Capítulo ochenta y tres

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Brisa:

Cuando termino de lavar los platos decido irme a la cama, no sin antes cepillar mis dientes. Al llegar a la pieza veo que Gastón ya no se encuentra en la cama. Veo la débil luz que sobresale por debajo de la puerta del baño y me doy cuenta de que es ahí en donde se encuentra. 

Me siento en el borde de la cama a esperar que salga y pienso en noches atrás: exactamente la noche en que esperé semidesnuda a Gastón. 

Qué nochecita. 

El sonido de la puerta me quita de mi pensamiento pasajero y miro a Gastón, observándome. 

—Olvidé cepillarme los dientes —me dice, caminando hacia mí con lentitud. Me levanto para ayudarlo a caminar pero él me dice que puede solo, que se siente mejor. Decido no protestar nada y dejo que se encamine tranquilo y lento hacia su lado de la cama. Se sienta, se acuesta y después me acerco a él para taparlo bien. 

—Voy a hacer lo mismo. Regreso en tres minutos. 

Únicamente tengo que hacer pis, lavarme un poco la cara y cepillar mis dientes. Cambiada ya estoy porque cuando Gastón tocó la puerta de casa, con Stefanía estábamos dormidas desde hacía un largo rato. Fue un día de mucha impaciencia, de más desesperación y más cansancio. Nos levantamos cerca de las seis de la mañana para seguir con la búsqueda: sinceramente no sé qué pretendía con eso porque sabía que en las calles a Gastón no lo iba a hallar. Pero tenía una sensación —o mejor dicho una necesidad— de no querer quedarme quieta sin hacer nada. Necesitaba ocupar mi mente con algo, y pensaba que si lo seguía buscando, ese sentimiento de inutilidad desaparecería de una vez.

El mediodía había llegado y la paciencia ya estaba en cero, literalmente. Tenía a la policía haciéndome preguntas extrañas, también a la madre de Gastón atosigándome con interrogaciones a cada dos minutos (aunque la comprendía: estaba preocupada), y había mucha prensa que se me acercaba en la calle a agobiarme aún más con inquisiciones incesables: algunas preguntas eran medias absurdas, estaban muy fuera de lugar; y cuando me preguntaron si extrañaba tener sexo con él desde que desapareció, me entró una rabia en el cuerpo que los mandé a la mierda. Horas después ya estaba mi reacción en la tele, pero no me importó en lo absoluto. Incluso ahora tampoco lo hace. Las fans de mi esposo se me acercaban un poco más calmadas, sin preguntas desubicadas, pero la cantidad de divagues también me cansaban. Por supuesto, a ellas las traté mejor que a la prensa, pero sólo porque no querían que respondiera preguntas estúpidas. A comparación de los reporteros, a ellas sí les interesaba saber noticias de su ídolo.

Todo esto fue pasando durante los últimos tres días. Uno peor que otro. Los dos primeros fueron en los que pude zafar un poco más de tanto agobio, pero después me descuidé un poquito y las cosas se salieron de control, teniendo como consecuencia mi tremenda impaciencia. Y eso que yo jamás fui una persona muy paciente que digamos, así que imagínense. 

Salgo del baño cuando dejo la toalla en su lugar. Me peino un poco el pelo con mi mano y me acuesto en la cama. 

Cinco días sin su presencia en nuestra cama fueron realmente tristes, porque no lo voy a negar, por segundos, cada que me acostaba era como si mi mente asimilaba que él estaba muerto, esfumando mis esperanzas y después volviendo a reconstruirlas.

Espera a que me acomode bien y recuesta su cabeza en mi pecho mientras rodea mi cintura con su abrazo. Se aferra a mí con fuerza y me deja un pequeño beso en el pecho. 

—Te amo —musita, y luego suelta un suspiro cargado de sueño. 

—Yo también —le recuerdo. 

Amo recordárselo y que él también me lo recuerde. Es increíble cómo ha pasado el tiempo y cómo la llama de nuestro amor aún está intacta. 

Siempre Serás Tú #D2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora