Y hoy, mis fanáticos, les tengo preparados cuatro HITS que vienen pegando fuerte este verano: uno de Christina, otro de Ricky, otro de Britney y, para variar, otro de Jennifer. Un poco más y ya nos estamos pareciendo a la 100 con el repertorio pop.
Pero antes de pasar a la música, quisiera hacer una advertencia para todos los locos bajitos de Santa María: MANTÉNGANSE ALEJADOS DE LOS TURRRRBIOS!!!
Ya está.
Ahora que les avisé, y para entrar en pequeños detalles, les comento que están pasando varias cosas raras en nuestro pueblito. Muy onda "Cuentos de la Cripta". No es que se vean muertos vivos de Romero en el súper o nonas de sombreros puntiagudos volando por ahí –aunque conozco algunas ladies que podrían pertenecer al Clan de la Escoba–, pero sí están pasando cosas muy locas por el estilo. Todo maaaaaal, che. Así que, muchachos, a andar con cuidado que, como diría Pergollini, hay mucho garca –¡Cof! Psicópata ¡Cof!– dando vuelta.
Quien les habla, el Chavo Álvarez, les anuncia que ¡seguimos con la miusic! Acá, en FM Red, la 97.5 de Santa María...–¡¿Qué carajos estás tratando de hacer, Gustavo?! ¿Acaso te dio un golpe de calor o te caíste de cabeza de la cama esta mañana? ¿No te das cuenta de que acabás de alarmar a todos los turistas del camping con tus pavadas sobre psicópatas? ¿En qué estabas pensando? ¡Por Dios!
– Vamos, Hock, lo de los asesinatos ya es box populi. Me pareció medio hipócrita no opinar nada al respecto...
– ¡Vos no sos periodista! ¡Sos un puto DJ de cuarta! –le gritó el Gringo. Luego sacó su pañuelo del bolsillo y se enjuagó la frente. Encima que el calor lo estaba matando, ahora el maldito hippie amenazaba con provocarle un infarto.
Intentando bajar un cambio, volvió a interpelar al locutor – Escuchá, capáz tengamos suerte y se lo toman a broma, pero... ¿Y si no es así? Mirá si se espantan... El tema de los asesinatos es una cuestión delicada. No nos conviene para nada que vos empeores el asunto, ni a mi, ni a los comerciantes. Te van a querer colgar de las bolas...
Gustavo –el Chavo, como todos lo conocían, excepto que Hock era como esas madres que tenían que llamarte por el nombre del DNI para que supieras que te estaba amenazando–, se acomodó en la silla y hurgó en el bolsillo de su camisa por un cigarrillo. Mientras lo prendía, el intendente daba vueltas y más vueltas en su oficina. Sus pesados pasos se escuchaban como truenos sobre el viejo suelo de madera.
Por fin, el mediático habló – Si yo no ando mal, me parece que el asunto ya empeoró hace rato. Dos nenas y una adolescente, muertas. Dos gurises desaparecidos hace ya un mes, y una chica que dice haber presenciado el asesinato de un hombre a orillas del río...
– Todavía no hay nada confirmado o comprobado sobre eso último –se apresuró a responder el otro–. No se encontró ningún cadáver.
– Pero la denuncia existe, y no creo que Briosso se pierda una oportunidad como esa para seguir publicando. El tema de los asesinatos la tiene obsesionada.
– Esa turra no va a publicar nada más sobre el caso. No después de la charla que tuve con ella hace unos días.
– Si se lo pediste con buenos argumentos, puede que te haga caso. Es intrépida pero no estúpida.
– Más le vale, si quiere mantener ese juguete de laburo que tiene.
– Está bien... Está bien... Quedate tranquilo –alzó las manos en gesto conciliatorio–, ni Briosso ni yo vamos a agregar una palabra más al asunto. Al menos, hasta que termine la temporada turística. No necesitamos agregar también una sequía económica a este verano de mierda.
Hock lo evaluó desconfiado. Aún así, no le quedó otra que tomar su palabra.
– Así lo espero, Gustavo –dijo, no sin deslizar un tono amenazador entre los dientes. Se preparó para salir.– No saben la que se les va a armar si deciden hacer lo contrario –concluyó, y dió un fuerte portazo al salir de la precaria estación de radio.
Ahora sí que metí la pata, pensó el Chavo, observando a través de la ventana al intendente al momento en que éste arrancaba su auto y se alejaba; nunca fui un hombre de palabra.
Escuchó las llaves sobre la puerta. Era su padre, y llegaba enojado a juzgar por la fuerza de sus zancadas. ¿Quién sabe con qué acusación le vendría esta vez? Estaba seguro de haber guardado la bici y que el pasto estaba prolijamente cortado desde la mañana anterior. No existía razón para que se las agarrara con él.
– ¡Pablo! –sintió el vozarrón desde el living. El hombre con la menor paciencia del universo clamaba su presencia, por lo que se dirigió hacia allí lo más rápido que pudo; necesitaba que estuviera de la mejor onda posible para que lo dejara ir de camping a la semana siguiente.
– Quep –anunció al entrar a la habitación. Él lo estaba mirando fijamente desde el bar. Tenía un vaso lleno de whisky en la mano y, al parecer, tenía la intención de tomárselo todo de un saque. Esta vez pasaba algo realmente malo para que su padre bebiera en pleno mediodía; sólo lo hacía cuando los problemas distaban mucho de una solución rápida.
– Es "qué", no "quep". Hablá bien, carajo. Y decile a tu madre que me prepare el bolso que tengo que ir a Paraná. No vuelvo hasta el lunes de la otra semana.
– Mamá no está. Se fue a lo de la abuela por unos días. ¿No te acordás?
¿Por qué tenía que formar parte de una familia tan de mierda? El viejo no tenía idea de qué hacía su mujer ¿Por qué habría de prestarle atención a su único hijo? Solamente le sirvo para los mandados. Debería contratar gente, pero yo le salgo gratis.
Su padre hizo una larga pausa, bebiendo del vaso, hasta continuar. – Preparalo vos, entonces. Después llamá a la señora Domínguez y decile que te quedás todo el fin de semana con ella. ¡Y que no me entere que saliste de joda! –añadió amenazante.
– Pero... Yo tenía planes para este sábado y...
Lo interrumpió. No fueron necesarias las palabras. Un solo movimiento de su quijada lo dijo todo. Y agregó, con una sonrisa gélida que hizo que Pablo lo odiara aún más. – Yo me entero de que te escapaste y te la arreglás con mi cinto ¿Entendiste?
Pablo no se animó a responder. Todo su sarcasmo, todo su orgulloso carácter desaparecían en proximidad de su viejo. A pesar de ser un chico alto, su progenitor lo sobrepasaba ampliamente en altura y peso, características de las que nunca dejaba de tomar como ventaja. Era un gringo que rondaba los dos metros de altura, al que nadie en Santa María se atrevía a contrariar.
– ¿Entendiste? –repitió más fuerte. El vaso de whisky descansaba vacío sobre la mesa ratona.
– Sí, señor –pronunció Pablo la respuesta adoctrinada con la vista fija en el piso. Su padre era el único capaz de humillarlo de aquella manera, haciéndolo sentir tanta poca cosa, provocándole miedos que no había experimentado jamás en cualquier otro lugar o con cualquier otra persona. Lo odiaba con el alma, y se odiaba a sí mismo también por no contar con la fuerza suficiente para terminar con aquella situación.
– Bien. Ahora, apurate que quiero salir lo antes posible.Antes de dejar la habitación, Pablo observó cómo su padre llenaba otra vez la exorbitante medida de alcohol. Va a manejar borracho, reflexionó. Una sonrisa asomó a sus labios e inmediatamente pidió disculpas al Cielo. Pero, por Dios, que internamente lo deseaba. Ojalá se mate en la ruta, terminó autoconfesándoselo.
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Los 7 de Santa María
HorrorUna localidad entrerriana sufre horribles infanticidios que atormentan a su población, mientras un grupo de chicos va descubriendo poco a poco que los mismos están vinculados a fuerzas paranormales y a una historia que se repite cíclicamente.