Capítulo 7

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20 de agosto del 2000

Han pasado cinco días desde que Amelie está conmigo, para los que se lo preguntan... No, no la he matado aún.

Esta niña me ha dado un trabajo inmenso, muchos dirán que suele ser muy dulce por cómo reacciona frente a las diversas situaciones que se le han presentado, como cuando fuimos a comprar fruta a la feria del pueblo. Iba una anciana con un carrito lleno de plátanos, verduras y algunos frutos rojos, caminaba lentamente por la acera mientras yo de la mano con Amelie la observábamos desde lejos, ella se soltó de mí y salió corriendo con apuro, la torpe anciana se había caído y junto con ella todo lo que llevaba en el carro, pasó un Volkswagen año 98 justo detrás de ella, un segundo menos y esa niña queda hecha añicos en aquella calle. La muy ingenua pequeña le recogió cada plátano, verdura y fruto rojo, se dio el tiempo de meter en el carro cada elemento, mientras la anciana le regalaba una sonrisa y se dirigía a mí diciendo –tiene una pequeña maravillosa. –Yo por mi parte no le respondí, sólo asentí con la cabeza y agarré a Amelie de un brazo, no me podía exponer a que todo el mundo me viera con ella, así que tuvimos que volver de inmediato al apartamento.

Ya acomodados en "nuestro escondite" la dirigí a la silla frente al tocador, saqué unas tijeras y comencé a cortar los rizos de su cabeza, ella al principio no quería, pero luego lo vio como un juego, su rubio cabello quedó corto hasta las orejas y aún con eso la belleza de sus ojos me perturbaban, sin duda le quedaba muy bien.

21 de agosto del 2000

Esta mañana fue realmente agitada en el trabajo, tuve que arriesgarme a dejar a Amelie sola, ya que no había podido deshacerme de ella, pero por precaución cada puerta quedó cerrada con llave y las ventanas completamente cubiertas, su cereal quedó encima de la mesa en mi escritorio, espero que Misu no se lo haya comido.

Eran las 10:15 cuando llegan dos hombres a mi oficina, uno de ellos era alto de piel morena y con una nariz relativamente grande, el otro por su parte era completamente diferente, su pelo era marrón, su piel blanca y era tan bajo que tuvo que quedarse de pie para que pudiera verlo. Los dos vestían diferente ropa, pero eran completamente formales, el alto llevaba un chaquetón negro de tela fina y el bajo un terno con esmoquin.

Me enseñaron una placa algo extraña y procedieron a realizarme algunas preguntas, pues eran miembros de seguridad nacional e investigaban el caso de una pequeña desaparecida y un asesinato a sangre fría a unas horas del pueblo.

Llegaron a mí porque el padre de la chica estuvo un día antes del secuestro en mi oficina, el hombre estaba desesperado y hasta ofreció una recompensa por la niña.

No les aburriré indicando toda la conversación que tuvimos, pude burlar a aquellos tipos, son tan básicos que no buscan la respuesta que uno les da, sino cómo uno reacciona frente a sus preguntas. Llevo años de práctica sin sentir como para que alguien vea algún tipo de emoción intensa en mí, así que fueron evadidos y se marcharon sin pistas.

22 de agosto del 2000

–¿Cuándo voy a conocer el mar? –Fue la pregunta que me hizo Amelie al despertar. –Muy pronto, creo que aún no estás lista para eso –le respondí mientras en la cocina se preparaban unas tostadas. Su madre se había suicidado hace unos meses en la playa del condado, murió ahogada y quedó con un padre que nunca quiso volver a mirar el agua, la pobre chica estaba ilusionada con las olas y con que yo, su salvador, la llevara a aquel lugar.

En ciertos momentos del día me pregunto qué será de aquel hombre viudo y triste que llegó a la sucursal en busca de una previsión para su hijita, ¿en algún momento habrá sospechado de mi persona? ¿Se habrá imaginado siquiera que esa noche sería la última con su Amelie? ¿O pasó de largo como la mayoría de los padres después del trabajo directo a su cama sin siquiera darle un beso de buenas noches? No lo sabría jamás, supongo.

También reflexioné sobre el alma de Patricia, la niñera. Al parecer no era muy buena con esta niña, ya que no dudaba en aventar a cualquier hombre a la casa de su protegida cuando la pequeña estaba ahí.

Sea lo que sea, Amelie tomó la mejor decisión y el por qué aún no se va a negro, ya lo he dicho antes; los niños son complicados.

25 de agosto del 2000

Le compré un vestido color púrpura que la maravilló al instante, se lo coloqué yo mismo después de bañarla y emparejar su cabello, tenía unos aritos de perla tan blancos como su piel y unas pequeñas sandalias que apenas cubrían sus pies. La tomé de su pequeña mano y caminamos hasta llegar a nuestro destino, las olas estaban inmensas y la brisa marina relajaba nuestros sentidos, no dudó en correr por la costa mientras contemplaba el mar tan azul como sus grandes ojos y tan extremo como su personalidad, podríamos habernos quedado todo el día frente a aquella imagen de "eterna felicidad" o así la llamó ella en un momento.

Luego de esa conmovedora escena por un instante creí escuchar las sirenas de una patrulla policial, no estaba seguro, pero me era imposible arriesgarme a estas alturas, tenía que hacerlo antes que el cielo se tornara de color anaranjado y esos hombres de la ley me agarraran estupefacto. Tomé una piedra entre ambas manos y mientras ella podía ver sentada el atardecer, yo me aproximaba para golpear su cabecita, y a un segundo de concretar el acto logro escuchar a lo lejos una voz aguda y descontrolada. –¡No lo hagas, Joe! –Mi corazón se paralizó en aquel instante y mis manos sudorosas soltaron la gran roca del crimen, Amelie apuntó con su pequeño dedo justo detrás de mí a una chica que corría impaciente, era Cloe que me detenía por completo en aquel fin del mundo.

En un primer momento no entendí absolutamente nada, las preguntas revoloteaban en mi mente como cuan torbellino viví en algún día lejano, no entendía cómo estaba ahí ni por qué impedía mis intenciones, hasta que frente a mis ojos aquella chica extraña que alguna vez llamé Selene tomó de la mano sutilmente a Amelie, le advirtió un par de cosas y la dirigió hacia el mar monstruoso, la pequeña estaba tan tranquila que me sorprendía en cierto grado cómo podía ser posible lo que allí ocurría, sólo fui capaz de escuchar una frase antes de que Cloe y Amelie desaparecieran aquella tarde por completo –ahora puedes irte con tu mami. –Escuché esas palabras salir de la boca de Cloe, y mientras ella me dirigía una mirada amenazante se alejó tanto que ya no pude verla más, pero Amelie...

Ella sin mirar atrás, se unió al mar para siempre. 

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