Chapter X

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Si uno quiere ser cruel con un cuervo solo ha de cortarle las alas.

No hace falta matarle, ni torturarle, simplemente es necesario privarlo de aquello sobre lo que gira en torno toda su existencia. En el caso de un simple cuervo, sus alas.

Sebastian, como un cuervo, observaba a todos los presentes en la sala con la actitud cínica de alguien incapaz de comprender qué hay verdaderamente detrás de una sonrisa honesta, sin entender el porqué las risas y el afecto podía respirarse en el aire entre aquellos que eran prácticamente desconocidos. Yo tampoco lo comprendía, pero no por incapacidad de hacerlo sino porque mi vida nunca había girado entorno a los bailes de salón y a las sonrisas mal disimuladas. Mi vida era sangre, dolor y sufrimiento.

Aquel ambiente cordial había sido brindado por la señorita Elizabeth, prometida del pequeño conde soberbio, la cual, al conocerme, se había empeñado en interrumpir mi conversación con el conde para mi molestia y la del él. Mandé un telegrama a Undertaker para que le comunicase a mi madre que tardaría en volver a la ciudad. Junto a la señorita Elizabeth también se encontraban su hermano y su madre, todos vestidos con los más finos ropajes. Sebastian había tocado una serenata con su violín mientras el conde y su prometida bailaban, al terminar ella le había arrastrado a él hasta los terrenos donde poder jugar. Como dos niños pequeños.

—Sebastian, prepara los caballos. El conde Phantomhive no debería jugar como un crío, debe cazar como un hombre. ¡Elizabeth! —

La madre de la señorita Elizabeth, una mujer de carácter fuerte e impetuoso, desgarró la tranquilidad que se hallaba en aquel lugar idílico en apenas unos segundos. Sebastian fue a preparar los caballos y Elizabeth bufó molesta por no poder seguir bailando con su conde. El conde se acercó a mí.

—¿Quiere acompañarnos señorita Graves? ¿Sabe cazar?—

—Mi padre me enseñó.—

No, no recordaba. No recordaba a mi padre enseñándome a cazar pero de alguna forma extraña sabía que había sido él quién me había enseñado tal habilidad. Elizabeth se acercó a mí con una sonrisa.

—¿Y dónde está su padre ahora?—

—En el cielo.—

Dije de manera concisa. Elizabeth se disculpó por haber hecho tal pregunta y Sebastian se limitó a observarme con detenimiento. Mi padre, mi verdadero padre, aquel había admirado la pureza de mi madre, aquel que me hubo enseñado cuan crueles los humanos pueden llegar a ser, aquel que se atrevió a abandonarme cuando más lo necesitaba. La enfermedad de mi madre empeoró con los años, cada vez estaba más pálida, más débil; mi hermano se había encerrado en sí mismo después de recibir los abusos del sacerdote, y yo, yo tenía las manos manchadas con su sangre, le había hecho pagar todo el mal que había traído a mi familia. ¿No se suponía que era algo bueno el castigar a los impuros?

Una vez los caballos estuvieron listos Sebastian me dio las correas de uno gris, el conde y su prometida iban en el blanco y la marquesa Middleford iba en el castaño. El demonio caminaba a la par del caballo de su amo, erguido y atento a cualquier amenaza. Alcé el rifle que me había dado el conde, respiré de manera pausada esperando el momento idóneo, apunté a aquellos arbustos que se habían movido ligeramente y disparé haciendo que el eco del disparo resonase por todo el bosque.

—Buen disparo. ¿Dónde aprendió a cazar?—

—España, mi padre se hacía cargo de un monasterio rodeado de bosques. Había mucho que cazar.—

No solo animales. Sebastian caminaba cerca de su amo, hubo un ruido a lo lejos y entonces me detuve con mi corcel. Los demás siguieron su paso sin notar mi desaparición -si Sebastian notó que yo no estaba entre ellos no lo expresó en voz alta-. De entre los arbustos salió un ciervo macho. Alcé el rifle otra vez y con la misma precisión con la que había degollado a incontables hombres disparé.

Un oso surgió de entre los árboles, mi caballo se asustó y me dejó caer mientras intentaba huir, me escondí entre los arbustos sin notar que al caer el cuchillo que había llevado escondido entre la ropa me hizo un corte superficial en el costado, tardé en darme cuenta.

Dejó de oírse la presencia del oso pero había algo más allí, algo que ponía su piel de gallina. Me levanté y ante el cadáver del oso estava Corvo tan impecable como siempre.

—¿Te encuentras bien?—

Revisó la herida de mi costado con descaro y aseguró que era superficial. Me alejé de él asqueada en cuanto pude, a fin de cuentas, esa criatura quería comerse mi alma.

—¿Qué es lo que haces tú aquí?—

—Me has llamado, así lo acordamos.—

No lo recordaba, no lo recordaba pero de alguna extraña forma sabía con certeza que había sido yo quien le había ordenado que viniese a verme cada vez que mi sangre brotase. Ese era el acuerdo. Mi padre salía en mis pesadillas pero Corvo no, como si bo almacenase ningún mal recuerdo de él. El conde y su demonio no tardaron en llegar.

—¡Señorita Graves!—

—Quieto, joven amo ese hombre es un demonio.—

Sebastian estaba en posición defensiva, sus ojos ardían con intensidad y estaba listo para atacar en caso de que fuera necesario, pero Corvo se limitó a sonreír con superioridad y a hacer una leve reverencia sarcástica.

—Siempre es un placer encontrarse a otro demonio. Mi nombre es Corvo Blackwood y el alma de esta joven me pertenece. —

•••

T-T
Soy lo peor hace siglos que no actualizo esto y probablemente nadie lo lea pq soy horrible actualizando cosas. I'm so sorry.

𝐄𝐓𝐇𝐄𝐑𝐄𝐀𝐋; sebastian michaelisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora