42

127 15 0
                                    


Scarlett tuvo una niña menuda y calva, fea como un mono pelón y

absurdamente parecida a Frank. Nadie, excepto el padre, cegado por el cariño,

pudo encontrar en ella belleza alguna, pero los vecinos llevaron su caridad

hasta decir que todos los niños feos podían llegar a volverse guapos. La

bautizaron con los nombres de Ella Lorena. Ella por su abuela, y Lorena

porque era el nombre más de moda en aquellos días para las muchachas, así

como los de Roberto E. Lee y Stonewall Jackson eran los más populares para

los chicos y Abraham Lincoln y Emancipación para los negritos.

La niña nació a mediados de una semana en que los ánimos estaban muy

excitados en la oprimida Atlanta y la atmósfera en tensión, esperando un

desastre. Un negro que se jactó de haber cometido un rapto fue detenido por

entonces; pero, antes de pensar en juzgarle, varios miembros del Ku Klux

Klan asaltaron la cárcel y lo colgaron sin contemplaciones. El Klan había

actuado para evitar que la víctima, desconocida aún, fuese citada a

comparecencia para declarar ante el tribunal. Antes que hacer pública su

afrenta, el padre y los hermanos la hubieran matado; por eso el linchamiento

del negro pareció a los ciudadanos una sensata solución, realmente la única

solución decente. Pero las autoridades militares se enfurecieron. No vieron

razón para que la muchacha no declarase públicamente.

Los militares efectuaron detenciones a diestro y siniestro y juraron que

aniquilarían el Klan, aunque tuviesen que encerrar a todos los blancos de

Atlanta. Los negros, irritados y ceñudos, hablaron de incendiar casas en

represalia. Corrían rumores de ejecuciones en masa en el caso de que los

yanquis cogieran a los culpables y de sorpresas concertadas por los negros

contra los blancos. La gente permanecía en su casa con las puertas barreadas y

con las ventanas herméticamente cerradas; los hombres no se atrevían a salir a

sus asuntos dejando sin protección a las mujeres y a los niños.

Scarlett yacía extenuada en el lecho, débil y callada, dando gracias a Dios

de que Ashley hubiera tenido el buen acuerdo de no pertenecer al Klan y de

que Frank fuera demasiado viejo y apocado. Hubiera sido espantoso saber que

los yanquis podían llegar de un momento a otro a detenerlos. ¿Es que no

podían estar tranquilos aquellos juveniles cerebros exaltados que formaban el

Klan? Probablemente la muchacha no había sido violada. Seguramente había

sufrido tan sólo un susto tonto, y por culpa suya una porción de hombres podía

perder la vida.

En aquella atmósfera, con los nervios tensos como una mecha sobre un

barril de pólvora, Scarlett recobró sus fuerzas rápidamente. El saludable vigor

LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓDonde viven las historias. Descúbrelo ahora