23. Tanah Baru

832 98 36
                                    


—Muévete Den —decía una voz—, ¡vamos! Esta vez no nos verán, te mostraré ese lugar

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

—Muévete Den —decía una voz—, ¡vamos! Esta vez no nos verán, te mostraré ese lugar.

Derguen miró a su alrededor, al frente una mano pequeña sostenía la suya, animándolo a correr en silencio. Manos pequeñas, correspondientes a niños. Estaban corriendo en dirección al Knuk Aluk, la estación de teletransporte, por tercera vez consecutiva.

Navhina era el nombre de la chica. Dos capas rojas ondeaban con el viento. La roja, perteneciente a los Korik Rom, sólo la portaban los aprendices guerreros. Ese color solía portarse con orgullo, pero en ese entonces, para Derguen era sólo una capa.

—No lo conseguiremos Navhina, no quiero pasar otro día en confinamiento con los tomok. —Derguen había hablado con una voz adornada de gallos saltarines.

Los tomok eran roedores, conejos de cola larga que debían ser aseados por su paso en el avrion.

—¡Oh, no seas aguafiestas! —dijo la niña—. Ya sabemos unas cuantas técnicas más, seguro que podemos burlar a los Muruk.

Derguen dejó ir un suspiro, la niña era incorregible. Llevaban intentándolo por varios días, el tratar de colarse a través del knuktu —nombre arqueano que recibían los portales— debido a que Navhina quería mostrarle un lugar que, según ella, era impresionante.

Llegaron ante la gran edificación dorada. Era cerca de medio día, durante el descanso de la academia de Falghar, en la Sección Central. Los Korik tenían prohibido salir sin permiso de un superior, y era peor alejarse de la hiralta. En ese momento ya debían de estar buscándolos, sin embargo, a pesar de ello, Derguen se sentía gusto con Navhina. Desde que la conoció, los días le parecían amenos, le recordaba que había un mundo más allá de cumplir con las exigencias de la sociedad, más que números, fórmulas, estudios y sabiduría.

—¡Vamos! ¡Por aquí! —dijo ella, hablando en voz baja—. Al kunul Obu se le escapó mencionar los horarios de vigilancia.

—¿Horarios? —preguntó Derguen, confuso.

—¡Sí! Tracé un patrón y calculé su paso por los knuktu. No nos verán, te lo prometo. Y con esto... —Mostró un cristal dorado—, el Sahulur jamás lo sabrá.

Sahulur, esa palabra hacía eco en su mente. Cada vez que la escuchaba la sangre le hervía. Los Sahulur y sus creaciones, eran la razón por la que vestía esa capa roja. Navhina lo hacía sentir tanta paz, porque las aventuras con ella le permitían distraerse de su meta real.

Entraron sin dificultades al Knuk Aluk, el gran edificio era igual de enorme por su interior, con columnas de mármol adornadas de oro. El centro, era una plataforma elevadora que funcionaba con energía zero, que dotaba Arquedeus de miles de posibilidades. En los diferentes niveles, estaban los knuktu, portales que conectaban a diferentes puntos de Arquedeus, desde la Sección Sur hasta la Sección Norte. Bastaba atravesar cualquiera de ellos para llegar a otra parte. A simple vista, parecían espejos de agua cristalina, de diferentes colores.

Fuego y Escarcha: La Era del Fuego IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora