10 - El campamento

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— Pablo... todos tenemos que aportar para devolver a Fernanda la compra en el super.
El chico miró a Marina, después a Fernanda, y luego a la impresionante cantidad de víveres y golosinas sobre la mesa. Porque acampar da mucha hambre, la excusa de Fer.
— Sí ¡pero yo no pedí que se gastara un aguinaldo en tantas porquerías! —dijo, desafiando a la chica—. ¡Ni que nos fuéramos por un mes!
Casi al mismo tiempo, las chicas comenzaron a frotarse el codo mirando distraídas al techo. Marcos aguantaba la risa con la insinuación, mientras Octavio seguía divertido la cargada al rubio. 
Fernanda se le acercó. — Encima que nos metimos en flor de pelea con la patota de Gastón; que a Susana casi le da un infarto cuando vio cómo le quedó la cara al pobre Jero; y que no sé cómo logramos conseguir tantas ofertas juntas... ¡Vos te venís a quejar por unos pocos centavitos! Vamos, Rusito... —entonó, mientras extendía la mano con una sonrisa en los ojos—. Poniendo estaba la gansa...
De muy mala gana, y ante las tentadas poco disimuladas de los demás, Pablo buscó dentro de su billetera fluorescente con velcro, unos pulcros 5 pesos con 50 centavos que terminó entregando a su amiga. Unos pocos centavos, se lamentó sarcástico. Y antes de que Fernanda lograra guardarlos, asió su muñeca, frenándola, para argumentar con expresión picaresca — Conste que agregué una propinita extra para que te compres algo lindo para lucirme, bebé...
Fernanda se soltó violentamente de la mano que la apresaba. No había nada que la hiciera explotar más que el machismo de Pablo (y lo peor era que él lo sabía muy bien). — Todavía no se creó la trilogía que explica el ASCO que me das.
Pablo respondió a su insulto con una mano en el pecho y cara de compungido, lo que la obligó a esconder una sonrisa. No había caso, por más estúpido que fuera, sus encontronazos siempre le terminaban cayendo graciosos. 

Comenzaron con los preparativos. Un grupo se dedicó a guardar en las mochilas las carpas, las bolsas de dormir, las linternas y todo lo necesario para armar el campamento, mientras que otro se encargó de preparar los sandwiches y envolverlos, cargar jugo en un termo y dustribir y ubicar todos los paquetes de víveres en un bolso. Por supuesto, no olvidaron lo imprescindible: el mate. 
Salieron a media mañana de la casa de los Vásquez. Las chicas detrás, con el portatermo, parloteando sobre qué chicas de la escuela se habían puesto de novio ese verano; los más fuertes, Jerónimo y Octavio, cargando el peso de las mochilas sobre sus espaldas. Mientras que Pablo y Pancho compartían las asas del bolso de los víveres, sin perder la oportunidad de correr en zig zag para patear cada piedrita que se les apareciera en el camino.
— Sigan así y van a partir ese bolso en dos —auguraba Marcos, sin nada que cargar más que su personalidad amigable. 

Pasaron por el vídeo club y Pancho comentó la idea de la noche de pelis; se hicieron planes y algunos pusieron excusas, pero la mayoría acordó en reunirse antes de que terminara el mes. 
Al llegar al Puente Las Rosas, Pablo y Pancho amagaron con arrojar a las chicas al agua. Después de gritos, carcajadas y forcejeos, las dejaron finalmente en paz. 
— ¡No dan más de pendejos! —acusó Fernanda mientras Rina intentaba acomodar su cabello otra vez en una trenza. 
"Pendejo, pendejo, te la pongo y te la dejo, en la cama de tu viejo, mirate en el espejo el agujero que te dejo" —corearon los dos insoportables mientras corrían para que no los alcanzaran.  
Jero y Octavio reían a más no poder la conducta de sus amigos, mientras Marcos ya se encontraba doblado y sin aliento. 
— Creo que van a seguir cantando esa guazada sin sentido hasta que pasen los cuarenta —suspiraba Rina poniendo los ojos en blanco. 

Siguieron caminando. Ahora sentían el bullicio de los niños y sus madres lidiando con sus modales a la hora de comer. Un delicioso aroma a asado inundaba el aire. Más allá, una familia sentada a la mesa se disponía a servirse un abundante almuerzo. Cantidades de carnes con ensaladas, tartas, hamburguesas, panchos... se veían por doquier. Una parrilla albergaba una inmensa boga a la pizza.  
A los mellis se les iban los ojos. Ya estaban a mediodía y ellos ni siquiera habían desayunado; para colmo, los demás no parecían demasiado apurados por plantar campamento y no paraban de caminar.
— ¿No podemos parar acá para comer, Jero? —sugirió suavemente Fernanda, aunque sin lograr ocultar el tono de súplica. Se le hacía agua la boca viendo las comidas y su estómago clamaba audiblemente por algo de alimento.
— ¿No te dije? —aprovechó para meter cizaña, Pablo—. ¡Traés minas y no hacen más que quejarse!
Fer le dirigió una mirada furiosa.
— Vamos, Fer... —una pequeña gota de sudor bajaba por el cuello de Jerónimo como resultado de aguantar el peso de la mochila. Él también comenzaba a sentir el cansancio y el hambre, pero debían seguir—. Aguantá un ratito más. 
— Pero... ¿no veníamos al camping? —insistió la chica viendo que en cualquier momento lo pasaban de largo.
— ¿Sos loca vos? ¿Con todos esos porteños? —Pablo la miró despreciativamente, de arriba a abajo. Fer sabía qué insinuaba esa mirada pero esta vez hizo caso omiso de la afrenta. 
— Vamos a acampar a unos 2 kilómetros de acá —explicó Jerónimo—, en un lugar que conozco. Más tranqui.
— Pero no voy a aguantar caminarme dos kilómetros más con este portatermo... ¡debe pesar como diez kilos! —volvió a la carga.
— ¿Quién? —preguntó Pablo.
— El portatermo, idiota.
— Quién... te preguntó —la completó el otro, mientras chocaba palmas con Pancho.
— Ja... Ja... —replicó Fernanda con hastío no sin antes dirigirle una acusadora mirada de traición a su hermano. Solamente con mucha práctica aquellos dos zánganos podían llegar a ser tan insoportables. Siguió callada el resto del trayecto.

Ahora Rina se hizo responsable de la carga de su amiga para alivianar su marcha; tarareando a su paso una canción de Los Cadillacs. Sus cabellos brillaban a la luz del sol del verano, y el resplandor hacía resaltar el tono verdoso de sus ojos pardos, tornándolos esmeraldas. Su andar suave y delicado hacía que se viera como si apenas tocara la superficie, mientras la remera de Mickey le quedaba dos talles más grande sobre las calzas grises que denotaban sus delgadas piernas. Parece tan frágil, pensaba Octavio, y esta sola impresión aumentaba sus deseos de protegerla por siempre.   
Marcos también observaba fugazmente a Marina, aunque ni siquiera se animaba a acercársele. Hacía tiempo ya (una semana era una eternidad en vacaciones) que se había percatado de lo que empezaba a surgir entre ella y el Colo. Había mucha onda por parte de los dos, lo que no  dejaba lugar para él en esa ecuación... ni como amigo. Su despecho no se lo permitía.
Fuera del triángulo insospechado para el resto, Pancho y Pablo habían vuelto a las andadas pero, esta vez, con un objetivo: molestar a Jerónimo. Así, éste tuvo que comerse decenas de empujones, amagos de zancadillas y piedritas en la cabeza hasta que acabaron con su paciencia y terminó cargándoles las pesadas mochilas sobre sus hombros en reprimenda.  

Y, finalmente, llegaron.
— Es acá —proclamó el morocho y, de un cansado suspiro, los demás se deshicieron de la carga. 
El lugar daba a una gran olla, rodeada por pequeñas cascadas y grandes rocas. Las aguas parecían profundas por lo que no existía peligro de impactar contra algo en una zambullida. La rodeaba un gran número de sauces y otras clases de árboles que les brindaban una sensacional sombra.
— ¡El último en tirarse es culo de perro! —gritó Pancho, deshaciéndose de la remera y las zapatillas más rápido que Superman en cabina telefónica. En un segundo estaba disfrutando de la frescura del agua. Más allá, un pequeño brazo conectaba a Paraná con la olla, pero su corriente no tenía suficiente fuerza como para arrastrar algo; así, el melli podía nadar libremente y sin esfuerzos.
— Tu hermano no tiene cura. Ve agua y vuelve a la infancia.
Fernanda miró a Pablo con cierto desdeño. No se iba a olvidar de las cargadas de toda la mañana tan fácilmente.
— ¿Todavía no perdonás a tu humilde fan? —se rió—. ¡Por eso te quiero tanto, loca de mierda! —la atrajo fuertemente hacia él, chantándole un ruidoso beso en la mejilla. Y salió corriendo detrás de su amigo del alma, dejando él también remera y zapatillas por el camino. 
¡Puaj! —alcanzó a expresar tardíamente Fernanda, mientras se limpiaba el rostro sonrojada. Comenzó a sonreír otra vez cuando se aseguró de que nadie la miraba. No hay caso, por más estúpido que sea...
Se dirigió hacia donde estaban los demás para ayudar a armar las carpas.








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⏰ Última actualización: Jan 18, 2019 ⏰

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