Había quedado por la tarde en la tienda Zara de la Gran Vía de Madrid con mi amiga Leticia. Ella era una ex-compañera de clase de bachillerato y, para mayor información, mi máxima confidente. De hecho, sabía mi tan guardado secreto fetichista. Tenía el pelo castaño claro, delgada y media unos diez centímetros menos que yo. Su mayor virtud era la de saber escuchar, comprender y, sobre todo, intuir el mejor camino cuando se trata de tomar una decisión. Si en otra época hubiera sido un monarca, por seguro tendría a Leticia a mi lado como consejera.
El motivo de la quedada era para poder actualizarme la ropa e ir un poco más... a la moda. Aunque, desde mi punto de vista, yo seguía la tendencia más descuidada. En el anterior párrafo vendí muy bien a mi amiga, sin embargo, tenía un pequeño defecto: su puntualidad. Como ya lo conocía, llegue quince minutos tarde para evitar tener que estar esperando. Y, aún así, me paré frente a la tienda y todavía no había llegado. Me crucé de brazos y me apoyé sobre la pared para hacer tiempo.
Los que viven en una gran ciudad cosmopólita como Madrid, sabrán que para hacer tiempo y esperar, es inevitable estar en plena calle o metro y no poder parar de analizar a la gente e intuir aspectos sobre su vida. Por ejemplo, mientras esperaba, observé a un hombre que iba con prisa, vestido bastante formal, pero el cinturón estaba un poco desabrochado y la corbata no estaba del todo ajustada. Era evidente que allí donde fuera llegaba tarde y no le había dado tiempo a arreglarse del todo bien. Una chica joven iba con el pelo teñido de azul eléctrico, con auriculares grandes y una camiseta con un eslogan sobre videojuegos. Claramente, pude deducir que era una chica gamer. Una pareja de homosexuales paseaba por la Gran Vía, se les veía felices y eso, aunque no les conociera, me proporcionaba alegría. Lo bueno que tenía Madrid era que te ofrecía la posibilidad de ser tu mismo, de ser libre.
Sentí como unos dedos me tocaban el hombro.
— ¡Hola! — dijo Leticia con su tan dulce voz.
— ¡Hombre! Has llegado cinco minutos antes — ironicé.
— Echaba de menos tus sarcasmos — dijo mientras nos dábamos dos besos. — Por cierto, se me olvidó enseñártelos, pero me compré estos zapatos.
Señaló con el dedo índice hacia su calzado, mientras ladeaba el pie para que los pudiera ver mejor. Como comenté al principio, Leticia sabía mi secreto y lo que más me gustaba de tenerla como amiga es que era de aquellas personas que no te juzgaban, que a pesar de contarles un fetiche que a la mayoría le podría parecer extraño, para ella era lo más normal del mundo. De hecho, tenía la buena costumbre de enseñarme siempre sus zapatos para que le diera opinión o pedirle que le acompañara a comprar calzado. Sin serlo, sabía entender a los fetichistas.
Miré a sus zapatos. Eran unos tipo blucher de color negro, con tacón muy grueso y un poco de plataforma.
— ¡Qué bonitos! Siempre tendrás buen gusto para elegir zapatos — le felicité.
— Gracias — agradeció con una sonrisa. — ¿Pasamos adentro?
Para pasar a la sección de hombres tuvimos que pasar primero por la de mujeres. Siempre había pensado que no me disgustaría trabajar en una tienda de moda o de zapatos, sería bastante feliz aconsejando a las clientas a escoger el calzado que comprar.
— Bueno y cuéntame. ¿Por qué era tan urgente ir de compras hoy? — dijo Leticia mientras caminábamos hacia la sección de hombres.
— Estos últimos meses han pasado ciertas cosas interesantes. Y que no te he explicado... todavía — hice una pausa y vi como Leticia levantaba sus cejas, indicándome que podía proceder a contárselo todo. Proseguí. — Te lo resumiré todo brevemente. Un día quedé para ir a un buffet con mis amigos y (...).
Cuando llegué a la parte fetichista de los botines en su fiesta de cumpleaños, no pudo contenerse y Leticia soltó un grito de emoción. Tuve que indicarle con la mano que bajara el volumen.
— ¿Pasó eso realmente? — preguntó para verificar la historia.
— Sí, tal cual te lo cuento — confirmé. — Entonces me dio esta nota.
Le ofrecí la nota y ella la cogió. La desenvolvió y la leyó en voz alta.
— En San Valentín a las 21:00 en la estación de trenes de Atocha — volvió a doblar la nota y me la entregó. — Ya veo, así que como esa fecha es mañana, necesitas urgentemente comprarte ropa para ir guapete.
Me encogí de hombros y afirmé con la mirada.
— Resulta que es una chica de clase alta. Creo que, incluso, de clase extremadamente alta. No sé quién es su familia, pero su casa estaba a otro nivel.
— Tengo toda la información que necesito para saber qué tienes que comprarte — dijo Leticia.
Llegamos a la sección de hombres. Según entré vi una camisa de cuadros tipo leñador, de colores rojos y negros. Me acerqué a la prenda y se la mostré a Leticia. Ella se llevó la palma de la mano a la frente.
— Déjame elegir a mí. No sé si eso será del agrado de alguien de clase alta — respondió Leticia negativamente a mi sugerencia.
Me agarró de la muñeca y me llevó hacia la sección de ropa muy formal. Comenzamos a revisar todas las prendas que había. Dejé que el trabajo lo hiciera Leticia, así que ella misma seleccionó un par de trajes, camisas y corbatas. Era todo de color blanco, negro o azul marino.
— Igual es demasiado clásico todo, ¿no crees? — pregunté. — Igual en vez de una camisa blanca y corbata roja, mejor una camisa de color negra y una corbata de color roja — sugerí inocentemente.
— ¡Eso es muy feo! Además, parece muy comunista — me reprimió. — ¿Es de clase alta, recuerdas? Vamos a los probadores y deja de dar la lata.
A decir verdad, entré con muy pocas esperanzas en los probadores. No me gustaba del todo la selección que había hecho, pero tenía que confiar. Me desvestí y me fui poniendo la ropa que había escogido Leticia. A medida que iba completando mi outfit me daba cuenta de lo acertada que había estado, y de por qué confiaba tanto en sus gustos. Me puse el traje de color azul, la camisa blanca y la corbata de color rojo con estampados. Me lo ajusté todo y me apreté finalmente el cinturón. Abrí la cortina del probador, donde Leticia esperaba fuera. Se quedó boquiabierta.
— ¡Espectacular! Con esto no hay quién se te resista — le salió del alma. — ¿Has pensado en cambiar tu look hacia uno más formal en vez de tan descuidado?
— La verdad es que no — dije mientras me ajustaba la chaqueta. — Pero tendré que hacer una excepción con Aitana.
— Toma — me ofreció unos zapatos de color negro y material brillante. — Mientras te vestías he buscado estos.
Los agarré y me los probé. Todo en su conjunto me quedaba perfecto. En realidad, debía plantearme eso de vestir más de formal. Volví a entrar en el probador y me quité todo el traje para volverme a poner en mi vestimenta cutre habitual.
— Gracias por ayudarme — le dije a Leticia con sinceridad.
— ¡No hay de qué!
— Pero ahora toca la parte que más me gusta — añadí con cierta picaresca.
Después de un rato más en la tienda nos dirigimos hacia el cajero. Pagué mi traje, mi camisa, la corbata, los zapatos y... unos tacones que quería regalarle a Leticia. Era mi manera de agradecerle, a través de mi fetichismo, su ayuda prestada. Y era una de mis partes preferidas de ir a comprar con ella. Al principio le costaba aceptar mis obsequios de zapatos, pero con el tiempo se fue acostumbrado y haciendo a la idea de que, aunque parezca raro, a los fetichistas nos encanta hacer este tipo de regalos.
Salimos de la tienda y ya lo tenía todo preparado para el día de mañana. San Valentín con Aitana. ¿Quién me lo iba a decir hace solo unos meses?
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Me enamoré de sus zapatos [Retifismo/Fetichismo/Altocalcifilia][+18]
RomantizmAarón es un chico fetichista de los zapatos que vive en un barrio de clase trabajadora y es una persona muy simple. Un día conoce y se acaba enamorando de una chica de clase alta que vive en Pozuelo de Alarcón, el municipio más rico de toda España...