Chapter I

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Hay un cuchillo en el primer cajón del mueble de la cocina, al lado de una mesa con cuatro sillas donde nos sentamos siempre a comer, mi silla tiene una pata coja. Es el único cuchillo afilado que hay en la casa, los demás no tienen punta alguna. Cada dos meses viene un amigo de mi padre a la ciudad, es afilador de cuchillos, se queda unos días a dormir en casa y como pago por nuestra gratitud se encarga de que ese cuchillo esté siempre afilado. Yo tengo prohibido tocar ese cuchillo, dicen que es peligroso, que podría hacerme daño o hacer daño a los demás sin querer, así que nunca he sostenido ese cuchillo.

Pero no puedo evitar mirarlo, está en el primer cajón del mueble que está justo en frente de mi silla así que no puedo evitar verlo cada vez que me siento a la mesa, también lo observo cuando ayudo a mi madre en lo quehaceres de la casa, yo lavo las verduras y ella las corta para la sopa. A mi madre le falta un dedo de la mano derecha, el índice, de pequeña solía decirme que se lo cortó sin querer con un cuchillo, pero las vecinas de la colonia me dijeron que se lo cortó una máquina cuando trabajaba en las fábricas textiles y que aquella historia solo era para asustarme. Nunca he entendido aquella extraña manía por mantenerme alejada del cuchillo, parecía una obsesión, pero aquello no era lo único que tenia prohibido. No podía correr, no podía ir al parque con los otros niños ni escalar hacia los tejados con ellos, no podía ver a los rosales ni acercarme a los perros del vecino. Era como si quisieran protegerme pero nunca he sabido exactamente de qué, se lo pregunté varias veces pero lo único que dijeron es que no querían que me hiciese daño.

Pero la verdad es que yo nunca me he hecho daño. Nunca he tenido las rodillas manchadas de sangre como los demás niños que se caían al jugar, nunca he tenido un morado ni he sangrado nunca, y extrañamente, aquello me causaba mucha curiosidad. ¿Cómo se siente una herida?¿La sangre es cálida o fría?¿Dulce o salada?

Mi padre trabajaba en una fábrica de automóviles, él se encargaba de poner los neumáticos a los vehículos, su turno comenzaba a las seis de la mañana y llegaba a las nueve de la noche, justo para cenar, a pesar de que su turno acababa a las ocho, debía coger el tren para llegar hasta casa y aquello le suponía un largo trayecto, su turno era de catorce horas, con un pequeño descanso de media hora a la una para comer. Miré por la ventana, el sol aún estaba bastante alto así que debían ser la cuatro o las cinco de la tarde, aún quedaba mucho para que volviese de trabajar, miré el cajón donde estaba el cuchillo.

Tenía un hermano pequeño, Charlie, a esas horas estaba trabajando limpiando las chimeneas de los ricos y de las fábricas, yo era la única que no trabajaba en la familia, era otra de las cosas que tenía prohibidas. Mi madre había sido despedida hace cinco años de la fábrica textil en la que el dedo índice le fue amputado, reducción de plantilla lo llamaron, pero para nosotros eso solamente significaba que no tendríamos suficiente dinero para llegar a fin de mes. Ella empezó a pedir por las calles y a matar palomas para freírlas en la chimenea, hacía poco que tenía un nuevo trabajo, criada de una señora que vivía cerca de Trafalgar Square, iba a las cinco a preparar las cosas para despertarla exactamente a las seis treinta y siete, y volvía a casa al acostarla a las ocho veintidós.

Conclusión, no había nadie en casa y tardarían bastante en volver. No había nadie para asegurarse que cumplía mis prohibiciones, no había nadie para decirme lo que debía hacer. Me levanté de la silla coja que dió un par de toques en el suelo inestable, me acerqué al mueble, en la parte de arriba, los vasos y las copas, en el armario de abajo, los platos, y en medio, el cajón de los cubiertos.

Tiré de la maneta y lo abrí. Cucharas, tenedores, y entre los cuchillos que no cortaban estaba ese, tenía el mango más oscuro que los demás ya que era mucho más utilizado, para cortar las verduras, para deshuesar la carne, para limpiar el pescado... Lo cogí, el mango era más suave que el de los otros cubiertos, miré mi reflejo en el afilado metal, hacía apenas una semana que el afilador de cuchillos había estado en casa así que el utensilio estaba en unas condiciones ideales. Pasé mi pulgar por el filo, sintiendo lo fino que era este y procurando no ejercer presión alguna, puse el pulgar en la punta e hice un poco de presión, no mucha, lo suficiente como para sentir un pequeño dolor y alejar el cuchillo de mi dedo. En el lugar donde antes estaba el utensilio ahora había una gota, pequeña e insignificante, pero cada vez se hacía poco a poco más grande, apreté mi dedo para que saliese más sangre, ahora podía ver su color, rojo intenso pero de un tono claro si era esparcido, era como si un pintor hubiese diluido aquel tono de rojo en agua, de lejos parece muy oscuro pero en el papel se ve muy claro. La gota se escurrió por mi pulgar y calló al suelo, me sentí rara, con un escalofrío y la sensación de que no estaba sola, creí que mis padres podrían haber llegado así que volví a meter el cuchillo en el cajón y me agaché a secar la gota de sangre del suelo con el dobladillo de mi vestido. Entonces la gota de aquel tono claro de rojo se fue oscureciendo como si alguien hubiese decidido añadir el negro a la pintura, dejándolo cada vez más oscuro y opaco hasta ser del mismo tono que el carbón.

𝐄𝐓𝐇𝐄𝐑𝐄𝐀𝐋; sebastian michaelisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora