39. El Sektu Loco (III-III)

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El fuerte sonido de metal raspando contra la roca se escuchó por toda la caverna, momentos antes de que Luna Dorada irrumpiese en su escondite, llevando consigo a dos hombres inconscientes

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El fuerte sonido de metal raspando contra la roca se escuchó por toda la caverna, momentos antes de que Luna Dorada irrumpiese en su escondite, llevando consigo a dos hombres inconscientes.

Gianna y Sibi se sobresaltaron con la estrepitosa aparición. Rex, que dormitaba sobre el nido de la dragona dorada, dio un respingo que casi lo hace rodar por uno de los túneles de ventilación.

¡Luna! ¡¿Qué ha pasado?!—exclamó Gianna, corriendo a su encuentro.

La siempre orgullosa dragona, en esa ocasión, se mostraba muy alterada. Sus movimientos eran erráticos, quería correr a todas partes al mismo tiempo.

—Calma, calma, vamos, ¿dónde está Finn?

Con un suave desliz de su ala, Luna Dorada dejó resbalar uno de los cuerpos que llevaba en su lomo. Cuando el primero estuvo seguro, en el suelo, arrojó el segundo con un zarandeo, lejos de ella. Nieve Nocturna yacía inconsciente, mientras que Dante, el Sektu loco, había caído unos metros más lejos, en la misma condición.

Sibi pegó un salto al ver los cuerpos, replegándose a la pared. Rex acudió a ella y saltó a sus brazos. Gianna se arrodilló a toda prisa junto al hombre que Luna había depositado con cuidado, en el piso rocoso. A la luz del fuego parecía dormido, sin embargo, había llagas aun abiertas en su rostro.

De un momento a otro la actitud de la mujer de Galus cambió. Al instante se puso seria y comenzó a dictar indicaciones.

—Sibila, por favor, alcánzame el bol de agua y las soluciones neurálgicas que traje en mi sig.

Sibi, acostumbrada a las situaciones críticas, atendió sin reparo a lo que Gianna pedía. Se hizo con el sig, que no era otra cosa sino una riñonera arqueana. En ella, había soluciones neurálgicas traídas de Tanah Baru. Servían para sanar las heridas tópicas y nutrir el cuerpo. En Galus también existían, pero las de Arquedeus eran mucho mejores.

—Gracias —dijo Gianna, en cuanto recibió todos los contenedores que la niña le facilitaba—. Intenta tranquilizar a Luna, por favor, me está poniendo nerviosa.

Sibi asintió con esmero, mientras Gianna destapaba uno de los recipientes ovalados para verter la sustancia sobre el rostro de Nieve Nocturna y hacerlo tragar otro poco.

La dragona dorada chillaba, lanzaba bufidos sonoros y daba saltos que hacían retumbar la montaña. No era muy grande, pero sí muy fuerte. Si seguía así, podría terminar derribando las paredes.

Sibi se acercó a ella y extendió las manos como si intentase calmar a un caballo enorme. No funcionó. Luna siguió descontrolada, dando vueltas en su lugar, sin saber qué hacer. Se notaba que quería ayudar, pero no sabía cómo.

En ese momento, Rex saltó a la cabeza de Sibi y se quedó mirando con fijeza a la dragona, hasta que logró conectar con sus ojos. Ambos reptiles se observaron por unos instantes. El rechoncho híbrido rojo ladeó la cabeza. Luna Dorada lo imitó. Al notar que se calmaba, Sibila corrió a ella para abrazar una de sus patas delanteras.

Fuego y Escarcha: La Era del Fuego IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora