Capítulo ochenta y siete

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Brisa: 

Me coloco el abrigo y me despido de mamá y papá.

—Los quiero. 

—Nosotros a ti —responde mi padre. Le regalo una sonrisa y salgo de su oficina después de darles un abrazo. Hoy necesitaba mucho estar cerca de ellos, quería sentir ese calor familiar que los padres brindan. Les pregunté si podía trabajar en su oficina para pasar tiempo con ellos y accedieron. Por supuesto que primero tuve que dar la explicación de por qué. Se les hizo algo extraño. Les contesté que era porque los extrañaba. 

Y era verdad.

Los extraño. Y extraño mucho más los tiempos de antes: mi adolescencia, por ejemplo. Tenía todo. Me sentía completa y libre. Ahora me siento atada. Y no va por el lado de que esté casada. Me sentía libre porque no tenía que hacer las cosas que me decían, decidía por mí misma. Nadie me amenazaba. Y me sentía viva porque tenía a Isaac junto a mí. Todo estaba bien.

Me duele la cabeza. Estoy nerviosa. 

Salgo del edificio y me voy para el estacionamiento de la empresa. Un auto me llama la atención y no tardo en identificar de quién es. Paso por al lado.

Hoy hubo una reunión con el papá de Liam. Obviamente su hijo no estuvo presente debido a que se sigue recuperando del accidente. Al finalizar la reunión, se acercó a mí y me preguntó cómo estaba con lo de Isaac. Le dije que bien, que intentaba avanzar por más difícil que fuera. Sin que yo divagara nada me contó sobre Liam:  le dieron el alta y está mejorando muy rápido. Me alegra saberlo, la verdad. Pensé en preguntarle sobre si sabía si Tyler fue a visitar a Liam al hospital, pero era mejor no meterme en cosas que no me incumben. Si fue o no, es tema de ellos. Yo tengo mis propios problemas. 

Bajo la ventana de mi lado cuando me meto al auto. 

El viaje es muy rápido. Me perdí en mis propios pensamientos y llegué sin darme cuenta. Tomo mi bolso y me voy para el departamento. Las escaleras se me hacen eternas. Meto la llave en la cerradura y giro el picaporte para entrar a casa. 

La imagen de un adormilado Gastón en el sillón me llaman la atención y me quita una pequeña sonrisa. Se lo ve muy tierno. Lleva la ropa deportiva para irse al gimnasio. Descuelgo la tira del bolso de mi hombro y lo dejo sobre el sofá individual.

Me inclino.

—Gastón —susurro sobre oído. Me encanta la manera en que su pecho sube y baja con tranquilidad. ¿Lo he dicho antes? Me enamora mil veces más la forma en que sus ojos se mueven. Vaya a saber qué está soñando—. Gastón... —Lo sacudo con suavidad. Su cuerpo se tensa y achina los ojos. Me escanea bien y se acomoda para sentarse en el sofá. 

—Hola —se acerca para abrazarme sin permiso. Pero está bien. Él no necesita permiso para envolverme con sus brazos. Son cortos segundos lo que perdura su interacción con mi cuerpo, pero aún así lo disfruto. 

—Hola —hago un intento de sonrisa que termina por ser una mueca. Pero él no dice nada—. ¿Vas a ir al gimnasio?

Asiente, frotándose los ojos con una mano. 

—Sí. Me quedé dormido mientras miraba televisión. No pude pegar mucho ojo anoche —cuenta. Lo sé. Yo tampoco. Él se removía con incomodidad a cada rato.

Apago la tele. 

—¿Te dormiste hace mucho? 

Mira el reloj de la pared.

5.30.

—No. Eran cerca de las cinco. ¿Hace cuánto llegaste?

—Recién. ¿Emma? ¿Dónde está? 

Siempre Serás Tú #D2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora