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La guerra continuaba, generalmente con discreto éxito; pero la gente había

cesado de decir: «Una victoria más y la guerra habrá terminado», como

tampoco decía ya que los yanquis eran unos cobardes. Todos estaban

persuadidos de que no lo eran en realidad y que sería necesaria más de una

victoria para derrotarlos. Hubo, sin embargo, victorias por parte de los

confederados: en Tennessee, bajo el mando de los generales Morgan y Forrest,

y en la segunda batalla de Bull Run; pero los hospitales y las casas de Atlanta

estaban abarrotadas de enfermos y heridos, y cada vez eran más numerosas las

mujeres vestidas de negro. Las monótonas filas de tumbas de soldados en el

cementerio de Oakland se hacían cada vez más largas.

El dinero de la Confederación había disminuido de modo considerable y el

precio de los alimentos y de la ropa aumentó en proporción. Los

aprovisionamientos para el Ejército exigían tal cantidad de víveres que las

mesas de los habitantes de Atlanta empezaron a mostrar cierta penuria. La

harina estaba escasa y costaba tan cara que se empleaba generalmente el grano

sarraceno para los bizcochos y el pan. Las carnicerías tenían poca carne y los

corderos habían desaparecido; esa carne costaba tanto que sólo las personas

ricas podían permitirse el lujo de comerla. En cambio, abundaba aún la carne

de cerdo, la volatería y las legumbres.

El bloqueo yanqui se hizo más riguroso, y algunos artículos de lujo, como

el té, el café, la seda, los corsés, el agua de colonia, las revistas de moda y los

libros eran escasos y carísimos. Hasta los tejidos de algodón más ordinarios

habían aumentando su precio y las señoras se veían obligadas, muy a pesar

suyo, a ponerse los vestidos de las temporadas precedentes. Telas que años

antes habían sido abandonadas en las buhardillas para llenarse de polvo

volvían a aparecer, y en casi todas las tiendas se encontraban rollos de tela

tejida a mano. Todos, soldados, burgueses, mujeres, niños y negros,

empezaban a llevar estas telas. El color gris, que era el color de los uniformes

de la Confederación, prácticamente había desaparecido y fue reemplazado por

una ropa tejida a mano de color pardo.

Los hospitales empezaban a preocuparse por la falta de quinina, de

calomelanos, opio, cloroformo y yodo. Las vendas de hilo y de algodón

llegaron a ser un artículo demasiado precioso para tirarlas después de haberlas

usado. Todas las señoras que hacían servicio de enfermeras en cualquier

hospital se llevaban a casa cestos de ropa ensangrentada para lavarla y

plancharla y ser puesta nuevamente en uso.

LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓDonde viven las historias. Descúbrelo ahora