1. En el fin del mundo

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Es un placer para mí darte la bienvenida nuevamente a esta entrega de la Era del Fuego. Como ya es costumbre, encontrarás pistas de audio recomendadas para acompañarte. Si tienes la posibilidad, reprodúcelas por algún medio externo mientras lees. Espero que disfrutes de la lectura ^^.

Pista de audio recomendada: Le chant de Roma

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Año 2020. Extremo oriente de Siberia.

El mar se mecía con delicadeza, yendo y viniendo sobre la gruesa capa de hielo que cubría los confines del continente asiático. La nieve caía, lento, y una hermosa puesta de sol coloreaba de naranja el blanco paisaje. Ahí, parado junto a la orilla del hielo, un hombre cubierto con un grueso abrigo y botas de piel observaba la escena con tranquilidad.

Su cabello quebrado se agitaba con la suave y fría brisa, mientras que sus ojos resplandecían con la luz del ocaso; su figura transmitía paz, fortaleza y seguridad. En su mano derecha portaba un báculo con punta afilada, tan largo como su estatura. Su simple presencia infundía respeto.

Miraba el horizonte, preguntándose cómo, esa vista tan pacífica, podía existir en un mundo en el que el terror y el caos habían reinado durante los últimos quince años. Tanta paz y belleza lo ayudaban a creer que aún había esperanza para la humanidad.

Una sonrisa se vislumbró a través de su descuidada barba en cuanto se dispuso a dejar el lugar. Al dar la media vuelta, su mirada se cruzó con otra. Un muchacho de aspecto sereno lo esperaba a una distancia prudente.

— ¿Ya es la hora, padre? —preguntó el joven, usando un tono cortés.

El hombre dio unos pasos hasta estar frente al muchacho. Lo miró a los ojos durante un momento, perdiéndose en su pensamiento. Tras dos segundos de silencio, agitó ligeramente la cabeza y le dirigió una respuesta.

—Sí, Kail, ya es la hora. Esta será nuestra última noche, volvamos a casa.

Mismo color capilar, ambos con nariz afilada y rostro delgado; el parentesco saltaba a la vista.

—Estabas pensando en ella de nuevo, ¿verdad? En mi madre —preguntó el joven, al ver el rostro nostálgico del hombre.

—No hay día que pase sin que la recuerde —respondió, colocando una mano en su hombro, impulsándolo hacia delante para emprender la caminata.

—Me habría gustado conocerla, debió ser una mujer maravillosa —dijo Kail, manteniendo su serenidad.

Los últimos rayos del sol desaparecían, sumiendo los alrededores en la penumbra. Una ventisca se presentaba conforme la luz se apagaba, haciéndose más fuerte.

—A ella también le hubiese gustado conocerte, hijo.

Tras aquellas breves palabras, caminaron por el hielo, alejándose del mar.

Fuego y Escarcha: La Era del Fuego IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora