente que Octavio se había enganchado con Rina sin siquiera fijarse en Fernanda. El chico no recordaba su nombre.
Cómo lo había adivinado el Ruso, esto molestaba soberanamente a Fer. No por celos a su amiga -en realidad se alegraba por ella-, pero el hecho de que no se la tomara en cuenta la irritaba, pues no estaba acostumbrada a ello. En este sentido, era igual que Pablo.

Los 7 de Santa MaríaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora