9. La prisión blanca

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—Gran Sahulur, el hombre está esperando —habló la voz de una mujer, en el idioma arqueano

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Gran Sahulur, el hombre está esperando —habló la voz de una mujer, en el idioma arqueano.

Había una sola persona en el lugar, una habitación con un pedestal en el centro, el cual sostenía una hermosa fuente de cristal. Luz azul tenue iluminaba el rostro de piel canela, perteneciente a la mujer que apoyaba ambas manos sobre el soporte, hablando a la nada.

Un líquido brotaba de la fuente, aglomerándose poco a poco, formando un pequeño orbe del tamaño de un puño; brillaba, era el origen de la luz.

Una vez formada, la esfera acuosa flotó en el aire, dejando una estela de ensueño a su paso, haciendo un rodeo a la persona que estaba de pie frente a la fuente.

¿Es verdad que es un galeano? —dijo la voz de un anciano, resonante, como si no estuviese en ese lugar. Provenía del orbe.

Habla español, señor. Es una confirmación —respondió la mujer—. Él... lo trajo hasta nosotros. El momento del que nos advirtió, gran Sahulur, al fin ha llegado.

—Comprendo —habló la esfera líquida, flotando por encima de la fuente—. Hay algo raro en todo esto, algo muy extraño y no puedo decir qué...

—¿Desea verlo personalmente, gran Sahulur?

El orbe guardó silencio por un momento, antes de responder.

Aún no. Haced el interrogatorio con normalidad. Si se resiste o causa problemas, me encargaré yo mismo.

—Como ordene, gran Sahulur.

La mujer hizo una reverencia ante la esfera. Tras ello, el líquido que conformaba el orbe dejó de brillar y se precipitó al vacío, cayendo de vuelta a la fuente y dejando un eco de salpicadura en la habitación.

—Sólo espero que Dios... nos perdone —murmuró la arqueana.

La mujer se quedó en la oscuridad por un momento. Estaba nerviosa, temiendo que las palabras de los sabios al fin se cumplieran.

***

Jack se encontraba en una habitación circular, compuesta por cristales blancos. Lo habían alimentado con un potaje asqueroso, pero muy nutritivo. Se sentía de nuevo en plena forma, pero aún no sabía qué planeaban hacer con él. Lo responsabilizaban por haber traído al dragón y, aunque hubiera algo de verdad en ello, los residentes no tenían la intención de razonar. Comenzaba a caer en la desesperación, por no saber qué había pasado con el resto de su familia, pero luchaba por mantener la serenidad. No quería empeorar la situación.

Ahora ya no sabía qué creer. Esos arqueanos no parecían iguales a los que conoció en Alabis, o en Falghar. Para empezar, se encontraba en una edificación perfectamente funcional, como si esa civilización no hubiese sufrido ningún daño por parte de los reptiles. Él llegó a creer que, quizás, Arquedeus jamás tendió una mano amiga al resto del mundo cuando el dragón atacó, debido a que habían sufrido la misma catástrofe; pero al ver lo bien que se encontraban, se preguntaba cuál habría sido el pretexto para no hacerlo. No tenía idea de qué había pasado con aquellas amables personas, tan sabias e impresionantes. Le resultaba difícil creer que, la gente en la cual había depositado sus esperanzas durante años, estuviese derrochando ignorancia por doquier. ¿Sería por qué él había trascendido a un nivel de comprensión más allá de lo posible? ¿O acaso los arqueanos tendrían una razón más compleja? Debería averiguarlo.

Fuego y Escarcha: La Era del Fuego IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora