Chapter III

498 73 72
                                    

El invierno vino como señal de mal augurio, muchas vidas eran segadas por el frío, el hambre y las enfermedades que azotaban aquellos meses, los cadáveres de los pobres se acumulaban en las fosas comunes y los funerales eran incesantes para los nobles. Mi padre fue uno de los muchos muertos de ese tiempo.

Una viga del acero que utilizaba para confeccionar los automóviles se desprendió y le seccionó el brazo derecho. Una infección, una mala solución por parte del médico, una fiebre y mi padre de repente estaba muerto. Yo habría llevado luto de no ser porque no teníamos el dinero para costearnos más prendas. Su muerte trajo consigo cambios, habíamos perdido nuestra principal fuente de ingresos y, a pesar que la empresa nos pagó una remuneración por la muerte de nuestro padre, eso solo nos era suficiente para sobrevivir un par de meses. Así que, muy a pesar de mi madre, comencé a trabajar.

El fallecimiento de mi padre fue sorprendente y repentino, pero no puedo decir que me alterase, no eramos precisamente cercanos. Nos decíamos como máximo dos palabras al día y nos cogíamos de las manos a la hora de bendecir la comida que cenábamos cada día. Por eso su muere fue algo que me mantuvo mayoritariamente indiferente, vestí un traje de luto que una de las vecinas me había presentado con tal de que siguiera los dictámenes de la religión cristiana y asistí al funeral con angustia. A los dos días me quité el luto y a los tres comencé a buscar trabajo.

Pregunté a la gente de la colonia, es sorprendente lo mucho que la gente te ayuda cuando alguien cercano a tí muere, incluso si no quieren hacerlo. Después robé uno de los periódicos que repartían a los señores en las rotondas de la ciudad, corrí para que la policía no me alcanzase y me oculté en el denso humo bajo de las fábricas que hacía que uno se pudiera ocultar en los callejones incluso en pleno día. Ojeé bajo la luz de un candil las noticias, las ofertas del tablón de anuncios, entre otras cosas. La mayoría de trabajo pedían explícitamente ser hechos por un hombre, y el resto requerían de un nivel de formación al que solo el sexo masculino de clase bien asentada aspiraba. Abatida y molesta arrugué el periódico negandome a tirarlo, nos podía servir como papel higiénico, entonces vi las esquelas. Cientos de nombres junto con un mensaje de cariño y añoranza por parte de sus familiares y amigos, nosotros no podíamos permitirnos eso, y aún que hubiéramos podido dudo que lo hubiésemos hecho, exponer el nombre del difunto en el periódico como si de un producto o de algo tan banal como la previsión del tiempo se tratase. Asqueroso.

Junto a las esquelas estaba el nombre de la funeraria, Undertaker, allí era donde mi padre había sido llevado. Mi madre no me dejó acompañarla y el enterrador se encargó del cuerpo después del funeral por lo que no advertí su presencia. No le habría dado importancia a aquel desconocido encargado de enterrar a los muertos si no fuera por el anuncio que había bajo su nombre, era una oferta de trabajo. Sin perder un minuto me aventuré con el periódico en mis manos a la dirección a pie de página.

Delante del edificio, yo dudaba, insegura de no haberme equivocado. Era una casa de una sola planta, estrecha pero profunda, estaba en un estado decadente, con la fachada agrietada, la puerta carcomida por los años y el cartel de Undertaker despintado y torcido hacia la derecha. Por una rendija de la puerta se veía un oscuro y largo pasadizo, con varias puertas a cada lado, que daban a lo que parecía ser la recepción.

Saqué del elástico de mi falda el periódico mal doblado y volví a leer el anuncio que horas antes me había alterado tanto como para hacerme recorrer toda la ciudad de Londres a pie: SE BUSCA AYUDANTE, MUJER, HUÉRFANA. SUELDO INMEJORABLE. PRESENTARSE AL 27 DE CRANBOURN STREET, LONDRES. Sí, la dirección era esa.

Comprendí entonces que, a pesar de las promesas, no hubiera ninguna otra mujer. Nadie que tenga el negocio en un lugar tan miserable puede pagar un buen sueldo. Todas las candidatas, entonces, debieron de haber dado media vuelta tan pronto como miraron al edificio.

𝐄𝐓𝐇𝐄𝐑𝐄𝐀𝐋; sebastian michaelisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora