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Aquella noche, durante la cena, Scarlett cumplió su misión de presidir la

mesa en ausencia de su madre; pero su pensamiento estaba trastornado por la

tremenda noticia que había oído acerca de Ashley y Melanie. Sentía un

desesperado deseo de que su madre volviera de casa de los Slattery, porque sin

ella se sentía perdida y sola. ¿Qué derecho tenían los Slattery, con sus eternas

enfermedades, a sacar a Ellen de su casa, cuando Scarlett la necesitaba más?

Durante la triste comida, la voz ruidosa de Gerald continuó

ensordeciéndola hasta el punto de hacérsele insoportable. Él había olvidado

por completo su conversación de aquella tarde y continuaba una especie de

monólogo sobre las últimas noticias de Fort Sumter, acompañándolo de

puñetazos en la mesa y agitando los brazos en el aire.

Gerald tenía la costumbre de dominar la conversación a las horas de

comer, y Scarlett, generalmente preocupada con sus propios pensamientos,

apenas le oía; pero aquella noche podía oírle menos aún, ya que sólo estaba

atenta al ruido del coche que anunciase la vuelta de Ellen. Cierto que no

pensaba decir a su madre lo que tanto le pesaba en el corazón, porque a Ellen

le disgustaría y apenaría el saber que una hija suya quería a un hombre

comprometido con otra muchacha. Pero, en lo más recóndito de la primera

tragedia de su vida, ansiaba el gran consuelo de la presencia de su madre.

Sentíase siempre segura cuando Ellen estaba a su lado, pues no había nada,

por doloroso que fuese, que Ellen no pudiese mejorar sólo con su presencia.

Se levantó repentinamente de la silla al oír rechinar ruedas en la avenida;

pero volvió a sentarse cuando el ruido se perdió en el corral de detrás de la

casa. No podía ser Ellen, porque ella se habría apeado frente a la escalinata.

En la oscuridad del corral, se oyó un excitado vocerío de negros y una

estridente risotada. Mirando por la ventana, Scarlett vio a Pork, que había

salido de la estancia un momento antes, sosteniendo en alto un candelabro

encendido, mientras que de un carro descendían varias figuras que no

conseguía distinguir. Las risas y las palabras sonaron más fuertes en el aire de

la noche; eran voces agradables, rústicas y descuidadas, guturalmente suaves y

musicalmente agudas.

Los pies se fueron arrastrando hasta la escalera posterior, y cruzaron el

pasadizo que conducía a la casa principal, deteniéndose en el vestíbulo,

justamente a la puerta del comedor. Hubo una breve pausa de cuchicheos, y

luego Pork entró sin su habitual dignidad, girando los ojos alegres y

resplandeciendo sus blancos dientes.

—Señor Gerald —anunció entrecortadamente, con el orgullo de un novio

LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓDonde viven las historias. Descúbrelo ahora