Chapter VII

319 64 52
                                    

Undertaker, bienvenido. Disculpe las molestias por llamarle a estas altas horas de la noche pero ha surgido un imprevisto.—

Al oir que íbamos a ver a un Conde, había imaginado a un hombre ya entrado en años, con la cabellera marcada por los destellos plateados de la edad y el semblante curtido por los años, un hombre de rostro cruel e impasible y de ojos vengativos cargados de soberbia. Aquel niño que había ante mí me sorprendió en todos los aspectos, piel de porcelana y ojos de un azul tan profundo que uno se podría ahogar en ellos, uno de ellos estaba cubierto por un parche. No acerté en mi suposición en nada, excepto en que aquel Conde tenía ojos vengativos cargados de soberbia. No cruzó mirada conmigo y yo no hice en menor esfuerzo por hacerme notar. Undertaker fue quién le advirtió de mi presencia.

—No es ninguna molestia Conde Phantomhive, espero que no haya inconveniente en que haya traído a mi ayudante.—

—¿Ayudante?¿Una mujer? No creo que haya problema mientras sepa ser discreta.—

Me miró juzgandome por mis ropas de uniforme y mi apariencia humilde, cabello suelto y huesos marcados por oa poca ingesta de alimentos. Yo fruncí el ceño, yo no soy la ropa que llevo, el lugar donde nací o la comida que como, yo soy más que eso, soy mi alma cargada de recuerdos que jamás olvidaré, momentos que la historia ha olvidado y dolores que no desaparecen con el tiempo. Yo soy aquella que luchó por vivir, que se negó a vender su alma a un demonio y que logro sobrevivir a la muerte. Todos estos pensamientos pasaron por mi mente, pensamientos que yo siquiera llegaba a comprender en su totalidad. El Conde no me prestó más atención de la necesaria, nos guío por los pasillos ayudado de un pequeño bastón hasta una gran biblioteca cuatro veces mayor que la de la Señora Hoddfield.

—He mandado a Sebastian a buscar información, no tardará en acompañarnos.—

Se sentó en la silla tras un escritorio y le acercó a Undertaker un archivo, un montón de hojas con fotografías adjuntadas y detalles sobre escritos. Él las observó detalladamente, sin molestarse en ocultar aquella retorcida curiosidad que le impulsaba a sonreir en situaciones tétricas. El Conde carraspeó y habló con apatía.

—Necesito que observes las fotografías de un cadáver, dime todo lo que puedas de ellas.—

—Mi lord.—

La puerta se abrió dando paso a un elegante hombre vestido de mayordomo, en sus manos llevaba un montón de papeles e informes. Su persona era extraña, como si no fuese del todo humano cosa que provocaba una inmensa curiosidad en mí. Su voz era ateciopelada.

—Undertaker...mi lady. Ya tengo los informes necesarios.—

Le miré, como quien observa a un animal peligroso por primera vez, con curiosidad. Su rostro impoluto, su traje negro y sus facciones afiladas, pensé que parecía un demonio con rostro de angel. Luego supe que en verdad lo era. Entonces vi sus ojos, dos orbes de un suave tono caramelo, dulce pero con un deje de pasión en estos; en instante en el que nuestras miradas chocaron, menos de un segundo, un suspiro mal contenido, vi un resplandor en aquellos hermosos iris, apenas fue un momento pero puedo jurar que vi sus ojos cambiar, avellanas transformadas en sangre, ojos rojos carmesí, ojos llenos de crueldad y malas intenciones... Los ojos de un demonio.

—No recuerdo haberla visto antes señorita....—

—Evangelinne, Graves.—

Una simple mirada, no hacía falta más. Una vida entera no alcanzaría a experimentar todos aquellos pensamientos y emociones que quedaron comprimidos en aquella mirada. Sentí odio, miedo, asco, pero también curiosidad y emoción, lo comparé con Corvo, lo comparé conmigo y con el pequeño conde sentado a su lado. Era alguien difícil de comparar, siempre resaltaba. Entallado en lana, piel de porcelana, una sonrisa cruel y unos ojos capaces de capturar la frágil y etérea belleza de un infierno. Ni siquiera mi demonio acosador se comparava con aquella criatura, distintos pero iguales, Corvo era basto, demasiado impertinente y nunca cumplía su palabra. Era una rata esparciendo dolor y muerte por el mundo, me daba asco.

—Gertrudis Linnefield desapareció hace una semana en extrañas circunstancias, la casera denunció su desaparición. El cadáver fue encontrado hace un par de horas, en los jardines de Su Majestad.—

—Evangelinne, acércate.—

Obedecí a Undertaker, no entendía aún el porqué de mi presencia allí, no tenía conocimiento alguno de anatomía ni ninguna rama el conocimiento relacionada con la criminología. Mi madre ni siquiera me había dejado ver el cadáver de mi padre. Las fotografías eran pocas pero horribles. Una mujer entrada en años, arrugas alrededor de la boca y los ojos de tanto sonreír, ropas elegantes pero no mucho, ojos completamente abiertos de par a par con una mueca de terror implantado en ellos, como si el rostro de su asesino se hubiera grabado en la retina. El cuerpo estaba destrozado, el hermoso vestido hecho arapos y la piel desgarrada, se le podían ver las costillas y varios órganos internos rodeados por moscas. Era una imagen grotesca pero en cierta manera retorcida, era reconfortante, Gertrudis estaba muerta y los muertos no sufren.

Había también apuntes de Scotland Yard, archivos que no deberían estar a manos de aquel Conde infantil, pasé las manos por los documentos sin saber qué buscar, entonces lo vi escrito, junto a sus datos personales y supe porqué aquella pobre mujer había muerto. También supe quién la había matado. Fruncí el ceño al ver mi dirección actual escrita como residencia de la difunta mujer, era mi casa, la casa de la Señora Hoddfield, el lugar donde ahora vivía con mi familia había sido el hogar de aquel cadáver. Quizás incluso había dormido en la que ahora era mi cama.

—Sé, sé quién es...—

El primero en tener en cuenta mis palabras fue el enterrador seguido por el conde y su mayordomo, aquel misterio sin respuesta me causaba un profundo dolor de cabeza, un pitido inundaba mis pensamientos a la vez que todo cobraba sentido lentamente. Corvo había despedazado a aquella pobre mujer, la había abierto en canal con una única intención, acabar con su vida y dejar así un sitio libre en casa de la Señora Hoddfield. He de reconocer que Corvo es bastante inteligente, demasiado para mi gusto. ¿Y la razón por la cual había deseado mi traslado a aquella casa? Simple, el cuadro. Saturno devorando a su hijo, el cuadro de mis sueños que me tentaba a saber más. Tal como había dicho él, solo quería provocarme para que aceptase renunciar a mi alma. El demonio en la piel de un mayordomo habló.

—¿Tiene alguna idea de quién la mató?—

Mis pensamientos dejaron de divagar en Corvo y en Gertrudis para centrarme en el mayordomo cuyo nombre había olvidado, algo que comenzaba por S. Me acerqué a él con decisión, como un general retando a su enemigo, un rival comenzaron una partida de ajedrez. Sonreí de manera socarrona curvando mis labios y entrecerrado los ojos. Le odiaba por ser lo que era y quería que él lo supiera. Estaba más cerca de lo adecuado según los criterios de la época pero no me importaba, solo quería hablar para que él me escuchase, solo él. Perdiéndome en sus ojos rojos hablé en un susurro.

—Usted debería saberlo, a fin de cuentas ambos sois de la misma especie.—

•••

Hace mucho que no actualizo esto ya que tampoco sabía como seguir, aquí está. En algún punto editaré los capítulos anteriores ya que no me acaba de gustar como han quedado, pero bueno, eso será más adelante. De momento disfrutad, espero que os haya gustado. See ya later!💕😁

𝐄𝐓𝐇𝐄𝐑𝐄𝐀𝐋; sebastian michaelisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora