Chapter VI

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Las calles estaban prácticamente vacías, inundadas por una gruesa capa de nieve que cubría los cadáveres de los indigentes y ocultaba los excrementos que dejaban los caballos de los carruajes, la noche había caído acompañada de un gélido viento que me helaba los huesos bajo mis humildes y finas prendas. Le seguí a la luz de las farolas recién encendidas hasta una plaza cercana.

—¿Y bien?—

—No voy a decirte nada.—

Su voz sonaba juguetona, grave y rasposa, como el graznido de un pájaro, se paró erguido en la nieve, como un profesor que observa a los ilusos de sus alumnos con falsa compasión. Sonrió divertido, para él todo aquello era un juego, mis dudas, mis dramas internos y mis dilemas existenciales solo eran un espectáculo más, como ir al teatro o a la opera.

—¿Y sabes porqué? Porque cada día que pase irás recuperando más y más recuerdos, un tras otro, pequeños e insignificantes fragmentos de tu vida inconexos, y cada día que pase tendrás más ganas de saber quién fuiste.—

Aquel demonio tenía la extraña habilidad de cabrearme con rapidez, le odiaba y aborrecía de una manera que iba más allá de los visceral. Detestaba la manera en la que me trataba, como si yo no fuese más que su próximo almuerzo, hice rechinar mis dientes y apreté mis puños hasta que dejé de sentir mis dedos.

—Así que, cuando estés completamente desesperada por saber, allí estaré yo, preparado para hacer un contrato.—

—Espero que tu nuevo hogar sea de tu agrado, Evangelinne.—

Con esa última declaración estuve segura de que todo había sido cosa suya, la casa, el cuadro, me pregunté incluso si mi trabajo con el enterrador había sido cosa suya. Desapareció dejando atrás un par de plumas negras perfectamente peinadas y un graznido que hizo eco en el viento. Volví a casa iracunda y molesta, todo aquello me dejó con un profundo malestar.

Últimamente mi salud se veía cada vez más perjudicada, había sangre en mis heces y vomitaba gran parte de la comida que ingería, nadie lo sabía. Mi madre habría hecho llamar a un médico que probablemente me habría obligado a tomar reposo y no podía permitirme aquello ahora que tenía un trabajo decente. Al regresar a la casa fui bienvenida por un suave olor a conejo y a verduras, en cualquier otra ocasión me habría deleitado ese mero olor, pero ahora solo me daba arcadas. Nos sentamos adentrada la noche en la larga mesa que había en el comedor, de madera negra y con una perfecta sintonía con el resto de la habitación, mi madre colocó un cuchillo junto a mi plato.

—¿Qué es esto?—

—Tendrás que usarlo para cortar la carne, Gelinne, procura no cortarte.—

No parecía muy segura de la decisión que acababa de tomar pero tampoco parecía dispuesta a arrebatarme el cuchillo en presencia de la señora Hoddfield. Yo lo sostuve y miré mi reflejo en el filo de plata, no me sabía reconocer en mi reflejo. Mi hermano bajó los escalones de dos en dos con la camisa desabrochada y los zapatos desatados, se sentó de un salto en su silla y comenzó a devorar la comida sin siquiera molestarse en tener en cuenta los cubiertos que había junto a su plato, mi madre le abofeteó varias veces.

—¡Utiliza los cubiertos Charile!—

—Que niño más travieso...—

La señora Hoddfield murmuró con una pequeña sonrisa, los niños pequeños siempre le alegraban los días. Una vasta conversación inundó la estancia, yo no participé, tenía demasiadas cosas en las que pensar. No sabía qué hacer ahora que Corvo se había negado a darme respuestas, no tenía ningún otro enlace con "mi otra vida". La señora Hoddfield podía ser de ayuda pero ella no sabía mucho y tampoco recordaba mucho así que estaba en un callejón sin salida. Mi madre estaba hablando de las extrañas condiciones de mi parto después y de mis hermanos muertos antes de nacer después de que la señora Hoddfield le hablara de todos sus hijos no natos. Se refería a ellos como si aún estuvieran vivos, como si hubieran llegado a experimentar una vida larga y digna, a cada uno le había asignado una personalidad. No la juzgaba, ha de ser duro perder a tantos hijos.

Hubo un suave tintineo de una campana, mi madre, mi hermano y yo nos miramos sin saber qué significaba aquel sonido. La anciana sonrió con comprensión ante nuestra desorientación e intentó levantarse de la silla sin éxito, había dejado su bastón en la cocina.

—Llaman a la puerta.—

—Ya voy yo.—

Me ofrecí para así poder alejarme del plato de comida, no había probado bocado y no tenía intención de hacerlo. Disimuladamente, había cogido el cuchillo y lo había escondido entre los dobleces de mi falda para así evitar que este pudiera cortarme. Abrí la gran puerta de la entrada y me encontré con Undertaker, retrocedí unos pasos ante su imponente figura y le vi sonreir.

—Buenas noches, Evangelinne. Perdón por las molestas pero ha surgido un imprevisto y necesito su ayuda, urgentemente.—

Sus labios estaban curvados mostrando sus dientes, impolutos, pero había una extraña seriedad en su voz, ya no tenía aquel tono juguetón característico. Asentí sin cuestionar nada y me aparté hacia un lado para dejarle entrar.

—Voy a vestirme.—

No me contestó, estaba jugando con los péndulos de un reloj de pared mientras movía la cabeza al son del tic-tac. Yo fui corriendo a mi habitación, me puse las medias y el uniforme tan rápido como pude, cogí la chaqueta de lana que venía con este y bajé sin hacerme ningún recogido en el cabello, era algo informal e incorrecto ir con el cabello suelto pero no quería hacer esperar a Undertaker. Entré al comedor donde mi madre intentaba obligar a Charlie a comerse las verduras.

—Mamá, he de irme a trabajar.—

—¿Ahora? Pero si aún no has rezado hoy.—

Ignoré ese comentario y fui hacia la entrada donde Undertaker ya tenía aguantada la puerta abierta, me subí el cuello de la chaqueta y peiné mi cabello con los dedos.

—Las damas primero.—

Nos adentramos en la densidad de la noche, la nieve caía con densidad, el aire era gélido y las calles eran resbaladizas. Undertaker caminaba a paso rápido, decidido y sin vacilar hacia una de las calles principales, la única que estaba mínimamente transitada a esas horas de la noche. Un carruaje de madera negra y caballos castaños nos esperaba, no pude ver el rostro del conductor pero tampoco importaba mucho, entré seguida de Undertaker y este comenzó su marcha. Era la primera vez que subía a un carruaje así que miré exaltanda como las calles se movían a nuestro alrededor, los edificios se quedaban atrás y otros ocupaban su lugar en el paisaje, me giré para alcanzar a ver al enterrador observarme con detenimiento.

—¿A dónde vamos?—

Él centró su vista escondida detrás de sus cabellos plateados en el paisaje, sonrió de manera macabra y dejó que sus ojos, verdes de un tono casi venenoso, a la vista. Tenía la sensación de que aquellos ojos eran capaces de ver cada minúsculo recuerdo, cada segundo de mi vida como si de una película se tratase.

—Vamos a ver a un conde.—

•••

Siguiente capítulo, aún no tengo del todo claro cómo quiero que reaccione Evangelinne al ver a Sebastian y aún he de acabar de ligar bien la trama. Los sucesos que ocurrirán posteriormente no tendrán relación con lo que ocurre en el anime o en el manga, al menos no de manera directa.

También quería aclarar que cuando Evangelinne dice que está enferma, no es que sea víctima de alguna enfermedad, es solo que su cuerpo se encuentra inestable al sentir recuerdos y experiencias que no son propiamente suyos y eso le causa problemas digestivos.

𝐄𝐓𝐇𝐄𝐑𝐄𝐀𝐋; sebastian michaelisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora