Chapter II

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Había un cuervo en el tejado de la casa del vecino, yo lo podía ver desde la pequeña ventana resquebrajada que había en la cocina, era un cuervo hermoso, tenía las plumas recortadas a la perfección y colocadas cada una en su sitio, lo opuesto a los otros pájaros del tejado, todos sucios y despeinados. Mi padre solía decir que los cuervos eran las aves más inteligentes, y este en verdad lo parecía, tenía una mirada atenta que no dejaba de observarme, así había notado en un inicio su presencia, sus ojos chispeaban de una manera especial, como si supiera algo que todos los demás ignoraban. También se movía de una forma singular, los demás pájaros daban saltos cortos o caminaban patosamente, pero él no, sus zancadas eran elegantes y tranquilas, no eran típicas de un ave con el cerebro de una nuez.

—Cariño, ya es hora de ir a ver al Padre Colin.—

Yo di un último vistazo al cuervo, deseando que siguiera allí cuando volviera de confesarme. Había sido yo quien había insistido en acompañar a mi madre en su visita semanal a nuestra parroquia, quería preguntar al Padre Colin, un viejo amigo de mi familia que incluso había estado presente en mi nacimiento, sobre aquellos extraños sueños que me atormentaban. El palacio, el forastero y los cuadros, todo aquello me fascinaba a la vez que me perturbaba.

Caminamos por las aceras llenas de barro y excrementos de caballo, procurando no ser arrolladas por alguno de los carruajes que llevaban acelerados a sus señores. La iglesia a la que asistíamos era pequeña, formada por rocas mal colocadas y fríos muros que hacían aún más terrible la oscuridad del lugar que apenas estaba iluminado por velas. No importaba que en el exterior el sol se alzase altivo entre las nubes, ni un solo rayo de este alcanzaba a rozar el Interior de la iglesia. Mi madre recibió al Padre con una sonrisa que mostraba sus dientes, descolocados y podridos.

—Disculpe la interrupción Padre.—

—No hay nada por lo que disculparse hija, vuestra compañía es una bendición.—

Sus ojos sonrieron detrás de sus gafas sucias de barro y humo de las chimeneas, siempre los tenía entrecerrados, su frente cubierta por una capa de sudor que se deslizaba hasta su papada donde una ligera barba llena de migas de pan descansaba. No tengo una opinión formada sobre aquel hombre, me agrada y era amable conmigo, pero a parte de eso solo era un desconocido. Me sonrió mostrando sus dientes amarillos y se acercó hacia mí.

—Me alegro de recibirte Evangelinne.—

—Gelinne ha venido a confesar sus pecados, Padre.—

Mi madre, envejecida por el duro trabajo en las fábricas desde corta edad, no quería que mis manos se volvieran rasposas por el duro trabajo, ni que ninguna herida apareciera en mi cuerpo. Ella siempre había querido que yo fuese monja, que escuchase la llamada del Señor y que me mantuviera virgen y pura, lejos de todo el mal que inundaba los barrios bajos en los que vivíamos. Que viviese una vida dedicada a la plegaria y al sacrificio hacia Dios, así que le hacía feliz el verme en la iglesia junto al Padre Colin.

Él y yo nos alejamos y, acompañados por un ameno paseo, los relatos de aquellos sueños que me atormentaban cada noche salieron sin censura de mis labios. Temía al extraño de ojos rojos que surgía para instigarme, ansiaba corromper mi alma y mis sentidos, y por desgracia, poco a poco yo iba cediendo. La curiosidad siempre ha sido mi mayor pecado, al igual que Eva, yo ansiaba morder la manzana, descubrir qué se ocultaba detrás de las cuatro puertas de aquella habitación de palacio, deseaba saber quién tocaba el piano y descubrir cada uno de los secretos que ocultaba mi cruel acompañante. El Padre escuchó antentamente con el ceño fruncido, tomando nota de cada detalle que había mencionado a la hora de describir al caballero.

—Hija, creo que es hora de que sepas las increíbles circunstancias de tu nacimiento.—

Nos sentamos en uno de los bancos cercanos al cementerio, varios funerales estaban teniendo lugar, nada fuera de lo común. Las palabras formuladas por él se sintieron ajenas a mí, como si yo no fuera la destinataria de aquel mensaje.

𝐄𝐓𝐇𝐄𝐑𝐄𝐀𝐋; sebastian michaelisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora