Chapter IV

393 69 56
                                    

Los rayos del sol se escapaban salvajes entre las nubes del amanecer, iluminando las fachadas de los edificios y buscando su hueco entre el denso humo de las fábricas. Miré por la ventana una última vez y me tomé una taza de café que hacíamos colando los granos molidos en un calcetín viejo, el pan medio florido y la mantequilla rancia era todo lo que tenía aquella mañana, no podía quejarme.

Mi hermano estaba en el patio, con la vieja escopeta de mi padre en mano y mascando tabaco, a unos pasos de distancia el cuervo traicionero que me había mordido se alzaba altivo en lo alto de la valla que rodeaba nuestra choza como intentando retar a Charlie para que disparase. Miré que no hiciera viento y me acerqué a él.

—Apunta siempre un poco más abajo de donde quieras disparar.—

—Ya lo sé.—

El disparo resonó por toda la colonia, el humo salió del cañón y el cuervo alzó el vuelo indemne. Mi madre volvió a casa de la iglesia, había ido temprano a darle las gracias a Dios por aquella increíble oportunidad de trabajo que me habían dado y que nos libraría de la extrema pobreza.

Al saber lo que iba a acabar cobrando mi madre se puso a llorar, porfin podríamos comer cada día, porfin arreglaríamos las goteras y podríamos tener más de una prenda de ropa. Mi hermano quiso que le comprase una golosina con el dinero, una de la compañía Funtom, pero yo me negué rotundamente. Era la primera vez que teníamos dinero y no íbamos a malgastarlo en dulces.

—Evangelinne, ponte ya el uniforme o llegarás tarde.—

Consigo llevaba una maleta y varios sacos vacíos. Vivíamos en una residencia de trabajadores a las afueras de la ciudad junto a la fábrica donde solía trabajar mi padre, las viviendas eran de la empresa y les proporcionaban a los trabajadores un hogar a cambio de una pequeña cantidad de dinero. Pero ahora que mi padre había muerto ya no podíamos seguir viviendo allí, aquella misma mañana nos había llegado la notificación de desahucio así que mi madre no había perdido tiempo en hablar con el Padre Colin y con las vecinas sobre el asunto.

Me vestí con el uniforme negro, simple pero elegante, era suave y era probablemente la ropa más cara que había llevado nunca a pesar de no ser precisamente un lujo. Comencé a caminar rumbo a la funeraria intentando acostumbrarme a aquellos zapatos con un ligero tacón, pasé por los barrios pobres, por las afueras de la ciudad, por el barrio chino y por el centro de la ciudad hasta finalmente llegar a la funeraria. Hacía frío y el viento invernal que soplaba se coló por la rendija de la puerta causando un silbido escalofriante.

—¿Undertaker?—

Llegué a la recepción donde vi las velas encendidas pero sin rastro de nadie por la estancia, comencé a dar vueltas sin saber bien qué hacer, acariciando los ataúdes y admirando su elegancia.

—Buenos días, señorita Graves.—

Grité girandome de golpe y observando con terror como el enterrador salía de uno de los ataúdes. Él rió con una aguda y fuerte carcajada y se estiró haciendo crugir su espalda, se levantó con un bostezo y se alimentó con un puñado de galletas para perro.

—Veo que ha llegado puntual y lista para comenzar con el trabajo.—

—Sobre eso... Usted ha sido excesivamente amable conmigo por lo que me sabe mal pedirle esto pero... Necesito que me adelante una parte del sueldo.—

Me avergonzaba tener que pedir aquello cuando ni siquiera había comenzado a trabajar, acaricié con nerviosismo la horrible y arrugada cicatriz de mi mano sin despegar mi mirada de mis pies, mi madre me había advertido de que los hombre prefieren la sumisión y la inocencia en una mujer, así que, a la hora de pedir algo debía mostrarme así, sumisa e inocente.

𝐄𝐓𝐇𝐄𝐑𝐄𝐀𝐋; sebastian michaelisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora