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Ya otra vez en su habitación, Scarlett se dejó caer en la cama, sin

preocuparse de su vestido de moaré ni del manojo de rosas. Durante un rato

permaneció sin moverse, pensando: «¡Haber estado entre Melanie y Ashley

recibiendo a los invitados! ¡Qué horror! ¡Preferiría enfrentarme de nuevo con

el ejército de Sherman a repetir aquella comedia!»

Después de un rato se levantó de la cama y nerviosamente comenzó a

moverse por la habitación de acá para allá, tirando por todas partes sus ropas.

Vino la reacción por el esfuerzo realizado y empezó a temblar. Las

horquillas se escurrían entre sus dedos y hacían un ruidillo al caer al suelo,

mientras Scarlett intentaba dar a su pelo los acostumbrados cepillazos; se

golpeaba con la madera del cepillo haciéndose daño en las sienes. Una docena

de veces se acercó de puntillas a la puerta, espiando los ruidos del piso bajo.

Pero todo permanecía en silencio como en el fondo de un pozo.

Rhett la había mandado a casa en el coche en cuanto terminó la fiesta, y

ella había dado gracias a Dios por el respiro. Rhett no había vuelto aún.

Gracias a Dios, no había vuelto. No podría presentarse delante de él, esta

noche, asustada, avergonzada, temblando. Pero ¿dónde estaría? Probablemente

en casa de aquella mujer. Por primera vez, Scarlett se alegró de que existiese

semejante persona, Bella Watling. Se alegró de que existiese otra casa que la

suya que cobijase a Rhett, hasta que su humor, irritado y sanguinario, se

hubiese calmado. Estaba muy mal alegrarse de que su marido estuviera en

casa de una prostituta, pero no podía remediarlo. Casi se alegraría de que se

hubiese muerto, si eso significaba que no tendría que verlo esta noche.

Mañana... Bueno, mañana sería otro día. Mañana pensaría alguna

disculpa, alguna réplica mordaz, algún medio de hacer a Rhett culpable.

Mañana el recuerdo de aquella noche espantosa no la acosaría hasta hacerla

temblar. Mañana no se sentiría tan obsesionada por el recuerdo del rostro de

Ashley, de su malparado orgullo y de su vergüenza, vergüenza de que ella

tenía la culpa, vergüenza por lo que él no había buscado. ¡Cómo la odiaría

ahora su amado, su honrado Ashley, pensando que lo había afrentado! Claro

que la odiaría ahora, ahora que los había salvado el indignante gesto de

Melanie y el cariño y confianza que había en su voz cuando cruzó el brillante

parquet, para enlazar su brazo con el de Scarlett y hacer frente a la multitud

curiosa, maligna, disimuladamente hostil. ¡Qué inteligentemente había evitado

Melanie el escándalo, conservando a Scarlett a su lado durante toda la

espantosa noche! La gente había estado algo fría, algo extraña, pero cortés.

LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓDonde viven las historias. Descúbrelo ahora