9 - Esa banda de inadaptados

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Los días que siguieron a la partida del intendente Hock fueron bastante tranquilos en Santa María. No existían noticias nuevas sobre el caso que asolaba a la población y, careciendo de más datos, las chusmas no tenían otros temas de conversación que la calor y las varices que me están matando y ya no se aguantan estos porteños... y bla bla bla. Más allá de esto, flotaba en el ambiente una serenidad desacostumbrada.
El pueblo era tranquilo, sí, pero hasta los chicos se comportaban de forma extrañamente calma. Las entradas regulares de turistas no habían cambiado, la gente seguía tomando mate en las puertas de sus casas y yendo a misa los domingos, el supermercado recibía la clientela acostumbrada a las mismas horas pico de siempre... Sin embargo, algo inquietaba a los más viejos.
En épocas anteriores, ellos habían sido criados en una sociedad donde la brujería formaba parte de la vida cotidiana. Por alguna razón, intuían que este -por así llamarlo- descanso de todo lo que había acontecido en el mes anterior, no era más que la calma que precede a la tormenta. Podría durar varios días, hasta un mes si así lo requería el hechizo, y todo dependía de la relación entre tiempo y perjuicio que se quisiera lograr. A mayor tiempo de incubación, mayor daño resultante.
Uno o dos de ellos lo comentaban en forma frecuente más nadie les hacía caso. Están viejos, se compadecían. Y luego se lamentaban al pensar en la mala jugada que la ancianidad podía hacerle algunos cuando pasaban de los ochenta y cinco.
Los demás ancianos aguardaban callados la explosión. Eran más listos y no querían que se les tratara de orates. La sociedad condena los que buscan ciertas verdades y trata de locos a los que intentan comunicarlas, reflexionaban. Es por esto que ninguno de ellos tocaba el tema de la posible relación entre los infanticidios, lo que indicaba la extracción del cuero cabelludo, el desmembramiento de las víctimas... Un todo que agrupaba las condiciones exactas para que se lo identificase como un simple caso de brujería. Aunque todavía no se conocían sus razones u origen.
Lo único que a estas personas les quedaba por hacer era la oración, los amuletos, el cuidado de cerca de los nietos y la espera, la larga espera... Algo para lo cual los viejos se sentían muy entrenados.

Mientras tanto, los turistas iban y venían con sus casillas rodantes, sus carpas, bolsas de dormir y millones de bulliciosos pequeñitos que amenazan con romperle los tímpanos a todo aquel que no los contentase con sus dame-dame y comprame-comprame.
Las mujeres, ataviadas con sus calzas y remeras baratas, y sin soltar el pucho día y noche,  se la pasaban quejándose de los mosquitos y de lo pelado que estaba ese pueblucho que ni siquiera tenía un shopping y ¡nene quedate quieto de una puta vez!
Los hombres, aunque no muy lejos de formar parte de la histeria de sus mujeres, se recreaban en sus asados y el Truco, alejados de la carpa y la incesante inquietud de sus chicos, gritando y riendo fuertemente sus triunfos o derrotas en el juego.
El camping Arrayanes era un territorio aparte del pueblo. Nadie se involucraba con los foráneos, a no ser por cuestiones estrictamente comerciales. Ni siquiera se les dedica un saludo de buen día por las calles, como era costumbre entre pueblerinos. Bastaba con que se escuchara un solo "¿vistes?" para que los habitantes de Santa María dieran inmediatamente la espalda a los visitantes.
Sin embargo, el pueblo era muy concurrido por estos turistas, en su gran mayoría, provenientes de Buenos Aires (porteños, era la generalización). Era común que llegaran familias enteras de paso, cuyo destino final podía ser Cataratas, Brasil o Uruguay... las casas rodantes y las carpas eran la solución para no pagar un hotel y todo cerraba si se encontraba en el camino un camping tan agradable y completo en servicios como aquél.
Hacía décadas que los pueblerinos venían desarrollando un desprecio creciente por los bonaerenses. Podría decirse que desde la guerra entre Unitarios y Federales, ese sentimiento no había dejado de latir en todo el Interior. Y Santa María no era la excepción, con el agravante de que los enfrentamientos continuaban mucho tiempo después de amainados los conflictos originales. En la actualidad, ambas facciones argentinas se enfrentaban no en un campo de batalla sino en el terreno del comercio, un campo quizás más cruento que el anterior puesto que, a pesar de encontrarse en una posición tan destacada como es la Oferta, los lugareños lo tomaban como un humillante puesto de servidor.
Muchos chicos odian a los porteños, algunos de ellos aún sin conocerlos. El rencor había pasado de generación en generación, del abuelo al padre, del padre al hijo y así la cadena con su ciclo. El estilo altanero, sumado al trato nervioso de los turistas, no ayudaba cambiar esa forma de juzgarlos. Y las malas lenguas contribuían a aumentar las características negativas del estereotipo, centrando la atención de los jóvenes más agresivos en un solo deseo: que desaparezcan todos los porteños.

Los 7 de Santa MaríaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora