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A instancias de la señora Merriwether, el doctor Meade se decidió a

escribir al periódico una carta en que no mencionaba a Rhett, aunque éste

fuera fácilmente reconocible. El director del diario, previendo el drama social

que se escondía bajo aquel escrito, lo puso en segunda página. Esto era ya una

gran innovación, porque las dos primeras páginas del diario estaban siempre

dedicadas a anuncios referentes a esclavos, mulos, arados, cofres, casas en

venta o para arrendar, curas de enfermedades secretas y reconstituyentes de la

fuerza viril.

La carta del doctor fue el preludio de un coro de indignadas voces que

empezó a oírse en toda la región contra especuladores y aprovechados. En

Wilmington, el principal puerto donde se podía atracar ahora, ya que el de

Charleston estaba prácticamente cerrado por los navíos de guerra yanquis, la

situación se había hecho verdaderamente escandalosa. Los especuladores

invadían la ciudad. Y, teniendo dinero contante, compraban cargamentos

enteros de mercancías y los escondían para poder alzar después los precios. La

subida llegaba siempre, porque, con la creciente escasez de lo necesario, los

precios se elevaban cada vez más. Los burgueses se veían obligados a comprar

a los precios que fijaban los especuladores, y los pobres o los que estaban en

situación modesta sufrían cada vez más privaciones. Con el alza de precios el

valor de la moneda confederada disminuyó y su caída marcó el resurgir de una

loca pasión por el lujo. Los comandantes de los barcos que atravesaban el

cerco tenían la misión de traer mercancías de primera necesidad; pero ahora

sus bodegas estaban llenas de artículos de lujo, que ocupaban el lugar de

aquellos de que la Confederación tenía necesidad. Empeoraba la situación el

hecho de que sólo había una línea ferroviaria de Wilmington a Richmond; y,

mientras millares de sacos de harina y cajas de tocino se pudrían en los

almacenes de las estaciones por falta de vehículos de transporte, los

especuladores que vendían vinos, seda y café conseguían hacer llegar sus

mercancías a Richmond dos días después de ser éstas desembarcadas en

Wilmington. Los rumores que antes circulaban ocultamente sobre Rhett

Butler, ahora se comentaban en voz alta y se afirmaba que no sólo especulaba

con sus cuatro naves vendiendo las mercancías a precios inauditos, sino que

compraba los cargamentos de otros navíos y los almacenaba en espera del alza

de precios. Se decía que él era el jefe de una asociación con capital de más de

un millón de dólares y tenía en Wilmington su cuartel general a fin de comprar

LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓDonde viven las historias. Descúbrelo ahora