Parte XXXIV: Soledad

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Gabriel no duerme después de eso, su mente está atormentada con la visión de Renato muriendo en sus brazos. Está inquieto incluso cuando su madre se queda a su lado, lo arrulla a dormir, pero resulta ineficaz. Cuando sale el sol y la luz se cuela por las cortinas, Gabriel abandona la cama. Su madre está dormida y él se mueve con cuidado para no despertarla.

No hay forma de que el joven pueda poner comida en su boca, por lo que abandona su hogar después de asearse y vestirse. Pasa más de lo habitual en la ducha, frotándose las manos como si así pudiera deshacerse de la sangre, aunque no hay nada en ellas. El recuerdo de esa escena atroz y la realidad se mezclan entre sí, Gabriel está demasiado cansado y privado de sueño como para distinguir entre la realidad y las pesadillas.

El viaje al hospital es largo y confuso, Gabriel se mueve en un estado de apatía y miedo, casi esperando que Renato aparezca en algún otro horrible estado cercano a la muerte frente a él. No está seguro que pueda aguantar eso, incluso aunque sea sólo un recuerdo y sepa que Renato no muere en ese entonces, sigue siendo demasiado.

Durante la noche, mientras su madre jugaba con su cabello para calmarlo, seguía pensando en la impactante realidad de que Renato había intentado suicidarse, no sólo esa vez que él había presenciado, sino muchas otros. Intentó comprender por qué, qué tan mal podría haberse sentido Renato al decidir quitarse la vida. Cuán miserable. Cuánta soledad.

Le rompe tanto el corazón que no lo puede entender.

El pobre joven está tan perdido en sus pensamientos que obviamente pasa su parada y luego tiene que caminar dos paradas hasta el hospital en lugar de simplemente bajarse en el lugar correcto. No ha dormido en más de treinta y seis horas, claramente Gabriel no está en su sano juicio.

Al recordar las palabras de la enfermera cuando le preguntó por Renato, Gabriel se dirige al octavo piso y al cuarto que le habían señalado antes. Es compartido por cuatro pacientes, lo que ya es muy incómodo.

Gabriel duda frente a la puerta, sabiendo que Renato debería estar al otro lado, sin saber si está listo para lo que sea que lo espere. Le tiembla la mano cuando agarra el picaporte y se detiene unos segundos más para respirar profundamente, reuniendo todo el coraje que puede para abrir esa puerta.

En el momento en que finalmente logra abrirla, es recibido con cuatro camas, todas ocupadas. Hay cortinas entre ellas para darles privacidad. Gabriel observa los alrededores, una enfermera está distribuyendo desayunos y lo mira con una ceja levantada, reconociéndolo, por lo que inclina la cabeza en señal de saludo.

A su derecha hay una anciana que ya está desayunando. La cortina a su derecha se corre y mantiene a la paciente oculta de la mirada de Gabriel. A su izquierda hay una niña, probablemente de unos doce años, con su madre (probablemente) ayudándola a comer ya que tiene un yeso en el brazo derecho. A su izquierda, hay un niño que recibe su desayuno, un estudiante de secundaria, de probablemente alrededor de quince años, que parece ser duro después de una paliza. Una mujer joven, probablemente de veintitantos años, está a su lado, retándolo cuando se queja de estar adolorido, parece una hermana mayor.

"¿Viniste a ver a alguien? Es muy temprano para las visitas, Gabi," responde la enfermera, una que a menudo ayudaba a su madre cuando estaba en coma, por lo que él la recuerda. "¿Cómo está tu madre?"

"Está bien," responde él de manera educada. "Todavía habrá cierto grado de parálisis, pero los médicos de la rehabilitación dicen que está haciendo maravillas."

"Eso es una bendición," sonríe la enfermera. "Entonces, ¿por quién estás acá?"

"Eh..." Gabriel vacila, mirando la cama a su derecha, la que está más cerca de las ventanas. "R-Re-Renato."

Alturas. [Quallicchio]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora