Capítulo IX: Una noche candente

630 72 1
                                    

Zelena Mills

_ ¿Entonces… me aseguras que has bajado el filtro antiruido?_ Me preguntaba Hikari.

Si se pensaba que yo iba a ser delicada con su castigo, estaba equivocada, pero sí que era cierto que había bajado las placas insonorizadoras que había en la habitación. ¿Realmente hacíamos tanto ruido como para que me hubiese decidido a instalar algo así? Me sorprendía a mí misma en ocasiones. Pero lo cierto, es que así me aseguraba de que ni Regina ni Emma me oyesen mientras me desfogaba con mi amante esposa.

_ Sabes que lo he hecho…_ Le dije, por tercera vez._ Yo cumplí mi parte del trato, ahora te toca a ti.

Yo estaba tumbada en la cama, con un sencillo sujetador de encaje negro y una fusta en las manos. A fin de cuentas, yo era la que realizaba el castigo, no la que estaba siendo castigada.

_ Zelena… ¿Esto no es un poco racista?_ Me dijo, aun resistiéndose a salir._ A lo mejor me siento ofendida.

_ A mí no me engañas, Hikari. Siempre dices eso. Sal de una vez._ Le dije, visiblemente emocionada.

_ Bueno… vale…_ Dijo, de mala gana.

Hikari salió del lavabo vestida con un elegante kimono de color rojo. Su rostro había sido pintado de blanco, y se había maquillado muchísimo. Su cabello estaba sujeto con un par de palillos y mostraba una expresión de desagrado. Sí, le había pedido que se vistiese de geisha. A ella no le gustaba… pero a mí aquello me estaba poniendo muy a tono.

_ ¿Estás contenta?_ Me preguntó, con una mueca socarrona.

_ Sí… mucho. Ahora ven aquí._ Le dije, mordiéndome el labio.

Ella se sentó sobre la cama, a mi lado, y yo la rodeé con los brazos, centrándome un momento en mi sentido del olfato, y aspirando el aroma de aquella colonia con olor afrutado. Mis labios se deslizaron hacia su cuello, lamiéndolo con cierto deleite. Ella se estremeció.

_ Oye…_ Le susurré, poniéndome seria por un momento._ De verdad… si no quieres hacer esto, podemos parar. Si te parece mal vestir así…

Ella se rió con ganas, y me dio un beso en la mejilla, dejándome su pintalabios bien marcado.

_ No, tonta… ni que fuera lo más raro que hemos hecho._ Me guiñó un ojo._ Disfruta… que ya me lo compensarás.

¿Qué más podría llegar a pedir yo en la vida? Decididamente, se me hacía difícil imaginarme a alguien mejor que Hikari para pasar el resto de mis días. La tumbé sobre la cama, besándola con más ansias aún si cabe. Estaba enamorada. Nunca antes había podido salir con alguien. Todos me habían considerado un monstruo.

Hikari metió la cabeza entre mis pechos, dejando una marca de su cara al tiempo que los mordía. Casi me parecía cómico ver mi pecho completamente blanco producto del maquillaje. Me reí un poco y la ayudé a abrir el kimono. Siguiendo mis indicaciones, no llevaba nada debajo, y el ligero calor que estaba haciendo en la insonorizada habitación había dejado su piel brillante por el sudor.

Ahora era yo la que pasaba la lengua por su piel, con mucha calma. Ella gemía, y yo miraba su rostro pintado. Le daba una estampa muy curiosa y muy sexy contorsionar la cara de aquel modo, con toda aquella pintura encima. Bajé hasta llegar a su sexo y lo besé amorosamente. Me olvidé de la fusta, pues en aquella ocasión no la necesitaría.

Hikari seguía gimiendo, aferrando mi pelo para que no me separase de su sexo. Yo estaba siendo una buena esposa, eso sí, sin dejar de mirar a su cara y su pecho, que ya estaban provocando que mi propio sexo estuviese encharcado. Pero hasta que no la oí lanzar un grito, tras el consiguiente orgasmo, no me detuve. Tenía la cara anegada con sus flujos, que recogí como pude con mi lengua. Sin embargo, necesité la ayuda de la de Hikari, que terminó de limpiarme el rostro. Verla relamerse fue la gota que colmó el vaso.

Una pésima madre, dos curiosas hijas (SwanQueen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora