Capítulo II

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Un sonido irritante. Era lo único que zumbaba en la cabeza del mayor de los tres hermanos.
Había recibido un fuerte golpe en su cabeza al momento que sus captores lo metieron en su camioneta.

Al despertarse, tosió un par de veces escupiendo un poco de sangre gracias al golpe antes mencionado en su cabeza, seguramente ahora tendría una contusión, limpió su boca con la manga de su sudadera. Barrió con su mirada la habitación, notaba que era una especie sótano, húmedo y sucio.

Se quejó un poco, apoyando su antebrazo en el suelo para levantarse. Le dolía la cabeza. Estaba asustado y no evitó comenzar a gritar con desesperación por ayuda, golpeando las paredes y sollozando. Notó también que aún llevaba todas sus prendas, parecía que aquellos que le secuestraron tenían poco tiempo.
Dejó de tratar de irse. No había luz del sol, estaba muy frío ahí dentro y su frente sangraba un poco.
Suspiró, dándose por vencido, buscó cualquier cosa que le ayudara a salir. Encontrando un palo de madera podrida, quizás no era lo mejor pero un golpe contundente era más que necesario, si es que llegaban a entrar.

Limpió un poco de lodo que tenía el palo, observando detalladamente cada marca en él, le provocó un escalofrío al notar que este parecía tener sangre seca, o bien podría ser aceite de automóvil, cualquier cosa, con que no fuera sangre. ¿Pero si realmente lo era? ¿no volverá a ver a su madre? ¿sus hermanos?

Oliver no paraba de dar vueltas en el pequeño cuarto en donde estaba, ¿cuál era realmente la intención de aquellas personas a venir de la nada a secuestrarlo?, sin duda estaba agradecido que haya sido él y no John, mucho menos Lía. Tenía miedo.
Escuchó un par de pasos sobre su techo que tiraban polvo de la madera, abrazó con fuerza el palo, llegando a ensuciar su sudadera. Trataba de distinguir las voces, en su mayoría eran masculinas, pero no llegaba a entender de qué hablaban. Giraba su cabeza a la dirección que se escuchaban sus pisadas y voces.

No entiendo por qué haces esto, ¡es una locura! — Oyó que alguien exclamó. — ¿Y si nos encuentran? ¿Y si el padre del chico nos viene a matar? ¡¿siquiera pensaste en eso?! — Exclamaba y refunfuñaba, dejando la historia en puros "Y si".

No lo hará, a Michael no le interesa el bienestar de sus hijos, menos con la millonada que se gana ahora. — Respondió con cierta tranquilidad, haciendo que unos muebles se movieran de aquí para allá, dando a entender que estaban descubriendo la salida (y entrada) del sótano.

Oliver había escuchado que tramaban pedir una simple recompensa, sólo para conseguir más dinero de forma sencilla.

El sonido de la escotilla resonó en toda la habitación y con rapidez, Oliver golpeó  con fuerza la cabeza de la persona y comenzó a correr. Quizás no tenía mucho tiempo para pensar, no sabía si quiera hacia donde ir. Abrió la puerta y corrió, saltando las escaleras del porche.

¡Hijo de perra!

Escuchó que le maldijeron, lo peor es que escuchaba sus veloces pasos detrás de él, estaba por alcanzarle, por lo que comenzó a gritar desconsoladamente, tropezando con cada piedra y rama del espeso bosque. Sin llegar más lejos, taparon su boca y apretaron su cuello con el antebrazo, regresando a la cabaña que ni siquiera se había molestado ver.
Su captor le había vuelto a golpear fuertemente en la cabeza, dejando inconsciente al muchacho por varias horas, otra vez.

Demonios... — susurró el hombre, moviendo el cuerpo inerte de su compañero, quien murió por el golpe contundente del chico que trataba huir, tenía la nariz y los ojos sangrándole aunque claro los ojos muchísimo menos, pero era una muestra de lo que pudo haberle pasado a Oliver si el golpe era más fuerte. Gruñó bastante enojado, con la nariz arrugada. Abrió la escotilla y aventó el cadaver hasta escuchar como estampaba como si de un costal se tratara al suelo.
Se sacudió las manos y volvió a atrancar la escotilla.

Sin demorarse más, aquel desconocido fue a lavar sus manos de la sangre, tanto del chico como el de su compañero, ensuciando el lavabo de un color marrón, que era la sangre con el polvo que tenía. Limpió la cerámica y tiró el trapo a la basura.
Tomando detergentes, los roció en el suelo, limpiando arduamente la sangre impregnada en su papel tapiz y mosaicos. Cada hueco, cada evidencia, todo lo hizo desaparecer.

No se demoró en tomar un par de sogas. Se regresó por el trapo sucio y volvió con el chico que aún yacía inconsciente en el mugriento suelo.
Lo ató en la barandilla oxidada que sostenía el techo y le amordazó, Oliver aún sentado en el piso. Trataría de evitar que estuviera fuera, suelto, aún estando en un espacio cerrado, no correría el riesgo.

Oliver no tardó nuevamente en despertar, ahora con un hueco en la nuca y sangre seca sobre sus labios. No podía gritar, tampoco moverse, sólo podía observar el cuerpo en putrefacción del hombre que accidentalmente mató. Sus ojos se abrieron con un terror indescriptible y trató de alejarse con sus piernas sin conseguir -obviamente- mucho. El olor era horrible, pero soportable; pero en unas horas más, no podrá siquiera respirar.
Se quejó con el ceño fruncido, dejando que el trapo sucio tapara su quejido.
Trataba de mover sus manos, pero no podía.


Por otra parte, unas horas antes de que ocurriera aquello, John y Lía corrieron hasta casa, con los ojos llorosos. Lía tomaba con fuerza el gorro de Oliver mientras lloraba y lloraba, fue lo único que se oía de camino a casa.
Al regresar, su madre les preguntó cómo les había ido en la escuela y donde estaban hace unos minutos que aún no llegaban. John rompió en llanto, bajando su cabeza por completo mientras le suplicaba el perdón a su madre, quien preocupada echó un ojo en ambos, quienes lloraban como si hubieran matado a alguien.

Llegaron en una camioneta. ¡No pude hacer nada!, se... Se lo llevaron. — Explicó entre tartamudeos el de cabellos azabache, mientras tomaba a Lía del brazo.

¿Qué? ¿de qué demonios hablas Jonathan?... John, John, escuchame. — Estrujó al mencionado de los hombros. — ¿en dónde está tu hermano?.

— Lo secuestraron. — Susurró con la voz cortada bajando su cabeza. Su corazón le iba al mil cada que recordaba aquél momento.

Helena tomó entre sus brazos a ambos, besando la cabeza del mediano. Acarició su espalda, llorando silenciosamente. Los tres son creer lo que pasaba.

DesaparecidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora