Chapter V

383 71 50
                                    

Dicen que nuestros peores miedos no son más que una advertencia, un aviso que nos muestra cómo morimos en una vida pasada. Si esto es verdad, entonces yo en mi anterior vida morí ahogada.

Desde aquel fatídico incidente con el cuchillo que temo de una manera irracional e incomprensible al agua, no soporto el ver la marea moverse sin control, no ver la profundidad de el agua y no saber si alguien me rescataría si caigo al Támesis. Era un miedo que hacía que mi corazón se acelerase, mi garganta se cerrase y mis palmas sudasen, un fuerte nudo se apoderaba de mi cuello acompañado por un profundo ardor en este. Si en aquellos momentos de lucidez trascendental cerraba los ojos y me dejaba llevar podía llegar a revivir esa nefasta noche.

Luna nueva, mar furioso y alma inquieta. Recordaba estar acorralada, había perdido y aquellas eran las consecuéncias de mis actos y de mi debilidad, sentí cómo mi cuello era segado con una fina hoja, la sangre salía sin control y yo me atragantaba con esta en un inútil intento de respirar, aquel líquido carmesí inundó mis pulmones y yo fui arrojada al mar como muchos otros antes de mí. Me hundí en las profundidades teniendo al océano como testigo de mi último aliento.

Esa era mi muerte, ese era mi miedo. Abrí los ojos cuando mi madre me agarró del brazo y me alejó del Támesis, cargaba en mis brazos un saco lleno de nuestras pocas pertenencias y sostenía en mi mano un pequeño trapo cosido para que hiciera la función de monedero. Charlie lanzaba piedras al río en un mal intento de romper el hielo que se había formado en este, mi madre se acercó a él y le abofeteó para que parase.

—Vamos niños, el apartamento está cerca.—

Su voz sonaba aún dudosa, incapaz de creer que de verdad fuesen a vivir en un apartamento de ladrillos y suelo de madera, la choza en la que solíamos vivir estaba hecha de piedras mal colocadas con cemento, el suelo era de la misma tierra y se inundaba cada vez que llovía, pero ya no debíamos preocuparnos por nada de aquello. Pasamos por un par de calles ganándonos varias miradas de desprecio y asco de aquellos de clase media-alta, burgueses que iban con traje y asistían a banales fiestas con la intención de darse envidia los unos a los otros y buscar una buena mujer, callada y obediente, con la cual casarse.

Nos paramos delante de una casa de ladrillos grises, dos plantas, un quinqué iluminando la puerta de madera maciza y un total de cinco ventanas. Mi madre se peinó varias veces con los dedos su enmarañado pelo y limpió como pudo la suciedad del rostro de mi hermano antes de dar  dos fuertes golpes en la puerta. En ese aspecto yo era quién más presentable iba, con mi uniforme de trabajo y una trenza convertida en moño que recogía la mayoría de mis cabellos. Una señora muy pequeña y encorvada salió alzando unas diminutas gafas que posó sobre su arrugado y contraído rostro.

—¿Puedo ayudarles?—

—Somos.... Somos los Graves, nos dijeron que—

Antes de que mi madre siguiera balbuceando rápidamente haciendo las palabras ininteligibles, la señora bajita la mandó a callar y se echó a un lado dándonos paso. La casa tenía incluso un recibidor, y alfombras, tenía unas alfombras preciosas. Madre no dejaba de hacer comentarios y gritos escandalosos a todo lo que veia, el reloj de pared, las luces, las paredes pintadas, los tablones del suelo... Mi hermano corrió sin perder un minuto a explorar todo el lugar con la poca emoción infantil que conservaba.

La señora que nos hubo recibido en su casa resultaba ser una parienta lejana de una de nuestras vecinas de la colonia, había enviudado muchos años atrás y la fortuna familiar ya no podía aguantar los gastos ya que el dinero había ido escaseando con el pasar de los años, aún así se había negado a abandonar su hogar o a vender cualquiera de los muebles de este. Había cinco habitaciones de las cuales solo utilizaríamos tres, la mía estaba junto a la biblioteca.

𝐄𝐓𝐇𝐄𝐑𝐄𝐀𝐋; sebastian michaelisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora